MÚSICA

Crítica de discos de Javier Losilla: breve galería de irreverentes

El poder revulsivo de Rosalía, el arrabal globalista de Melingo y un huracán llamado Bambino

Rosalía acaba de publicar 'Motomami'.

Rosalía acaba de publicar 'Motomami'. / JOSÉ LUIS ROCA

Javier Losilla

Javier Losilla

Explicación innecesaria: se puede ser heterodoxo y vender muchos discos, de la misma manera que se puede seguir el canon y no comerse un colín. Habrá quien sostenga que meter en el mismo saco de la perturbación a Rosalía, Bambino y Melingo es un acto sacrílego. Vale. Aquí no estamos en esa guerra; estamos por la profanación, la irreverencia y el desacato; por la dinámica de no dejarnos llevar ni por los repentes ni por la descalificación a saco. Fin de la homilía; que comiencen los fuegos.

Cada vez que subo a las redes un vídeo de Rosalía (puedo poner otros nombres), un grupito de no seguidores de la artista escribe en mi muro sin argumentación alguna: «Una mierda». Hoy (jueves, cuando esto escribo) leo que ese caballero de capa sin espada que suele presentar en televisión las campanadas de fin de año ha opinado sobre Motomami, el muy publicitado tercer disco de la cantante de San Cugat del Vallès en similares términos: «Me parece una mierda». Diríase que Rosalía despierta muchos sentimientos escatológicos, por lo que abre un campo abonado para psiquiatras lacanianos. Abran consultas.

Confieso que para evitar influencias no he leído crítica alguna sobre Motomami, más allá de las inevitables conversaciones de café, pero no hay que hacer una tesis para apuntar que ese álbum es el resultado de haber grabado previamente Los ángeles y El mal querer. Digo esto porque para un sector del público parece que Rosalía nunca cantó flamenco, y para otro, debería seguir haciendo discos conceptuales. Ambos (Los ángeles y El mal querer) lo eran, pero nada obliga a la artista a seguir esa pauta eternamente.

Motomami (Sony) es, de entrada, un trabajo de concepción brillante y de realización no menos gozosa. Es casi la cuadratura del círculo: una apuesta de exploración sonora popular. Una escucha poco atenta puede dar la impresión de que estamos ante un disco que se podría calificar de variadismo, pero la cosa no va así: ni el flamenco, ni la bachata, ni el reguetón, ni la champeta, ni el hip hop, ni la copla latin jazz, ni el R&B, ni el dembow se muestran por separado ni en estado puro.

Los productores (de Pharrel Williams a El Guincho) han echado el resto con talento, las colaboraciones (de The Weekend, Kames Blake, a Tokischa) cumplen, y Rosalía juega espléndidamente con su voz según el guion que ha trazado para cada canción, facturando algunas interpretaciones de altura. Luego está la cosa de las letras, los anglicismos, las palabras inventadas y lo demás. ¿Raro? Claro. Pero todo encaja en la lógica de cada pieza, con un idiolecto propio: desde Bulerías a Saoko.

Tengo escrito del bonaerense Melingo que es la libertad y el arrebato, un virus, un traficante de emociones, un soñador de olas, un marinero en tierra, un golfante sin fronteras. Como podría haber dicho Borges, un Homero en el arrabal narrando una odisea de noches transfiguradas y callejones oscuros. Ahora, Melingo edita para Europa una recopilación de 23 composiciones, bajo el título afrancesado de S’il vous plait (Musique Sauvage), que bien podría haber sido S’il vos plait. Revoltoso del tango (aquí hay cinco), agitador de valses, milongas (toma ocho), hacedor de canciones oblicuas (les traigo cuatro) e indagador de lo más punzante del folclore (disfruten de seis piezas), Melingo ofrece muestras de su quehacer desde los años 90 hasta anteayer, trazando un retrato sonoro de un cantor siempre en tránsito, de un navegante de voz arenosa que pasea su elegancia de linyera por las tabernas del puerto. Escúchenlo.

Un CD con diecinueve canciones y un DVD con el documental Algo salvaje. La historia de Bambino realizado por Paco Ortiz en 2021 configuran la reciente y homónima edición (Sony) sobre la vida y la obra de un heterodoxo del flamenco y un tsunami de la rumba dramática, a cuyo patrón llevó diferentes sabores y colores: el utrerano Miguel Vargas Jiménez (1940 y 1999), más conocido como Bambino. Fue carne de directo e intérprete de trallazos musicales que no siempre contaron en el estudio con el productor adecuado.

El CD que nos ocupa es una notable introducción al universo Bambino a través de 19 grandes canciones. Pero el documental, atractivo pero discreto, es demasiado canónico para un artista vigorosamente revoltoso. Su contenido pasa de puntillas por asuntos que requerían más detalle, y su confección cinematográfica es excesivamente solemne. Las referencias a las canciones de Sabina en el off sobran, y las voces de Carlos Herrera y Claudia Salado suenan a Canal Historia. Vean y opinen.