NOVEDAD EDITORIAL

Eva Orué y Sara Gutiérrez (autoras de 'En el Transiberiano'): "Rusia vive ajena a la realidad, es probable que la calle no note que se provocó la guerra"

"Transiberianos hay muchos; el Transiberiano no es un tren determinado, son todos los trenes que atraviesan Siberia y que modelan la historia rusa", aseguran las escritoras

La aragonesa Eva Orue, a la izquierda, y Sara Gutierrez, autoras de 'En el Transiberiano'.

La aragonesa Eva Orue, a la izquierda, y Sara Gutierrez, autoras de 'En el Transiberiano'. / ISABEL WAGEMANN

Tino Pertierra

La médica asturiana Sara Gutiérrez y la periodista zaragozana Eva Orúe se subieron al Transiberiano en el verano de 1994. Solo habían pasado dos años y medio del derrumbe de la Unión Soviética y el viaje les permitió conocer la realidad profunda de una Rusia en crisis que en nada se parecía a la de Moscú. Ahora publican 'En el Transiberiano. Una historia personal del tren que forjó un Imperio'. Gutiérrez (Oviedo, 1962) se especializó en oftalmología en Járkov (Ucrania) y Moscú. Es autora de 'El último verano de la URSS'. Orúe (Zaragoza, 1962) dirige la Feria del Libro de Madrid.

–El flechazo surgió en Moscú, 1994. Y hasta hoy...

–Sara Gutiérrez (S.G.) Nos conocimos el 23 de octubre de 1993 y prácticamente no nos hemos separado desde entonces. Más de 30 años juntas.

–¿Qué les impulsó a subirse al Transiberiano?

–(S.G.) Se me acababa el permiso de estancia en Rusia y un largo viaje en tren me pareció el lugar ideal para profundizar en nuestra relación y determinar si teníamos futuro como pareja; y hacer el Transiberiano a Eva le permitiría tener una visión global, más certera del país sobre el que estaba informando desde Moscú.

–¿Una aventura peligrosa?

–Eva Orúe (E.O). No… o no éramos conscientes. Sí era una aventura, porque la información que teníamos era escasa, así que en determinados tramos y ciudades –alguna de ellas recién abiertas a los occidentales– avanzábamos a ciegas. Pero peligrosa, no.

–Una asturiana y una aragonesa, ¿pareja explosiva?

–(S.G.) Pareja tenaz y alegre.

Portada del libro.

Portada del libro. / REINO DE CORDELIA

–La URSS ya no existía, ¿en qué se notó el cambio?

–(E.O) En el momento del viaje, el estado había desaparecido, las mafias ocupaban su lugar. La política económica de los años Yeltsin dio alas a algunos y cercenó las esperanzas de la mayoría; el país se derrumbaba ante nuestros ojos, todo lo que podía ir mal, iba mal. 

–¿Qué llevaban en la maleta?

–(S.G.) Poca cosa, lo mínimo. Camisetas, pantalones, chubasqueros, jerseys, ropa interior, calcetines, cepillos y pasta de dientes, jabón, trajes de baño, chanclas, sábanas saco, cámara de fotos, rollos de diapositivas, una libreta, un bolígrafo y un par de libros. 

–¿Hoy sería posible repetir ese viaje?

–(E.O.) Pensábamos repetirlo en 2022, de hecho llegamos a tenerlo casi organizado. Pero la invasión de Ucrania nos obligó a cambiar de planes, no queríamos ir a un país que nos es cercano, donde tenemos amigos, pero que ha invadido otro país que fue el hogar de Sara y en el que otros amigos están siendo bombardeados.

–¿Lo que vieron tenía algo que ver con Moscú?

–(S.G.) Tenía poco que ver con Moscú. Un par de ejemplos: Severobaikalsk era entonces un enclave puramente soviético y en Vladivostok la gente circulaba con el volante a la derecha en coches japoneses.

–En realidad, el Transiberiano como tren no existe.

–(S.G.) El Transiberiano no es equiparable a trenes también famosos como el Orient Express o el Transcantábrico, no es un tren determinado, pensado para disfrutar de una ruta concreta, no es un tren de recreo. Transiberianos son todos los trenes que atraviesan Siberia. Pero es cierto que, de alguna manera, se habían apropiado de ese título el Rossía 02 que iba de Moscú a Vladivostok y el Rossía 01 que hacía el recorrido contrario, más de 9.000 kilómetros sin trasbordos. 

–(E.G.) Generalmente, cuando decimos «Transiberiano» nos referimos a un trayecto de lo que en Rusia durante tiempo llamaron Gran vía Siberiana y ahora denominan oficialmente Transibirskaia Maguistral (Vía Transiberiana) o, simplemente, Transib. Transiberiano es el trayecto Moscú–Vladivostok que hicimos nosotras, pero también lo son el Transmanchuriano, el Transmongoliano o el Ferrocarril Baikal–Amur, cuyos recorridos coinciden parcialmente con el principal. Por eso decimos que Transiberianos hay muchos, que el Transiberiano no es un tren, que Transiberiano con mayúsculas no existe.

–¿Cuánto les costó el viaje?

–(S.G.) Los billetes de tren nos costaron en total (para las dos, no a cada una) unos 350 euros; y otro tanto, más o menos, la vuelta en avión. Por la habitación en Severobaikalsk nos cobraron 5 euros por noche; y la factura de un banquete en un lujoso restaurante japonés de Vladivostok subió a casi 20 euros. La comida que comprábamos en los andenes de las estaciones nos suponía céntimos.  

–¿Cómo repartieron trabajo?

–(E.O.) Sara tenía muy claro que quería contar nuestro viaje y nuestra historia. Yo tenía clarísimo que había que contar hasta qué punto la historia del tren es reflejo, y en ocasiones palanca, de la historia del país. Así que ella dividió su parte en un prólogo y cinco etapas, y yo agrupé la historia en seis bloques que se ajustan a esa partición. Cada una trabajó lo suyo, sin dejar de consultar a la otra. En mi caso, y es solo un ejemplo, sin Sara no hubiera podido acceder y leer documentos rusos de principios del siglo XX.

–¿Alguna situación peligrosa?

–(S.G.) Más que peligrosa, desagradable. El encontronazo con el bailarín que no quería aceptar un no por respuesta a su invitación a salir a la pista de baile del restaurante, la discusión con alguna recepcionista que no se había enterado (o no quería enterarse) de que ya no era necesario ningún permiso para viajar por el país… Nada importante, la verdad. 

–¿Qué lugar las fascinó más?

–(E.G.) Paisajísticamente, lo más sobresaliente es el Baikal, un lago que es un mundo: contiene casi el 20 % de la reserva de agua dulce no congelada del planeta y acoge una extraordinaria variedad de flora y fauna (unas 2600 especies, de las cuales tres cuartas partes son endémicas) con un valor científico excepcional. Pero la gran sorpresa fueron Jabárovsk y Vladivostok, que en ese momento nos parecieron mucho más dinámicas y acogedoras que Moscú o San Petersburgo.

–¿Sin el Transiberiano la Historia sería muy distinta?

–(E.O) Sin el Transiberiano, los zares no hubieran podido colonizar, rusificar la Rusia no europea, ni defender sus fronteras orientales; los bolcheviques no hubieran podido propagar la Revolución, ni salvar su industria en la Segunda Guerra Mundial, cuando se llevaron las fábricas más allá de los Urales. Si el Transiberiano no hubiera transcurrido en sus primeros años por Manchuria, el llamado Ferrocarril del Este de China, probablemente Rusia y Japón no se hubieran enfrentado en 1904–1905. Sin duda, el Transiberiano ha modelado la historia rusa.

–Un medio de propaganda pero también de esclavitud…

–(E.O) El uso de mano de obra forzada es una constante en Rusia, tanto en la Rusia blanca como en la Rusia roja. El país se adelantó a casi todos aboliendo la esclavitud el 3 de marzo de 1861, curiosamente un día antes de la primera toma de posesión de Abraham Lincoln, pero la realidad cambió lentamente. Y los prisioneros siempre fueron una fuerza laboral abundante, sumida y barata.

–¿Qué creen que se encontrarían ahora si repitieran el viaje?

–(S.G.) Un país ajeno a la realidad, porque es muy probable que en las calles ni se note que Rusia ha provocado una guerra que parece no tener fin. Un país diferente al que vimos, sobre todo por las edificaciones y las tiendas, que ahora serán abundantes y llamativas, y por la oferta turística, prácticamente inexistente cuando hicimos el viaje en 1994. Y no creo que hayan desaparecido las grandes diferencias entre el oeste y el este, entre Moscú y Vladivostok.

–¿Qué gente sorprendió más?

–(S.G.) Creo que la gente no nos sorprendió demasiado. En ese sentido, ya conocíamos bien el país, sobre todo yo, que había trabajado codo a codo o tratado con oriundos de casi todas las repúblicas soviéticas, en general, y de muchos lugares de Rusia, incluida Siberia, en particular.

–¡Qué descubrieron en su viaje por Siberia?

–(E.O) Lo que, muchos años antes, ya había descubierto Dostoievski: que hay una Siberia habitable, cuerda, benévola, ¿cómo no iba a haber espacios de sensatez en esta área inconmensurable? Y que esa Siberia mítica y terrible existe, pero no existe, al menos, no administrativamente. Y que, sea cual sea la realidad, el peso de la «leyenda blanca» lastra cualquier atisbo de normalidad en la memoria colectiva. Siberia es mucha Siberia.