La lluvia amarilla, la adaptación teatral de la novela de Julio Llamazares, llega al Teatro Español con la adaptación escénica y dirección de Jesús Arbúes, "un texto precursor sobre la España vaciada", que lanza un grito de alarma contra la despoblación rural y los pueblos abandonados.

"La lluvia amarilla es un texto precursor", explica el aragonés Jesús Arbúes, quien considera que "el mérito de Julio es haber escrito un texto que habla de muchas cosas más, no solo de la despoblación y los pueblos abandonados". "Como toda obra maestra, llega más allá. Convierte la obra en un tratado sobre el tiempo, sobre todo lo perdido, todo lo que no se hizo, los abrazos no dados, los silencios, la incapacidad emocional, todo eso regresa en la última hora de vida de Andrés y le pasa factura", añade el director.

Jesús Arbués, oscense de 1968 conoce de primera mano los estragos de la España vaciada. "Nací en ese mundo rural. Soy parte de esa realidad. De esa mentalidad del personaje, ese amor a su casa. La casa no son unas piedras, es la memoria de los que se fueron. Ese concepto está muy vivo en el paisaje de mi infancia", explica. Como director siempre ha trabajado sobre textos con contenido que dijeran cosas. "Quizá era el momento en el que debía hablar de este tema", cuenta el director quien añade que la obra, "lanza un grito de alarma contra la despoblación rural y los pueblos abandonados".

La sala Margarita Xirgu del Teatro Español, presenta del 4 de noviembre al 12 de diciembre el estreno en Madrid de La lluvia amarilla, protagonizada por Ricardo Joven y Alicia Montesquiu.

El escritor Julio Llamazares publicó en 1988 la novela La lluvia amarilla, que se adentra en la memoria y la conciencia de Andrés de Casa (Ricardo Joven) último habitante de Ainielle, un pueblo del Pirineo aragonés. Andrés explica su relato en la que será su última noche en la casa natal, la última noche de su vida. Una noche en la que la muerte le conducirá a la oscuridad eterna, donde se reunirá con su mujer Sabina (Alicia Montesquiu) y todos sus seres queridos. La historia de Andrés es la del transcurrir de una vida y, a su vez, la muerte de una manera de vivir. Tenaz en su convicción, sin perder la fidelidad a las costumbres propias en ningún momento, él será el último habitante de su pueblo natal y de la casa que le ha visto nacer. "Pero esa noche Andrés es acuciado por todos los males imaginables: la soledad, la muerte, la desidia, la enfermedad, el odio, la alucinación, el tiempo...", explica.

Llamazares situó la trama de la novela en el pueblo de Ainielle para poner rostro a uno de los dramas más sobrecogedores de nuestro país: la despoblación. Pueblos vacíos, casas en ruinas, tejados derrumbados, bancales conquistados por la maleza, cristales rotos, chimeneas apagadas… "Igual que la maleza se come los muros de piedra de las casas, la ausencia de habitantes devora también la memoria de los lugares". El pueblo deshabitado de Ainielle es el otro personaje principal del espectáculo. Un personaje mudo, pero no insensible. Ainielle existe en el Pirineo aragonés, a 1.355 metros de altitud, no lejos de Biescas.

"El texto de Julio tiene la capacidad para trascender lo particular, lo concreto de la historia, y convertirla en universal", continúa Arbués, quien cree que esta obra literaria conmueve y consigue que, en algún momento, todo el mundo se sienta "parte de este quijote que lucha contra la ruina del pueblo y la suya propia sabiendo que está condenado a perder irremisiblemente".