De la mente multidimensional de Borges surgió El libro de arena, un volumen inabarcable y por ello monstruoso del que al abrirlo nunca se podía encontrar la misma página dos veces. Algo similar ocurre con las Memorias, apariencias y demasías de José Manuel Corredoira Viñuela, editado por Libros del Innombrable. Aunque aquí hay una diferencia: si en el libro de Borges el abismo de la infinitud estaba en sus páginas físicas, en el de Corredoira lo está en su contenido, igual de vasto que las arenas innumerables.

Como una Silva de varia lección o un Jardín de flores curiosas –títulos que Jean Canavaggio cita en el prólogo–, este libro es un gabinete de maravillas abigarrado –palabra que también usa el prologuista– infundido de una asombrosa erudición que parece no tener agotamiento. Quizá el mayor pero que pueda ponérsele sea su profusión caótica: el libro se compone de un centenar de capítulos independientes, encabezados solo por su número correspondiente. Y el lector que cifre a la memoria su lectura, y sobre todo relectura, corre el serio riesgo de perderse en el encanto de esa cantidad de datos, citas y alusiones.

Si bien la materia de la que el autor escribe es diversa, en gran parte de los capítulos sus comentarios surgen tras una lectura. Pero no se busquen los últimos lanzamientos comerciales en las reseñas de Corredoira, que se decanta por los clásicos más variados, comenzando en la Grecia homérica y remontando por el más rico cauce de la literatura y el pensamiento de toda la historia.

Un rasgo que caracteriza a muchos de estos comentarios es la preocupación por el lenguaje, en cuyo análisis semántico y etimológico se entretiene un autor que, él mismo, se desvela como un ameno degustador de palabras, y que enriquece su prosa patafísica con expresiones tan formidables como «conejo apalcuachado», «chiboletes», «siglo papandujo» o «mujeres ecónemas», por citar cuatro que podrían haber sido 4.000.