Hace mucho tiempo ya que la cultura, aunque esté en constante proceso de redefinición (y en crisis eterna también, pero ese es otro tema) ya no es ese proceso en el que uno ofrece y el público recibe durante el tiempo en el que se prolongue el espectáculo y a otra cosa. Hoy en día, todo el mundo es consciente de que el hecho cultural es un proceso que va mucho más allá de representar una propuesta y hasta la próxima. La construcción del hecho cultural muchas veces ya tiene que ver con su capacidad para arraigarse en el territorio y, sobre todo, en el colectivo y en los habitantes que residen en un determinado lugar. El debate sería muy amplio y no es precisamente el objeto de este artículo, pero sirva como introducción para hablar de un festival que empezó hace 16 años (¿cuántas propuestas en esta comunidad pueden presumir de esa duración ininterrumpida?) de una manera modesta (incluso dentro de otro ciclo llamado En la frontera) y al que no muchos prestamos atención (y no hablo solo de la mediática). Y hoy en día es, probablemente, una de las señas de identidad más rotunda de Zaragoza. Porque, ahora, que el arte urbano ya es algo a lo que se intentan agarrar no pocas ciudades europeas como muestra de lo viva que es su cultura, la noticia que da Asalto no es esa sino a qué zona de la ciudad le tocará esta vez la fortuna de poder ver cómo se rehabilitan espacios (normalmente en desuso) de la mano de artistas de primer nivel.

Y todo esto lo ha conseguido el colectivo que está detrás de la propuesta con la colaboración y la integración en el territorio como marca de la casa. Este año, el Arrabal es el barrio en el que se está celebrando el Asalto y, por ello, la organización ha estado en contacto con los colectivos y colegios del barrio para ir definiendo las actuaciones en función también, en cierta medida, de las necesidades del mismo. Las apuestas son altamente atractivas, desde luego. Por ejemplo, el centro de salud va tener una nueva fachada, el anfiteatro del Parque Tío Jorge va a ser restaurado, la idiosincracia jazzística del barrio se va a ver también reflejada en un grafiti que, por cierto, ya está muy avanzado en la calle Pico de Aneto... y así hasta 10 intervenciones en diferentes lugares de otros tantos artistas en la que, probablemente, sea una de las ediciones más complicadas del Asalto. No hace falta decir por qué motivos a esta altura de la pandemia de coronavirus.

Antiguamente, el arte urbano se ponía como ejemplo de la democratización del arte, de su horizontalidad, ya que no se necesitaba más que una pared para poner de manifiesto tu inquietud artística. Muchos años después, y sin poner en duda la realidad de ese mensaje, lo que está claro es que citas como el Asalto lo que permiten no es la democratización del arte sino romper esa supuesta pared (la cuarta si estuviéramos hablando de teatro) entre el artista y el ciudadano, entre el hacedor y el receptor. Así, durante estos diez días en los que se va a prolongar el Asalto la norma habitual va a ser encontrarse con artistas por las calles del barrio que no dudarán en interactuar con el peatón que, seguro, sorprendido, se detendrá a observar su trabajo.

Y eso es más importante que cualquier legado artístico que se vaya a quedar en el Arrabal sujeto a la inclemencia del tiempo o de cualquier acto de rebeldía que acabe con estas obras de arte. Lo que supone que una cita como el Asalto exista y pise las calles para atravesar los límites del arte, es que los ciudadanos puedan estar más cerca del proceso creativo y, sobre todo, sientan que una parte es suyo porque, así, es como se crea el público del mañana.