El Periódico de Aragón

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CRÍTICA LITERARIA

Crítica de Javier Lahoz de 'No era esto a lo que veníamos': Nunca pasa nada

Los relatos de la zaragozana María Bastarós en el libro atrapan desde el arranque y no hay párrafo que los aleje de la atención merecida

La escritora María Bastarós. EL PERIÓDICO

La novela sigue siendo para mucha gente el género narrativo estrella. Incluso aquellas, tan abundantes últimamente, que pecan de exceso de páginas y que deberían ser víctimas de algún que otro recorte, están a veces entre las más buscadas por el público y las más premiadas por los jurados. Así que hoy voy a insistir con los relatos, y nada de andarme por las ramas porque los que ha escrito y reunido la zaragozana María Bastarós en un volumen titulado 'No era a esto a lo que veníamos' me han descolocado por completo. No sé si van directos al corazón o a la cabeza, pero sí puedo asegurar que van directos al grano. Atrapan desde el arranque y no hay párrafo que los aleje de la atención merecida. Mantienen la tensión porque lo que sucede abre mil posibilidades, y ninguna de ellas nos parece imposible. Aterradora, quizás. Imposible, no.

Con dos líneas estamos dentro. Quizás con la primera bastaría. Me parece un milagro saber llamar a las cosas por su nombre exacto y hacerlo casi a golpe de látigo. En unos tiempos en los que se publica tanto, y apenas hay narraciones que se diferencien, supone un gran descubrimiento conseguir darle a la prosa tanta consistencia y crudeza. Siempre he pensado en lo difícil que es empujar al lector al interior de una historia, y hacer que se empape, y que sufra o ría según toque. En cualquiera de estos relatos no es precisa ninguna introducción que ponga en antecedentes porque lo que amamos y lo que tememos están ahí mismo, enseñando los dientes y ocultando las formas. Hay personajes a los que se les ve la mirada. No el rostro ni el cuerpo, no las intenciones, sino la mirada, inquieta, profunda, desalmada, digna de un basilisco.

Son relatos que reflejan la vida cotidiana. Mala vida sobre todo. De la que empuja a tomar decisiones precipitadas a pesar de la cantinela largamente repetida que anima a no precipitarse. Se ambientan en lugares áridos, desasosegantes, inquietantes y terribles, como lo es un desierto que no se sabe dónde acaba o un hogar que no se sabe dónde empieza. El lenguaje es envolvente y todo lo que tiene nombre tiene adjetivos. Es una escritura impecable que no concede respiro. Seductora, como si se impusiera a cada matiz. Generosa, como si se obstinara en regalar universos donde refugiarse en momentos de hastío. Exigente, como si solo sus palabras marcaran la huida de los osados que crucemos la frontera y consintamos en continuar.

Concentrar tanta existencia en tan poco espacio es un prodigio digno de un número de magia o de una artesana infatigable. No dejo de preguntarme por qué no había leído yo todavía a esta chica que sabe analizar con tanto detalle el comportamiento humano incluso de quienes no se comportan como humanos. Los diálogos son armas mortíferas, y suelen ser pronunciados por los que tiran a matar. Da la sensación de que todo puede ocurrir en cualquier espacio y en cualquier momento, situaciones que forman parte de los escenarios por los que a menudo nos movemos y que aparentan seguridad. De repente, un detonante y a continuación un estallido. La inocencia se va por donde vino y los rostros muestran su verdadera edad.

Es difícil saber cuál es la extensión que merece un relato. Y, más importante aún, cuándo deja de serlo. Me encanta cómo están terminados en conjunto a pesar de los difícil que siempre resulta decidir el final. Sus protagonistas lo marcan. Son ellos los que saben hasta dónde llegar y cómo dejar abierta una puerta que les permita seguir con la rutina como si nada, como si en realidad aquello que ha pasado haya sido un mero paréntesis en sus quehaceres y nada más. La normalidad y el horror se confunden, y no parece claro cuál de los dos conceptos contiene al otro. Surgen así, en un afecto o en un encuentro, en la infancia o en la madurez, en el interior o en el exterior. Y surgen frente a un horizonte inamovible, el cielo y la tierra convertidos en uno, pegados a una raya que no les permite separarse.

La naturalidad con la que María Bastarós cuenta estas historias publicadas por la editorial Candaya asusta. E intimida. Quizás no es descabellado pensar que el miedo sea una propiedad de lo íntimo y de ahí que nos visite cuando nos quedamos solos. Cojamos entonces el libro.

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