ENTENDER+ CON LA HISTORIA

El paso de Goya por Roma

¿Cómo fue la estancia del pintor aragonés en lo que era la gran capital del arte occidental?

Plaza de San Pedro de Roma en el siglo XVII.

Plaza de San Pedro de Roma en el siglo XVII. / SERGIO Martínez Gil HISTORIADOR Y CO-DIRECTOR DE HISTORIA DE ARAGÓN

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

En la Tardoantigüedad y en los primeros siglos de la Edad Media, las viejas glorias de la ciudad de Roma fueron cayendo en la ruina poco a poco por la falta de mantenimiento, así como se fueron desmantelando sus grandes y monumentales edificios, a los que se fueron dando otros usos más prosaicos o, directamente, se desmontaron para reutilizar sus materiales de construcción. Con el paso del tiempo, esa Roma monumental se fue difuminando, y la antigua gran capital del mundo mediterráneo que, según algunas estimaciones, llegó a alcanzar en algunos momentos hasta alrededor de un millón de habitantes, se fue quedando despoblada. Roma se convirtió en un fantasma, en una triste sombra del poder que había llegado a tener, hasta el punto de contar hacia los siglos XI y XII con apenas 25.000 habitantes.

Hasta mediados del siglo XV no se produjo el primer interés por catalogar las viejas ruinas de la Antigua Roma y darles cierto valor histórico y artístico, y será ya a comienzos del XVI cuando se vea por primera vez un interés por los papas de reconstruir la ciudad para mostrar las glorias de una Roma, ya no pagana, sino cristiana y católica. Fue de hecho el papa Julio II quien inició esa fiebre constructiva que duraría dos siglos y medio y que tuvo su momento álgido entre finales del XVI y el siglo XVII. De ahí salió esa nueva Roma espléndida llena de arte que todos podemos disfrutar hoy en día y que era un reclamo de pura propaganda para tratar de vender el mensaje de una Roma papal triunfante frente al mundo protestante surgido desde la aparición de Martín Lutero.

Retrato de Martín Lutero, contra cuyo credo se erigió Roma para mostrar los logros del catolicismo.

Retrato de Martín Lutero, contra cuyo credo se erigió Roma para mostrar los logros del catolicismo. / EFE

Todo ello atrajo a la ciudad a los mejores artistas de Europa en busca de trabajo y en todos los campos: la arquitectura, la escultura, la pintura, etc.. Todos buscaban destacar y encontrar a un rico mecenas que les sustentara a cambio de obras que nos siguen quitando el aliento hoy en día y abrumando a la masa de turistas que visitan la ciudad eterna cada año. De ese modo, Roma se convirtió en la Edad Moderna en la gran capital del arte, y toda aquella persona que quisiera aspirar a ganarse la vida como artista, debía como mínimo haber pasado parte de su formación en Roma y conseguido trabajar allí. Y es que en aquella época había que viajar para poder ver las obras de los grandes artistas y conocer sus técnicas de trabajo, ya que no existían ninguna de las facilidades con las que contamos hoy en día. No había ni tan siquiera libros de arte con fotografías de esas obras, y como mucho y con suerte podías encontrar una descripción y algún tipo de reproducción de forma muy excepcional.

Esa necesidad fue la que llevó al genial pintor Francisco de Goya a Roma, el epicentro del arte occidental del momento. Pero no le fue fácil llegar hasta allí. Viajar a tales distancias en pleno siglo XVIII albergaba ciertos peligros y era extremadamente caro, dado lo largos que eran los trayectos. Muy pocos se lo podían permitir, pero ya entonces existían instituciones que desarrollaban diferentes concursos cuyo premio era una especie de beca para cubrir buena parte de los gastos. Sin embargo, Goya no ganó el primer premio que le habría dado esa ayuda en las dos ocasiones en las que se presentó, en los años 1763, en el que no recibió ni un solo voto por parte del jurado, ni tampoco en 1766, cuando quedó en segundo lugar.

'Aníbal vencedor contempla por primera vez Italia desde los Alpes', cuadro pintado por Goya para un concurso en Italia.

'Aníbal vencedor contempla por primera vez Italia desde los Alpes', cuadro pintado por Goya para un concurso en Italia. / MUSEO DEL PRADO

Goya tuvo que buscar la financiación para continuar su formación realizando pequeños encargos, recibiendo seguramente ayuda también del que era su maestro, el grandísimo pintor Francisco Bayeu y que luego será su cuñado. También, y aunque no está totalmente confirmado, es muy probable que el pintor de Fuendetodos recibiera también el mecenazgo de los condes de Fuentes, es decir, de los Pignatelli, y que con todo ello pudiera Goya por fin pagarse el viaje a Roma que emprendió entre marzo y abril del año 1770. En su ruta y estancia en tierras itálicas también aprovechó para visitar ciudades como Pavía, Turín, Milán, Venecia y Bolonia antes de llegar a Roma, donde se alojó en la residencia del pintor polaco Tadeusz Kuntze, cuyo nieto, por cierto, fue el grandísimo pintor Federico Madrazo y Kuntz.

Goya estudió aquellos meses las técnicas pictóricas más modernas, aumentó su repertorio de imágenes clásicas sacadas de las esculturas que fue viendo y fue tomando numerosas notas en su Cuaderno italiano, en el que se conservan dibujos, esbozos y notas que iba tomando de todo aquello que veía y estudiaba. Le dio tiempo a presentarse al concurso de pintura de la Academia de Parma donde, aunque no ganó el primer premio, sí que obtuvo una mención especial por parte de un jurado que alabó su uso del pincel. Francisco de Goya pasó un año en Roma regresando precipitadamente a Zaragoza a mediados del año 1771. Se cree que fue en parte por recibir un aviso del empeoramiento de la salud de su padre, Braulio José de Goya. Pero también, justo en ese momento, Francisco recibió el primer gran encargo de su carrera: el coreto de la capilla de la Virgen en el Pilar de Zaragoza. Comenzaba así una carrera que le llevaría a la cúspide de la pintura a nivel mundial.

Suscríbete para seguir leyendo