LIBROS

Crítica de 'La mansión del acantilado': Misterio en el barco perdido

Cada página anuncia una nueva vuelta de tuerca, cada capítulo es el preámbulo de una brecha por la que se asoma el vacío

El investigador Diego Gutiérrez debuta en la novela de aventuras.

El investigador Diego Gutiérrez debuta en la novela de aventuras. / EL PERIÓDICO

Javier Lahoz

Ya tenía yo ganas de hincarle el diente a una buena novela de aventuras. Y por fin ha ocurrido, en este florido mayo, justamente en vísperas de la Feria del Libro. Es sin duda una novela que vive a caballo entre el mundo juvenil y el mundo adulto, pues ha sido inevitable que los elementos que la componen me hayan empujado a aquellos años en los que numerosos misterios me obligaban a permanecer despierto más allá de la madrugada, cuando determinados sueños me quitaban el sueño. Siempre había un tesoro que descubrir o un héroe al que rescatar, siempre había un crimen por investigar o una selva inexplorada. Qué maravilla esta historia creada por Diego Gutiérrez, qué ritmo y qué intriga, una construcción digna de los autores más grandes, exactamente esos que siempre nos han acompañado a los lectores más inquietos. Si bien en su día aprendimos que se podía viajar a la luna o al centro de la tierra, que el hombre invisible era un ente material y que la máquina del tiempo estaba diseñada para que el pasado y el futuro se convirtieran en un presente inmediato, aquí y ahora la ilusión ha regresado con numerosas posibilidades. 

'La mansión del acantilado', publicada por la editorial Los Libros del Gato Negro, es desde el mismo momento de su aparición, una historia clásica que va a permanecer. No le falta de nada, pero tampoco se recrea en los tópicos consabidos. Es fresca y original a la vez que nos remite a no sé cuántas imágenes que nos emocionan porque evocan a las que se alojan en la memoria. En mi cabeza se han dibujado así de repente jardines secretos, grutas oscuras, pasadizos, islas gobernadas por piratas y una casa en la que las maderas crujen mientras las sombras se deslizan por los pasillos. A ver si de una vez se relajan los ánimos y se deja de avasallar con tantas y tantas sórdidas tramas llenas de negrura, y con tantos y tantos pastelones amorosos dignos de telefilme de sobremesa, y queda espacio para el entretenimiento puro y duro, para la sonrisa cómplice y la intriga bien elaborada, en la que la emoción sobreviva a costa del trajín en el que los protagonistas se ven envueltos. Cada página anuncia una nueva vuelta de tuerca, cada capítulo es el preámbulo de una brecha por la que se asoma el vacío, cada línea encierra un significado que hay que saber interpretar, cada palabra está elegida con intención, como si toda causa tuviera su efecto.

Curiosidad y detalle

Hugo Norwood, que volverá más adelante con otras tantas peripecias plasmadas en papel, es un joven que queda al cargo de su tía en una casa enorme y en la que, en breve, se va a celebrar la subasta de una serie de objetos realmente valiosos. La curiosidad le puede y procura no perderse detalle. Un viejo mapa supone una primera llamada de atención. Señoras y señores, el acertijo está servido. Quien quiera participar, que no tenga reparos en entrar en el juego. Bien mirado, podría ser una novela interactiva porque de aquí en adelante es un no parar. Conviene creer en alhajas ocultas, en lugares mágicos y en secretos que aguardan ser descubiertos por una mente lúcida. Hugo forma equipo con dos amigos, Sarah y Jeff, que están pasando el verano repasando materias con una profesora poco simpática y muy estirada. Cualquiera diría que tiene cara de sospechosa. Pero no es fácil sacar conclusiones porque algo similar les ocurre al mayordomo, al jardinero, a la ama de llaves y a todo aquel que se precia en formar parte del servicio y, por ende, al personal que habita todas y cada una de las dependencias. E incluso a quienes solo están de visita. ¿Sospechosos, de qué? Habrá que averiguarlo.

Esta es una novela que se disfruta, que se lee con diversión, literatura en la que lo fácil es implicarse aunque venza la torpeza de no saber seguir las pistas para hacerse, si lo hubiera, con el ansiado botín. Los antepasados se nutren de leyendas que se confunden con certezas, de modo que la aventura es aún mayor. El paso del tiempo añade incertidumbres y la mansión, que es un enigma en sí misma, ha sufrido transformaciones. No, no estoy destripando nada. Son únicamente ingredientes que le dan solidez a este trabajo, un texto perfecto para terminar de cuajo con el aburrimiento con el que cualquier joven, adolescente o adulto se puede tropezar en un momento dado debido al aluvión de dispositivos digitales que acumula a su alrededor.

Narradores de historias con nuestra voz

Que la historia la narre el propio Hugo Norwood le da un valor añadido porque todos hemos querido infinitas veces ser narradores de historias así, y de alguna manera podemos hacer nuestra su voz. Además, es observador, perspicaz y ocurrente, y gestiona muy bien el humor incluso en las situaciones de peligro. Las hay, por supuesto, como corresponde a toda novela de aventuras que cuenta con secretos que merecen ser destapados.

Diego Gutiérrez ha hecho un homenaje a personajes eternos que, en mi infancia, vivían en tierras inaccesibles. Reyes, náufragos, prisioneros, príncipes o mendigos, daba igual. La imaginación hacía lo demás. Volver a ello ha sido emocionante. Nada es tan valioso como sentir que se es parte de una aventura única. Ahí reside la magia de los libros. 

‘LA MANSIÓN DEL ACANTILADO’

DIEGO GUTIÉRREZ

Los libros del gato negro

376 páginas

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