Ese primer día no llegó ni a la cabaña de Literola. Cansado, con hipoglucemia, se dio la vuelta a la media hora. Si en ese momento le dicen que dos años después iba a completar no una, sino dos ultras en un mismo verano no se lo cree. Es la hazaña de Arturo Carvajal, un barbastrense con cachirulo encasquetado que ha afrontado su adaptación a la diabetes y a los deportes de montaña como un estilo de vida. 

No se queda ahí. Ahora encima difunde desde su cuenta de Instagram ‘Diabetes de altura’ sus experiencias y consejos a los demás y recibe el mejor feedback. «Empecé como una forma de mostrar mis avances y ahora siento el agradecimiento de los demás. Me ayuda saber que estoy ayudando», reconoce Arturo.

Su camino es todavía largo e incierto como un crestero pirenaico con los que se atreve. Con botas y bastones, con los esquíes, con su perrita Dalia, o encima de una bici, desde el ensayo-error conociendo su cuerpo y la enfermedad y asumiendo récords para superar sus límites, eliminar los miedos y dar ejemplo para que otros se sientan mejor.

Hace dos veranos completó en los primeros cinco días de agosto más de 332 kilómetros y casi 10.000 metros de desnivel ascendiendo las Serols desde el Balcón de Pineta y Tuca Llardana a pata haciendo el funambulista por la Cresta del Espadas. Y todos los enlaces pedaleando incluyendo la ida y vuelta a Barbastro. «Salió de la nada y supuso un antes y un después. Quería hacerlo y lo hice. Me demostré que sabía gestionarlo y que podía controlar la diabetes», relata este aragonés de 28 años al que le acompañaron en su aventura sus inseparables Rubén Rodríguez y Alberto Badel. Fue entonces cuando abrió la cuenta para difundir su reflejo a aquellos que mantenían sus temores.

La frustración

Estrés. Normal, con el TFG a cuestas, no le dio mucha importancia a esos kilos que había perdido o la insistencia en ir al baño. Los nervios. Hasta ese día, ese 25 de marzo de 2019 tuvo que ir al médico por un catarro. Los análisis despertaron una sorpresa. Era diabético. El golpe fue rotundo por una sentencia. Debería dejar de hacer deporte ese primer mes. Él, que no paraba. Futbolista, aficionado al crossfit, el mismo que al terminar la carrera en Asturias se volvió a casa en bicicleta en una carrera de una semana. El montañero al que no le gustaba madrugar, que en su primer ataque al Aneto se quedó en el Paso de Mahoma, tenía que adaptar su rutina a los pinchazos de insulina y a contar cada hidrato que cruza su garganta.

«No entendía por qué no podía hacer deporte ese primer mes. Mi hermana pequeña es diabética desde que tiene un año y a ella le aconsejan practicarlo», reconoce Arturo. La frustración fue a más cuando el cansancio le abatía, no entendía por qué pasaba de la hipoglucemia (bajada de azúcar) a la hiperglucemia (subida), no saciaba la sed, no sabía cuánto o cuándo comer, cuando pincharse para saber sus datos o si debía corregir los niveles con más insulina o hidratos de absorción rápida…

Conocer a Pilar Martín fue una bendición. Esta endocrina de Madrid le enseñó a templar sus temores, a ganar confianza, a conocer. «Me enseñó a adaptar la diabetes a mi estilo de vida y no al revés», sentencia. Las lecciones fueron cayendo cada fin de semana, no perdonaba ni uno desde que terminó el confinamiento: mejor no pincharse mucha dosis antes de salir, no alterar el planteamiento, saber cómo afectará el hacer ese ejercicio posteriormente a su organismo y, sobre todo, ir aprendiendo de cada error sabiendo que nada es perfecto ni controlable.

El cachirulo es insustituible en su atuendo. SERVICIO ESPECIAL

Todos esos aprendizajes son los que narra, con un estilo sencillo y claro en ‘Diabetes de altura’, el perfil de Instagram que se abrió tras su primer reto. «Muchas veces lees cosas sobre la diabetes en un tono muy científico. Yo solo expreso lo que hago de forma sencilla. Llegar a la gente. Quien quiera saber más debe ir a un endocrino», añade.

En sus publicaciones cuenta la cantidad de azucarillos, barritas, frutos secos o geles que lleva según la actividad, cómo es mejor ponerse una dosis dos horas antes de comenzar para no empezar con insulina activa y, de esta manera, evitar grandes alteraciones, cómo proteger los sensores del frío, el sudor o la lluvia o trucos para pincharse con el glucómetro capilar y no ‘agujerear’ los dedos. Y no se olvida de dar consejos a aquellos que rodean al diabético. «Me han escrito padres para darme las gracias. En muchas ocasiones son los que peor lo llevan», añade Arturo, socio de Montañeros de Aragón de Barbastro y que no olvida ese primer día que hizo un ascenso en solitario a la Tuca del Mon y contemplar Benasque bien abajo.

Ávido de más emociones, este verano se puso otra meta: superar un ultratrail. O dos. Durante un año se fue preparando con su amigo Alberto y su entrenador, Néstor Arilla. «Mi gran temor era que en esas mochilas tan pequeñas no me iban a caber todas las barritas», bromea. Primero se atrevió con la Gran Maratón (45 kilómetros), que fue una prueba de una medición. «Terminé muy contento, más que por la carrera, por haber controlado bien la diabetes. Fui despacito, a mi ritmo y cada quince minutos tomaba parte de una barrita y bebía. Me sobró mucha comida», indica. Por eso hacer la Vuelta al Aneto (56 kilómetros) estuvo chupado. «Y encima los últimos kilómetros, desde el refugio de Llauset, los hizo con Alberto. Fue una pasada terminar con él. No me lo podía creer», relata.

Ahora ya piensa en el tercero, pero prefiere callar, hasta que no tenga todo atado. Otro reto deportivo para superar el miedo a la diabetes, contarlo y ayudar a otros. Una persona de altura.