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La cruzada de Jaime I

En el año 1269, el rey aragonés se embarcó en su última gran y fallida aventura

Últimos momentos del rey Jaime el Conquistador, por Ignacio Pinazo Camarlench, 1881. Museo del Prado.

Últimos momentos del rey Jaime el Conquistador, por Ignacio Pinazo Camarlench, 1881. Museo del Prado.

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

El reinado de Jaime I el Conquistador no deja indiferente a nadie, y desde luego fue uno de los más importantes tanto para el desarrollo de la Corona de Aragón como para el reino aragonés en muchas facetas. Con razón le dio tiempo a tantas cosas ya que, de hecho, ostenta el reinado más largo de la historia aragonesa con la friolera de 61 años en el trono. Incluso ha estado hasta no hace demasiado en el top 10 mundial (conocido) de monarcas con más años de reinado, siendo desbancado de ese top en la última década por la ya fallecida reina Isabel II de Inglaterra

Es cierto que decir que estuvo 61 años reinando es hacer un poquito de trampa, ya que se convirtió en rey en septiembre del año 1213 cuando apenas tenía cinco años tras la muerte de su padre, Pedro II el Católico, en la famosa Batalla de Muret en el sur de la actual Francia. Aun así, una vez que pasó su minoría de edad siendo educado por los caballeros templarios en la formidable fortaleza de Monzón, tuvo que pasar años duros en los que debido a su juventud, no fueron pocos los nobles y gentes poderosas quienes trataron de sacar tajada e incluso destronarle.

Pero con el paso del tiempo, y también con sus grandes expediciones militares que focalizaban esas ansias de riqueza y poder de la nobleza hacia el exterior, Jaime I fue tomando con firmeza sus dominios. Famosas son sus conquistas primero en las islas Baleares, las cuales convirtió en un nuevo reino que añadió a su Corona. Después le tocó el turno a tierras valencianas haciendo lo mismo, algo que todavía en Aragón se le suele recriminar tantos siglos después ya que la zona levantina era el área de expansión natural del reino aragonés para conseguir una salida directa al mar, cosa que no logró tras crear el reino de Valencia.

Jaime I creó el Reino de Valencia tras conquistarla.

Jaime I creó el Reino de Valencia tras conquistarla. / EUROPA PRESS

También llegó a invadir tierras murcianas cuando se produjo en aquella zona una importante rebelión de los mudéjares (musulmanes que viven en territorio dominado por cristianos), saliendo así en ayuda de su yerno, el rey Alfonso X el Sabio de Castilla. Como se puede ver perfectamente, Jaime I se ganó a base de bien ese apelativo de «el Conquistador» por el que ha pasado a la historia, ya que prácticamente duplicó los dominios que heredó de su padre, aunque no es menos cierto que sus polémicos testamentos dividiendo sus Estados entre sus hijos provocaron no pocos problemas en la Casa de Aragón.

En el caso concreto del reino aragonés, su reinado también fue clave con esa compilación legal que ordenó hacer al obispo de Huesca, Vidal de Canellas, para poder así recoger y sintetizar de una forma más sencilla todos esos complejos fueros que los monarcas anteriores habían ido concediendo a las diferentes ciudades, villas, poblaciones y territorios, y que complicaban mucho el gobierno.

Pero por lo que Jaime I consiguió un importante prestigio en la cristiandad europea de su tiempo, fue sin duda por esas grandes victorias militares y conquistas que he ido mencionando convirtiéndose en uno de los grandes paladines de la lucha contra el islam en ese siglo XIII en el que todavía seguía vivo el espíritu de las cruzadas. De hecho, en ese sentido compitió con el rey Luis IX el Santo de Francia, quien también impulsó cruzadas como forma de conseguir prestigio y un lugar preeminente como líder de la cristiandad. Por ello, Jaime I de Aragón, ya en los años finales de su largo reinado, acabó emprendiendo la única gran campaña fracasada de todo su reinado: el intento de cruzada para conquistar Tierra Santa.

En el Llibre del feyts o Libro de los hechos, en el que el monarca hace un repaso desde su punto de vista de lo que había sido su largo reinado, dedica un amplio espacio de hasta diez capítulos a ese intento de organizar una cruzada para recuperar los santos lugares. De haberlo conseguido se habría convertido en el único monarca hispánico en conseguirlo, cosa que nunca se logró porque, al fin y al cabo, eso de «luchar contra el infiel» lo tenían muy cerca en la misma península Ibérica y no hacía falta cruzar todo el Mediterráneo para realizar caras y peligrosas expediciones.

Vista de la Ciudad Santa de Jerusalén con la dorada Cúpula de la Roca.

Vista de la Ciudad Santa de Jerusalén con la dorada Cúpula de la Roca. / EL PERIÓDICO

Pero para Jaime I, este iba a ser el último gran proyecto de su reinado y el gran broche de oro de haberle salido bien. Desde hacía tiempo habían irrumpido en Oriente próximo los tártaros con Hulagu Kan a la cabeza, un líder que aunque era de religión budista, en su entorno había poderosos grupos de cristianos nestorianos que promovían luchar contra los musulmanes y colaborar incluso con los cristianos europeos. De aquellas conversaciones y envíos de embajadas acabó saliendo una alianza y la organización de aquella cruzada en la que Jaime I se embarcó en persona el 4 de septiembre de 1269 con una importante flota. Sin embargo, al poco de zarpar de Barcelona, se desató una importante tormenta que disgregó a toda la flota antes incluso de alcanzar las islas Baleares. El mismo barco del rey Jaime sorteó como pudo el mal tiempo y el peligro de hundimiento, llegando finalmente a las costas del sur de Francia.

Ante el desbarajuste provocado por aquella tormenta, el ya cansado y anciano monarca decidió cancelar una expedición que, ante el poder de los elementos naturales, creía que Dios no aprobaba. El monarca regresó a sus dominios, aunque algunos barcos de la flota sí que continuaron el viaje hasta llegar a Oriente. Pero al ver su soledad y enterarse de lo que había ocurrido, decidieron regresar a casa. Aquella aventura, ese viejo sueño que también había compartido más de un siglo antes Alfonso I el Batallador de un rey aragonés plantando su estandarte en Tierra Santa, había llegado a su fin.

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