El italiano Damiano Cunego, un ganador del Giro de Italia y habitualmente un atacante respetado y temido, buscó ayer a la holandesa la victoria de etapa. Al igual que la selección de Robben y Sneijder, prescindió de las virtudes que marcan su personalidad en pos de su objetivo, el triunfo en Saint Jean de Maurienne. Holanda dejó en el empeño surafricano, por culpa de tanta patada, buena parte del respeto acumulado. El caso de Cunego no llegó a ser tan grave, pero es más normal verlo dando la cara y con el pelotón detrás, que, como ayer, chupando la rueda de Luisle Sánchez, Chartreau y Casar por si podía sorprenderlos a la hora de disputar el esprint.

No es que chupar ruedas sea un delito en el ciclismo. A fin de cuentas, se trata solamente de un estilo de correr muy práctico y todo vale en la guerra deportiva. A lo largo de los años ha habido célebres chuparruedas que han pasado a la leyenda por haberse llevado a veces el gato al agua. El ejemplo más claro fue Joop Zoetemelk, un excelente escalador holandés que, víctima de la circunstancia de tener que pelear siempre con corredores de la talla de Eddy Merckx, y Luis Ocaña, se acostumbró a ocupar la cola en todas las escaramuzas. Cuando finalmente ganó en Tour, en 1980, fue porque asumió el papel de un verdadero capitán. ¿Y quién no recuerda la famosa llegada del Tour a Futuroscope, en 1986, cuando José Ángel Sarrapio le robó la cartera a Bagot después de aprovecharse con tanta astucia como caradura del esfuerzo del corredor francés del equipo Fagor?

Y, sin ir tan lejos, hoy en día tenemos también un chuparruedas ilustre: Cadel Evans, a quien los españoles conocen como ´garrapata´ y no precisamente porque le guste situarse en cabeza del grupo.