Cada noche se repite la misma parafernalia en Moscú. En la zona ubicada entre las estaciones de Teatralnaya y Kuznetsky Most se reúnen centenares de hinchas de todo el mundo, incluso de países que no compiten en el torneo. La fiesta en la calle es espectacular, con predominio de los sudamericanos, expertos en poner color y probar fortuna con más de una joven rusa. El buen rollo predomina, solo cortado por algún conato de violencia de los ultras locales que siempre solventa con celeridad la policía en una cita mundialista que está pasando sin incidentes.

Entre la multitud de temas musicales destacan dos hits en castellano que causan furor. Uno es entendible porque sigue de moda. El Despacito del puertorriqueño Luis Fonsi triunfa cada jornada. Pero también hay tiempo para el pasado. La Macarena, ese éxito de Los del Río, suena en Moscú. Han pasado 25 años desde su lanzamiento y sigue moviendo cuerpos.

España, complicada

Mucho han cambiado las cosas en dos semanas de torneo en Rusia. Horas antes de la inauguración en el Luzhniki el ambiente era tranquilo. La gente no creía en el anfitrión. Solo había pesimismo después de siete partidos sin ganar. Las goleada a Arabia subió el entusiasmo, pero no excesivamente. Todo cambió con el triunfo ante Egipto. Rusia volvía a unos octavos de final, lo que no pasaba desde los tiempos de la URSS. Coches con banderas, gente en las calles, alegría masiva por todos los rincones... El fútbol volvía a ser importante.

En el Luzhniki jugará de nuevo la selección rusa este domingo ante España. La derrota contra Uruguay ha bajado los humos a los anfitriones. «Contra Portugal habría posibilidades, pero ahora es casi imposible. Somos peores, aunque tenemos orgullo y es un torneo de sorpresas», explica un aficionado del Spartak. A su lado se amontonan los hinchas en la calle Nikolskaya, cerca de la Plaza Roja. Iniesta es el primer nombre que aparece cuando se pregunta por los jugadores de la Roja.

El español abunda por las calles y los piques entre argentinos y brasileños son constantes. A un cántico contra Maradona responde otro riéndose de los siete goles de Alemania en 2014. Y así toda la noche. Los hinchas analizan el juego español. «Esperaba más, pero esto es largo, se metieron en el lado bueno del cuadro y tienen a Isco, que es mejor que Messi», suelta Matías, un argentino que espera más de Leo.

Monitores en el metro

El fútbol se palpa como nunca en el país presidido por Putin. Incluso puede seguirse en el metro, esa maravilla de 14 líneas y 214 estaciones impulsada por Stalin en 1935 que comunica con eficiencia a la capital moscovita. Los vagones de algunas líneas cuentan con monitores para seguir los partidos.

«España nos echará del Mundial pero se ha recuperado un poco el interés por la selección. Se habían hecho las cosas muy mal. Hay ilusión», explica un joven en perfecto inglés. A unos metros sorprende ver a un tipo con la bandera de Bolivia. «Vine a disfrutar de todo el Mundial. Estamos en el mismo grupo que Italia, Estados Unidos o Chile», bromea sobre otras selecciones nacionales que no han acudido a este torneo, a la gran fiesta del fútbol mundial. En ella también la fiesta fuera del campo es lo primero.