El 8 de agosto 1914, apenas unas semanas después del estallido de la Primera Guerra Mundial, zarpaba del puerto de Plymouth, en Gran Bretaña, la denominada 'Expedición Imperial Transantártica'. Una aventura capitaneada por Sir Ernest Shakleton al mando de la goleta Endurance, con la que pretendía atravesar, de lado a lado, el continente glaciar. La embarcación, cuyos restos acaban de ser hallados, terminó hundiéndose en la banquisa, pero sus 28 tripulantes lograron sobrevivir después de pasar varios meses de penalidades en el hielo. Si el hundimiento del 'Titanic', tres años antes, ha sido enarbolado como metáfora de las crisis mundiales, el recordatorio del naufragio del Endurance –que en castellano significa Resistencia- es una apertura a la esperanza de la supervivencia, aunque sea plena de calamidades...

La odisea se inicia el 8 de agosto de 1914, cuando parte de Gran Bretaña esa goleta de tres palos, de tan sobrio y premonitorio nombre, con 28 tripulantes y cien perros a bordo. Su patrón, el irlandés Ernest Shakleton ("un caballero un tanto disperso", aunque "muy culto", según los cronistas de la época, un aspecto refrendado por la calidad literaria de sus cuadernos de navegación), organizó esa expedición espoleado por el reto del noruego Amundsen, que había descubierto el Polo Sur justo el año anterior. "Lo difícil es atravesar el continente helado de orilla a orilla", se repetía a si mismo. Tras haberse enrolado ya en algún viaje por las inmediaciones de la Antártida, Shakleton abrigaba, ciertamente, el sueño anfibio de ser el pionero en atravesar el continente polar de mar a mar.

El explorador Sir Ernest Shackleton (1874-1922).

En las aguas de origen, el mar de Weddell, la velocidad de crucero había transcurrido a la perfección, hasta que, al internarse en la banquisa, en el mes de diciembre, el capitán observa, con británica flema, que el denso hielo empieza a comportarse con "un carácter muy obstinado". A partir de entonces, la navegación se hace lentísima por entre los imponentes témpanos. La radio ha dejado de funcionar, y con la llegada del invierno antártico, en junio de 1915, el Endurance es una fonda varada en el hielo. Literalmente, pues consciente de que la embarcación era ya "una cáscara de huevo a la deriva", Shakleton ordena su desalojo, y que sólo se suba a bordo a pernoctar. La moral aún es alta, según su cuaderno: hay víveres, todos bailan y cantan, organizan carreras de perros y hasta juegan al fútbol sobre el hielo. Pero, tras reanudar la navegación -por decir algo-, al término del invierno, el Endurance apenas atinaba a sortear las paredes de los témpanos, entre frecuentes vendavales y rugidos de hielo.

La tripulación del Endurance transporta las barcas salvavidas a través del hielo. FRANCK HURLEY

A fines del mes de octubre, "con un ruido terrorífico, como de un bombardeo", un témpano inmenso rompió el costillar de la nave, que hubieron de abandonar de inmediato, para improvisar un campamento, a 25 grados bajo cero.

El Endurance –cuyos restos acaban de ser hallados- tuvo la gentileza de resistir unas semanas, antes de irse a pique, el 21 de noviembre de 1915, lo que permitió vaciarlo al completo y habilitar sus tres barcas salvavidas. Ahora empezaba la verdadera odisea de la 'Expedición Imperial Trasantártica', un título algo estrambótico y pretencioso en plena Guerra Mundial. En los primeros meses de 1916, los expedicionarios vivaquearían sobre una balsa de hielo -a la que bautizaron, curiosamente, como Campo de paciencia-. Y si, en 1917, Sir Esrnest Shakleton y sus 27 tripulantes llegarían sanos y salvos a Gran Bretaña, para ser condecorados, fue gracias al centenar de perros que les acompañaban. Con escrupuloso sentido de la administración gastronómica, una vez agotados los víveres, se los irían zampando por grupos homogéneos, de más grandes con más pequeños, mes a mes, como dieta complementaria a la monótona, y a la larga indigesta, carne de foca.

A diferencia del hundimiento del Titanic, tres años antes, en el caso del Endurance sólo murió la embarcación

A diferencia del hundimiento del Titanic, tres años antes, en el caso del Endurance sólo murió la embarcación; aunque, a cambio de una penosísima supervivencia, que incluía sirgar con los hombros a los tres cayucos salvavidas en numerosos tramos, "hundidos en la nieve hasta las rodillas", apunta el capitán. Y cumpliendo, de ese modo, el sueño espectral, y privadísimo, de El barco ebrio de Rimbaud, en que coinciden, al fin, el nauta y la nao, con el rostro encarnado en el mascarón de proa.

Lo curioso es que Shakleton y sus hombres no dejaban de avistar tierra firme la mayor parte del tiempo; sólo que "cuanto más cerca, más lejos y cuanto más lejos, más cerca", hasta que, en abril de 1916, se toparon, casi de chiripa, con la Isla Elefante, que permitió iniciar la organización del rescate.

Una historia con final feliz. FRANCK HURLEY

Vivencias actuales

El episodio es tan sugerente -además de estar escrito con letra muy pequeña, en relación a otras catástrofes muy señaladas, como el emblemático hundimiento del Titanic-, que motivó una novela, con capítulos muy fidedignos, de la escritora Caroline Alexander, titulada Atrapados en el hielo (Planeta, 2007). Y, en 2013, haciéndose eco intertextual de aquella trama, el poeta Mateo Rello (Badalona, 1968) le dedicó un sugerente poemario: Meridional asombro (editorial Igitur), cuajado de alegorías relativas a vivencias actuales.

Del mismo modo que Marcelo Cohen habló, en cierta ocasión, de 'novelatos', para referirse a un emergente género híbrido entre novela corta y relato, cabría bautizar como 'poemato' el género que Rello utiliza en estos versos, a caballo entre la poesía y el relato. Es, de hecho, un género usual en la literatura anglosajona, con cultivadores tan destacados como Kipling Stevenson, y, sin embargo, prácticamente inédito en la tradición hispana: la poesía de aventuras...

Su poemario se abre con esta cita de Baudelaire, que tal vez suscribiría el propio Sir Ernest Shakleton antes y después de su aventura contrariada: "Todo se me hace alegoría". Es justamente su capacidad alegórica, para estar todo el rato hablándonos de otra cosa distinta a la peripecia que trata el libro, lo que lo vuelve atractivo. El poemario se organiza como el diario de bitácora de los tripulantes del Endurance, a través de su terrible singladura por la estepa de hielo del Polo Sur, que es aquí émula de la muerte y el sinsentido.

Como bien define Jordi Gol Corzo, en el conciso y elocuente prólogo, el poemario trata de "la crónica lírica de una derrota épica". ¿No es esa la definición exacta de la coyuntura en el recuento en que nos encontramos un siglo después? Trata, en efecto, de la desoladora aventura de la condición humana, sin siquiera posibilidad de huida: "Nosotros, moradores de la noche, atormentados / cortesanos de este reino sin límites, de su infinito / palacio alucinado / quisiéramos huir del poderoso / hechizo que aquí nos retiene; / arrebatados por las hadas, quisiéramos / huir, huir, poder volver al tiempo / y de acuerdo a los usos corrientes, / entre vosotros acabar".

Solos en la inmensidad polar de la Antártida. FRANCK HURLEY

Al encallar en su anhelada Antártida, Shakleton habrá de reconocer la "gloria fatal" de su destino: "Buscaba conjurar otros naufragios / y me esperaba el mío". Pero el tema central del poemario de Rello es, a todas luces, una alegoría del desamor; el periplo que emprende el amante recién abandonado a través de los parajes gélidos ("A 18 grados bajo cero, / digo tu nombre..."). Así, cada voz de los desdichados miembros de la tripulación, que añoran la tierra firme y acogedora dejada atrás, es un fragmento del sujeto abandonado, escindido y hecho polvo -como las esquirlas del hielo, que semejan "magnolias y claveles sonrosados"- en la típica conjunción de paranoia y páramo del desamor. Expresionismo e intimismo se articulan muy bien, con gran sentido de la causticidad, y aun con dosis de humor. El amante despechado define la Antártida como un lugar idóneo para fingir con la amada "un encuentro casual"... Y si aquellos náufragos del Endurance sobrevivieron comiendo "carne de foca y de pingüino", su trivial alusión parece revelarnos una perfecta metáfora de los restos de ella y él; "carne de foca y de pingüino", lo que ha sido una pareja ya extinta, vista con despecho desde el naufragio amoroso, en el recuerdo.

Pero es que, además, los verdaderos supervivientes del Endurance lograron no morir de inanición comiendo carne de perro. Casi se zamparon, de un viaje, el mismo número de ellos que los 101 dálmatas de nuestros imaginarios infantiles.