ESTE SÁBADO EN LA MISERICORDIA

Feria de San Jorge: Inaceptable saldo ganadero de Couto de Fornilhos

Sin opciones para la terna, solo Morenito de Aranda saluda una ovación

El sexto toro de la tarde fue devuelto a los corrales aunque al menos dos más debieron correr la misma suerte.

El sexto toro de la tarde fue devuelto a los corrales aunque al menos dos más debieron correr la misma suerte. / ANDREEA VORNICU

Carmelo Moya

Carmelo Moya

Fue como si la corrida de toros de Couto de Fornilhos se hubiera reseñado de noche, al trémulo y débil resplandor de un lucero. Claro que si el candil no tiene mecha malas luces alumbran.

Así que tras el himno de España y el tararí fueron apareciendo por la puerta de toriles de La Misericordia (nunca un nombre estuvo mejor adjudicado) una sucesión de animaluchos en competencia de fealdad, contrahechuras, disparidad de kilos y encornaduras. Un saldo.

Solo uno de ellos fue devuelto (el sexto) pero el palco debió de mostrar el moquero en, al menos, dos ocasiones más. Cierto que los sobreros previstos pertenecían también al hierro de Couto y era multiplicar la tortura ante una deriva presumiblemente similar, pero oiga, la ley.

Menos mal que de Zaragoza aún va quedando la «resistencia» hecha fuerte entre los tendidos cuatro y cinco. Una población dispar y heterogénea que mantiene parte de los rasgos definitorios de lo que fue el rigor de una plaza con criterio abducida hoy por las masas apenas informadas.

Esos rigoristas amparados por el reglamento que articula (todavía) el rito, fueron el muro de contención necesario para dotar de un mínimo de seriedad un espectáculo asimilable en algunos de sus pasajes a las fiestas patronales de cualquier pueblillo de esta cada vez menos España y más lo que sea.

Eso parecía el sexto toro, un vacuzo de las calles de cualquier villorrio. Y lo pagó regresando a corrales, condenado a la infamia de la puntilla.

También burraco como aquel, simplón, como de granel, era el cuarto, igualmente lisiado; protestadísimo el segundo y breve por donde lo miraras el tercero. Qué catálogo, pardiez.

Solo Morenito de Aranda saludó una ovación.

Solo Morenito de Aranda saludó una ovación. / ANDREEA VORNICU

Constatado pues que esto ha amanecido y discurre en el mismo camino, por el mismo raíl que lo dejamos en la feria del Pilar, aquella frase que cacarean los taurinos «el toreo es grandeza», miau.

Por ello se dieron cita en La Misericordia apenas un par de miles de aficionados, los «enfermos de esto». Sin apenas promoción y con escasas facilidades (compra por internet +6,30 de gastos de gestión para un billete de 63,00 euros; imposibilidad, en ocasiones, de pago con tarjeta, solo con efectivo...) parecería que incluso ese número de espectadores no son pocos, teniendo en cuenta la oferta.

Una terna que abrió Morenito de Aranda, silenciado tras despachar a su primero, un cinqueño flojo, siempre a la defensiva, cobardón, ante el que el burgalés sorteó varios hachazos andándole siempre alerta y en «prevengan».

El toro, que solo humillaba cuando perdía las manos, mereció pasaporte de entera desprendida pero efectiva. Prou.

La lidia del cuarto fue un pulso entre tozudos: el vulgar Estirado apenas salía de las rayas para allá y Morenito se obstinó en plantarle tela donde fuera, sesgado en tablas, en la perpendicular de estas... Todo en contra de darle alguna facilidad al toro para camelarlo en paralelo a la querencia de las maderas. Acabó, literalmente, entre los pitones. ¿Y?

Mientras, Román, en tierra de nadie y sin carta de navegación, deambuló como un sonámbulo toda la tarde. El torero yeyé brindó un protestadísimo tercer toro. ¿Por qué? Fue el que mejores cosas hizo del encierro aunque acabara también claudicando antes de la nada que dio paso al sainete con el pincho.

La del sexto fue la máxima expresión de la no faena.

Muy desacertado estuvo con la espada Javier Cortés en el segundo, manso a la defensiva que le regaló media docena de medios muletazos, que la peña le cantó. ¿?

Luego trajinó una masa de carne con el freno de mano echado, chico, chivato de cuerna, en el límite de lo aceptable y Cortés no se dio coba, claro.