El proceso del deshielo es lento. Gota a gota se va despidiendo la nieve de las laderas superiores del Pirineo. Únicamente quedarán para el verano los neveros glaciares, cada vez más solitarios. Son pocas semanas en las que el caminante puede aprovechar la impactante sensación de caminar sobre el frío y sentir el calor en la cara, un contraste que agudiza la sensación de aventura en los amplios parajes abiertos del bello Sobrarbe.

La entrada a Viadós, al fondo del Bal de Chistau y dentro del Parque Natural Posets-Maladeta, se hace desde San Juan de Plan por una vía de unos diez kilómetros que desemboca en el refugio. Existe la opción de apearse del coche antes, en Virgen Blanca o en el campamento El Forcallo. Desde este punto se interpretan los datos de esta página.

Los primeros pasos se dejan guiar por las reconocibles marcas de la GR11. Pronto se atrapan las laderas verdosas de Viadós. Sus bordas esperan cerradas al ganado y a sus pastores en una visión bucólica de un Pirineo que fue, es y resiste al turismo. La comparación con la Comarca del Señor de los Anillos encajaría en la imaginación de un Tolkien aragonés y chistabino.

El cruce del puente sobre el torrente de Añés implica el primer desvío. Se dejan las marcas que mandan a Estós para tomar, hacia la derecha, las que indican el cruce a la Ribagorza por La Forqueta. Este itinerario coincide con la Ruta de los Tres Refugios en dirección al Angel Orús. 

Las laderas se van despejando poco a poco a la capa de nieve invernal ante la primavera. VÍCTOR HERRERO / S. R. A.

El ascenso es constante sin ser exigente si se tiene una forma respetable. Un cartel indica las dos horas y media hasta el objetivo del Ibón de Millás. La subida se hace por la izquierda del barranco de la Ribereta contemplando con impresión el Puntal de Barrau. La senda se protege entre el bosque de pinos y las paredes retorcidas que se desbordan al aire en la tremenda cresta del Espadas. Es curioso contemplar algunos bancos de madera construidos en una ascensión maldecida por miles de aprendices del Virgen Blanca en tantas décadas de veranos de rozaduras.

Una curiosa imagen fuerza la parada. Bajo un pequeño árbol brota la Font de Incante, una ducha de color ferroso que ha acariciado y tintado la roca durante tanto tiempo como si de una cueva exterior se tratase. Pronto después se alcanza el fondo del barranco donde se reduce el arbolado y aumenta el manto de nieve. Se remonta en zig zag para superar el salto del agua ahora oculto en su cubierta de hielo.

Se abandona aquí el GR que sube al collado de Forqueta o Grist para, en no más de veinte minutos y en repecho de nieve dura, alcanzar el circo donde reposan las aguas congeladas y atrapadas por una presa del ibón. La estampa es excelente. El grandioso Espadas asoma punki a la izquierda y a la derecha guardan las siluetas dentadas del Beraldi y Los Eristes, linde del rincón de Bagüenyola. 

Seguimos la marcha cambiando de rumbo hacia el suroeste. En ascenso nos dirigimos hacia la basa donde duerme el Ibón de Lenés. Unos visibles hitos de piedra son los guías que hay que seguir si la mirada permite no caer hipnotizado por las vistas si hace bueno. Gran Bachimala, Punta Suelza, Robiñera, Tres Soroes... la inmensidad del Sobrarbe paraliza el pestañeo. 

El Macizo de Llardana y Espadas, al terminar la ruta. VÍCTOR HERRERO / S. R. A.

Abajo queda ahora menos impresionante Barrau y diminutas las bordas de Viadós. Una cabaña desvencijada da la bienvenida al plano de Lenés flanqueado por murallones desprendidos. Hay que darles la espalda para continuar, en no más de media hora, hacia el Ibón d’es Luceros circundando un tozal sobre la cota de 2.500 metros, máxima del día, y cruzando el collado del que surge la cresta cimera hacia el pico Solana. El ibón no es tan majo como sus hermanos y se bordea enlazando unas señales verdes que agudizan nuestros sentidos.

Empieza una bajada incómoda porque la pendiente se precipita entre pinos y piedras y porque en ocasiones es complejo encontrar los hitos. Pronto se abre debajo el alargado Ibón Pixón hacia donde, de forma cautelosa, se descuelgan los pasos. Merece la pena bajar hacia su boca porque la perspectiva deja una visión bonita con las tucas y agujas de Sen como telón pétreo.

Desde aquí se sigue las pinturas camufladas con cuidado cerca del chorro de alivio del lago glaciar. Se va perdiendo altura con rapidez hasta alcanzar unos prados donde no es extraño encontrar ixarsos. De nuevo por el bosque la, por fin, clara senda gira al norte entre un pinar de largo tronco hasta morir en la pista paralela al Zinqueta. El puente cerca del Refugio d’es Plans badea las rugientes aguas que han perforado el Chistau y permiten relamerse en la despedida del Llardana y el Espadas.