En un mundo en el que parece que hay que llamar la atención para que hablen de ti (aunque yo nunca he creído mucho en esa máxima de que hablen de ti, aunque sea mal) desde hace unos años se impuso la costumbre de ir celebrando días internacionales de lo que fuera, era como un pasaporte para algo. En esa fiebre, aunque en este caso un poco tardía, se creó en el año 2011 el Día de las librerías en España (se celebra el próximo jueves, 11 de noviembre).

El sector estaba saliendo de la crisis cuando hablar de pandemias no era más que una quimera absoluta que solo existían casi en las películas de Hollywood y, con más brío o menos, abrazó a su manera la iniciativa que buscaba «volver a impulsar en España el hábito de la lectura y a las librerías como un centro en el cual promover y enriquecer la cultura». Empezó con relativa fuerza la celebración y muchas librerías, además de ofrecer un 10% de descuento en las compras, organizaron una serie de actividades. Aun así, la mayoría de los establecimientos lo tuvieron claro desde el principio. La repercusión en ventas no era grande pero, bueno, si servía para llamar la atención sobre las librerías, bienvenido sea el día.

¿Por qué digo esto? Porque, como decía, el próximo 11 de noviembre se celebra una nueva edición en la que desde Cegal (Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros) se lanza una nueva campaña: «Somos espacios cercanos, modernos y en continua evolución para generar cultura, y crear comunidades en torno al libro y la lectura». Cualquier campaña de promoción de las librerías como espacios generadores de cultura tiene que ser bienvenida pero creo que a estas alturas, trascendiendo a la propia iniciativa, que a una sociedad desarrollada como la nuestra haya que explicarle que las librerías no son aquellos lugares de antaño en los que entrar (ojo, que también tenían su encanto) era ya una aventura en sí misma, con poca luz y con dificultad para encontrar el libro buscado, no nos deja en muy buen lugar.

Las librerías son espacios modernos (hay de todo, evidentemente, pero esa es la tendencia) en los que la cultura se hace fuerte y en los que no solo se puede encontrar libros interesantes sobre cualquier temática, sino en los que también hay oportunidad para el enriquecimiento del debate de las ideas y del poder de la literatura en torno a la conversación con, por ejemplo, el propio librero. Pero eso es algo que cualquier que haya pisado un lugar habrá podido comprobarlo.

Concretamente en la capital aragonesa contamos con librerías de primer nivel (algunas incluso que ya no están lo eran) en las que se puede vivir una experiencia diferente, enriquecedora y divertida. No descubro nada si hablo de la librería Cálamo, de Antígona, de La pantera rossa (que, por cierto, cuenta con un siempre alternativo programa de actividades y recibe a El Drogas el martes), de la librería París, de El armadillo iludstrado, de la Central o de la General... Todas tienen su espacio, su público y, sobre todo, un amor por los libros intacto y a salvo a pesar de las toneladas de bombas que caen año tras año para desequilibrar un sector que se muestra en cada crisis todavía más consistente.

Por eso, si celebrar el Día de las librerías va a servir para visibilizar esos espacios no puede ser más que bienvenido pero debemos ser conscientes que como sociedad descubrir a estas alturas el valor y la importancia de una librería nos deja en un lugar muy inferior de un supuesto escalafón de valor cultural en el mundo.