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Aragón y la Batalla de las Navas de Tolosa

El 16 de julio del año 1212 se libró la batalla de las Navas de Tolosa

Batalla de las Navas de Tolosa, por Francisco de Paula Van Halen (Museo del Prado).

Batalla de las Navas de Tolosa, por Francisco de Paula Van Halen (Museo del Prado). / SERGIO Martínez Gil HISTORIADOR Y CO-DIRECTOR DE HISTORIA DE ARAGÓN

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

Hubo muchas batallas a lo largo de la Edad Media en la península Ibérica que llevaron el avance territorial de los núcleos cristianos desde el norte hacia el sur, conquistando el territorio andalusí. Algunas de ellas conocidas, otras muchas no tanto a pesar de su importancia, como es el caso de la Batalla de Cutanda. Una de las más decisivas en ese proceso de conquista y en el que las huestes de Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y de Pamplona, infligieron una contundente derrota a los almorávides en el año 1120. Pero por fama y también por importancia, así como por sus circunstancias, hay una que destaca por encima del resto: la Batalla de las Navas de Tolosa.

El Imperio almorávide, cuyo núcleo natal fue el norte de África, conquistó rápidamente al-Andalus poniendo además en serios apuros a los cristianos a partir del año 1086. Pero con el paso de las décadas su empuje se fue desgastando llegando a desaparecer a mediados del siglo XII, siendo sustituido por otro imperio norteafricano: los almohades. ¿Cómo se organizó la campaña militar que llevó a esa batalla y cuál fue la participación de la Corona de Aragón en ella?

A comienzos del siglo XIII la cristiandad peninsular estaba dividida entre los Estados que conformaban la todavía incipiente Corona aragonesa, es decir, el reino de Aragón y el condado de Barcelona, así como los reinos de Navarra, León y Castilla, estos dos últimos separados en ese momento y con sus respectivos monarcas. El impulsor fue el rey de Castilla Alfonso VIII, probablemente a causa de la pérdida frente a los almohades del castillo de Salvatierra, al sur de la actual provincia de Ciudad Real y que hasta entonces había sido un puesto avanzado de la orden de Calatrava. Fue entonces cuando el rey castellano empezó a pensar en una campaña que fuera definitiva, ya no para reconquistar esta posición, sino para acabar con la amenaza que suponían los almohades al mando de su emir, Muhammad an-Nasir. A este se le conocía como Miramamolín, nombre derivado de la adaptación fonética de uno de sus títulos, Amir al-Mu’minin, que en árabe significa «príncipe de los creyentes».

Pedro II de Aragon,'el católico'.

Pedro II de Aragon,'el católico'.

Pero Alfonso VIII sabía perfectamente que una campaña de esa envergadura y con un objetivo tan ambicioso no tenía visos de saldarse con éxito sólo con sus propias fuerzas, de modo que buscó una gran alianza para completar las fuerzas que necesitaba. De ese modo consiguió el apoyo de Sancho VII el Fuerte, rey de Navarra, y de Pedro II el Católico, rey de Aragón. Además, solicitó también al papa Inocencio III que le concediera la bula de cruzada y así conseguir más recursos económicos además de la posibilidad de que acudieran a la península un buen número de caballeros deseosos de batallar, de encontrar gloria, perdón a sus pecados y un suculento botín. Mientras tanto, Alfonso IX de León se negó a participar, y su homólogo castellano trató de buscar el compromiso del monarca leonés con la intermediación papal para que las huestes leonesas no aprovecharan las circunstancias y atacaran a los castellanos por la retaguardia, aprovechando que el grueso de las mesnadas castellanas estaría centrado en la campaña contra los almohades en el sur. De poco le sirvió.

Los preparativos comenzaron en el año 1211, congregándose los ejércitos aliados cerca de Toledo. Pero fue el 20 de mayo del año siguiente cuando el gran ejército, que se estima que contó con alrededor de 12.000 efectivos, inició su avance hacia el sur. Este no fue demasiado rápido, lo que enfadó a los caballeros que habían acudido del resto de Europa y acabaron retirándose en su mayoría salvo unos pocos. Aun así, la campaña prosiguió su avance hasta llegar a Sierra Morena, que seguía suponiendo una auténtica muralla natural y que protegía todo el sur andalusí. El ejército cristiano se encaminó hacia la zona donde se había acantonado el ejército almohade, que a pesar de las irreales cifras que se han dado, se estima en unos 20.000 efectivos.

Recreación de la batalla por su 800 aniversario, en 2012.

Recreación de la batalla por su 800 aniversario, en 2012. / JOSÉ MANUEL PEDROSA

La orografía de la zona hacía complicado el avance, pero según las crónicas de la época un pastor de la zona les desveló un sendero poco transitado y desprovisto de vigilancia por el que los cristianos pudieron avanzar hasta poder por fin llegar a los Llanos de La Losa o Navas de Tolosa. Más tarde, circuló la historia de que ese pastor que les había mostrado el camino era San Isidro, mostrando así la voluntad de Dios de que la campaña llegara a buen término. Por fin, entre los días 15 y 16 de julio de 1212 comenzó la batalla, una de las más encarnizadas que se habían visto y que inclinaron a favor del bando cristiano las famosas cargas de caballería de Pedro II de Aragón y Sancho VII el Fuerte.

Así, los cristianos lograron romper las líneas almohades y consiguieron una victoria decisiva ese día. Y no fue importante sólo por el mero hecho de ganar, sino que la victoria abrió la puerta a los cristianos para poder avanzar por fin hacia el valle del Guadalquivir y prácticamente acabar así con el poder almohade. De hecho, en las dos décadas siguientes ciudades como Córdoba, Jaén o Sevilla fueron conquistadas por los castellanos, quedando tan sólo el reino nazarí de Granada, fundado en esa época gracias al desmoronamiento del poder almohade y que aguantaría más de dos siglos y medio hasta su conquista en 1492.

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