El Real Zaragoza acudió a Sevilla con una oración bajo el brazo. Cuando el miedo aprieta y no hay donde agarrarse, el ser humano, creyente profundo o ateo de profesión, reza con todas sus fuerzas. La cuestión es que este equipo descreído y sin dioses mayores ni menores en la plantilla, no sabe muy bien a quién dirigir sus plegarias, aunque desde ayer, si vuelve a necesitar ayuda, mirará al cielo para que baje Xavi Aguado. El defensa se elevó a la salida de un córner para marcar de cabeza el tanto de un triunfo que detiene la caída en picado del conjunto de Txetxu Rojo y que abre un paréntesis en la crisis. Su gol fue oxígeno puro para el enfermo, pero, por desgracia, no la cura definitiva por lo que pudo apreciarse frente a un Betis envenenado por su histriónico presidente. Uno no es capitán porque sí. Después del desastre en Ginebra, mientras el conjunto aragonés esperaba el avión para regresar a Zaragoza, Aguado se sentó aparte, como una esfinge esculpida por el dolor sincero de quien siente un club más allá de su deber profesional. Muy pocos ofrecían esa imagen de ira, y su rostro, endurecido por el fracaso, era el busto perfecto de un ganador que no acepta la derrota. De poco les sirve a este tipo de hombres que se les recuerden por sus hazañas, como la que protagonizó en la Copa del Rey, también en Sevilla, al conseguir el empate y conducir a todos sus compañeros hacia el título tras una memorable actuación individual. Se alimentan del presente, y el del Real Zaragoza, que llegaba hundido, le necesitaba más que nunca. No fue la suya una aparición fortuita. Como los ángeles de la guarda, dosifica y administra sus intervenciones milagrosas. El encuentro se jugaba en el barro, bajo una lluvia bíblica, entre dos equipos sin medios técnicos ni recursos colectivos como para escapar del empate sin goles. Las acciones a balón parado, sin posibilidad de maniobrar en mitad del charco y la hierba acelerada por el agua, empezaron así a cotizar al alza. Un córner botado por Acuña en el minuto 59 acudió en la búsqueda de Bilic y Yordi, pero no, no fueron ellos quienes saltaron a por la pelota. Inmisiercorde, poderoso y decidido, Aguado prestó su cabeza para firmar el primer triunfo en los siete últimos encuentros y para gritarle a sus compañeros que si nada funciona, siempre queda el motor auxiliar de la ambición, el mismo que le hizo volar a él en el estadio Manuel Ruiz de Lopera. Porque el Real Zaragoza, pese a que Txetxu Rojo mostró un dibujo razonable en la alineación sin los tres pivotes y con la incorporación de Garitano y Marcos Vales al centro del campo en lugar de Vellisca y Chaínho, es presa todavía de muchos defectos, el primero su tendencia al paso atrás sea cual sea la fachada de la alineación. El Betis, pese a su desahogada posición en la Liga, casi nunca dio muestras de enemigo considerable. Le hizo mucho daño la salida de tono de Lopera en la famosa juerga de Halloween, tanto que el público se echó encima del equipo en general y en particular de Denilson y Joaquín, los mejores efectivos de Juande Ramos. Mucha tensión para un grupo limitado. Feo y físico, el partido presentó la iniciativa del Betis, ordenado y pétreo pero hueco para intimidar arriba. Los andaluces intentaron tirar la fortificación de Rojo, que sólo se tambaleó por el flanco de Pablo. Sundgren, Rebosio y Aguado conservaron el nervio templado para defender el 0-1 en la recta final ante un rival que recurrió sin éxito al ataque directo, a los pelotazos al área atrincherada de Juanmi, de nuevo excelente toda la tarde. Tampoco la escuadra aragonesa pudo presumir de artillería, porque Bilic no tuvo la supuesta compañía de Juanele ni la de Marcos Vales. Aún así, dispuso de tres ocasiones claras en la primera parte para adelantarse en un disparo apresurado de Bilic, un lanzamiento de Acuña que encontró el larguero y, la mejor, un tiro de José Ignacio solo ante Prats, una oportunidad que en otros tiempos menos tormentosos nunca hubiera errado el riojano. A Garitano la lluvia le es familiar, y el esfuerzo en campos pesados le motiva. Fue el suyo un partido grande en el trabajo y un derroche de orgullo. Otro veterano que se niega a que le cuelguen la etiqueta de caducidad. Pero fue Aguado el héroe. Ensangrentado acabó el partido. Que en el futuro cuelguen ese póster en las escuelas de futbolistas, y que ahora le recen.