La historia de Amelia Earhart es extraordinaria incluso si su final es inciertamente trágico. Solo el tiempo ha determinado su muerte inexorable, aunque durante muchos años se especuló con su supervivencia. Náufraga en una isla del Pacífico, perdida en una inmensidad de agua con una balsa de madera o víctima de un accidente, la mejor aviadora que ha existido nunca sigue siendo un mito de los cielos, recordada y celebrada en la tierra, donde no solía pasar demasiado tiempo.

Al tiempo de Earhart aún le pertenecía cierto aroma aventurero. Un sentimiento un tanto romántico que aún impulsaba al viajero a cruzar el mundo sin mapas. Existían territorios no explorados, desconocidos para una sociedad que, a diferencia de la de ahora, utilizaba la orientación como forma de conocer, y no la pantalla electrónica. Nuestra aventurera nació a finales de siglo XIX en Kansas. Pocos aviones vería en su infancia surcando el cielo. Estados Unidos era un país que se abría paso como una potencia creciente, pero lejos de las grandes ciudades, el campo mantenía su aspecto pobre. La conquista de los cielos de Earhart fue también la de una nación lanzada a conquistar los últimos rincones del planeta. El hombre había alcanzado los resquicios de la tierra, navegando sobre el manto blanco de los polos. Ahora una mujer iba a conquistar los cielos.

Pero las hazañas de esta mujer elegante, que en las fotografías posa como un personaje de Suave es la noche, no se quedan en la proeza de haber triunfado en un mundo hostil, sino en el hecho de haber sido puntera sin importar ni su sexo ni su procedencia. El primer récord aéreo llegó junto a ‘El Canario’, la avioneta que había conseguido comprar. Voló a más de 14.000 pies de altura, toda una proeza para la época. Estamos a finales de 1922 y la aviación mundial salía de sus primeros años en pañales. La I Guerra Mundial había supuesto, a pesar de la destrucción de medio continente europeo, importantes avances en el terreno de la aeronáutica. Aviones biplanos con motores, capaces de recorrer grandes distancias, con artilugios sofisticados que permitían unir ciudades alejadas.

Ruta del último viaje de Amelia Earhart que acabó con su vida.

Por eso Earhart estuvo en el momento preciso, puntual a su cita con la historia. Ocurrió en 1928 y el vuelo duró veinte horas. Se trataba de atravesar el océano Atlántico. Amelia Earhart partió de Terranova, en Canada, y aterrizó en Gales, completando por primera vez una expedición que ninguna mujer antes había logrado. Ninguna mujer y muy pocos hombres. El hecho de cruzar el charco en menos de un día situaba a los viajes de Colón en cáscaras de nuez en la prehistoria técnica. Después del éxito, enlazó otro proyecto que escondía una peligrosidad mayor. Pretender volar en la franja del Pacífico Norte suponía un manejo extraordinario del aparato. Fue Amelia Earhart la primera persona en conectar con avión Hawai y California, los límites del imperio americano en el Pacífico y la costa oeste. Antes de ella, a varios pilotos le había costado la vida el intento.

También rompió barreras en la duración de los vuelos. La aviadora viajaba por todas las ciudades americanas con su avión, demostrando que en los cielos existía también un mundo donde los hombres podían desplazarse. El vuelo que conectó por primera vez Ciudad de México con Nueva York duró 14 horas y a los mandos estuvo Earhart, completándolo por primera vez sin escalas. Este récord de duración venía a confirmar que en el terreno de la aviación los prodigios estaban por sucederse, conforme el ingenio humano alcanzase mayor grado de perfección.

Libros

El último vuelo. Amelia Earhart. EDB Ediciones

Película

Amelia. Directora: Mira Nair. 2009

En este punto llegó su desaparición. En 1937, Amelia Earhart, junto al aviador Fred Noonan, se propusieron dar una vuelta al mundo por el ecuador. El plan presentaba muchos riesgos: la gran cantidad de kilómetros en el aire sin poder hacer escala para repostar, las condiciones climáticas adversas de muchos puntos del planeta y el desconocimiento natural de los vientos. El proyecto original partiría desde California hacia el oeste, pero un accidente con varios tripulantes heridos provocó que viajasen hacia el este. Solos Noonan y Earhart alcanzaron el cielo en Miami, con destino a Puerto Rico y Venezuela. Después cruzaron el Atlántico siguiendo la línea del ecuador y pasando a Oriente por el mar Rojo. Sobrevolaron Pakistán y pasaron por Calcuta. Ante ellos tenían las cumbres más altas del planeta, a vista de pájaro. Tras Java, Papua Nueva Guinea sería la última escala de un vuelo que se perdió en el mar.

Terminó la odisea de una aviadora valiente en el más absoluto misterio. Durante años se pensó que había fallecido en algún rincón del Pacífico asiático. Tiempo después, se encontraron algunos restos de supervivientes en la isla de Nikumaroro, en Kiribati. Un botón que podía haber pertenecido a ella, un zapato, y en 1940, el esqueleto de un náufrago. No sabemos cuánto tiempo sobrevivió al accidente de avión y en qué condiciones, pero para honrar la vida de Earhart conviene más mirar a los cielos, al dominio de su orgullo y valentía, un territorio que para los hombres aún parece extraño y en el que no podemos dejar de sentirnos pequeños.