El mal tiempo trae estas cosas. Cada vez que se abre una puerta, entra el frío. Se ha comportado hasta ahora el otoño en la calle, pero azota duro el cierzo en La Romareda. Ha entrado en el estadio, en el vestuario, en el club, donde se dejan sentir fracturas que anuncian la reconocible gelidez futbolística. A alguno ya le dan ganas de que se termine la temporada, visto el quilombo actual y el sufrimiento que viene. Los mensajes de la semana, que sirvieron para fortalecer momentáneamente la figura del entrenador, dieron paso ayer a algunas imágenes indignas del Zaragoza, con cierto regusto rancio. Es la tensión, que a veces hace saltar chispas y otras crea fracturas. Ayer convergieron ambas en una matinal de terror y combustión.

La primera descarga dejó ese relámpago de discusión entre José Enrique y Manu Lanzarote, que ya habían tenido sus roces en el partido frente al Sevilla Atlético. En el Sánchez Pizjuán, el zaguero reclamó en un par de ocasiones al catalán que echara una mano en defensa, a lo que Lanza respondió con fogosidad y aspavientos. Ayer, la discusión llegó casi al límite después de que el lateral le enseñara el desmarque en largo y Lanza insistiera en pedir el balón al pie. El debate, bien común en el fútbol, se tornó feroz, dejando al aire la irritación que domina hoy la escena zaragocista.

Las palabras subieron de tono hasta que apareció raudo Zapater a sofocar un fuego más propio de otros tiempos. Ayudó Milla también, que más tarde pidió «humildad» en la sala de prensa. «Tenemos que saber dónde estamos y lo que somos», dijo el técnico, aunque no especificó si el recado iba dirigido hacia arriba o hacia abajo.

Por ahí marcharon también las declaraciones de Marcelo Silva, que incidió en que nadie puede ganar un partido solo. Tampoco dio nombres, aunque se sobreentendió que el destinatario era el mismo, Lanzarote, reconocido polvorilla que se ha ido labrando cierto aire narcisista en las últimas semanas, con esa apariencia añadida de eterno pasota. Participa menos e intenta disolver los partidos en acciones individuales, y solo a balón parado. La absurda constancia en la búsqueda del gol olímpico, por ejemplo, cansa fuera y molesta dentro. «Hay que correr por el compañero y no pensar que uno puede sacar solo el partido. Esto es un equipo», zanjó el uruguayo.

Queda Zapater, quien sacó un misil del polvorín zaragocista para lanzarlo por la plataforma televisiva nada más acabar el partido. Tampoco le puso nombre, aunque iba teledirigido, se supone, a la directiva por las tempranos rumores sobre la destitución de Milla. «Desgasta el runrún. Quien lo pretendió hacer (inició), si quería lo mismo que yo, que es el bien del Zaragoza, no iba por el camino que quiero yo. Ayudar no ayuda. Igual si hubiéramos ganado, ahora habrían dicho que era por eso. Ya lo dijo Cani (el respaldo al entrenador) y ahora lo digo yo. Cuando se acaba un partido, en caliente pocas cosas se pueden decir. Y el runrún que hubo la semana pasada empezó nada más acabar un partido», insistió Zapater en el cierre de una semana eterna que ha dejado al aire el arsenal de problemas internos. Pasa el Pilar, llega la guerra. Estallan bombas en La Romareda. Esto no es un campo, es un polvorín.