La montaña en Aragón

Los amigos de Panticosa

Segismundo Martínez y Marian Sánchez cerraron esta semana 26 años como guardeses de la Casa de Piedra y Bachimaña y testigos de la evolución del montañismo, el Balneario y de los refugios de alta montaña

‘Segis’ posa con su hermano Nano y su cuñado el pasado martes en su despedida.

‘Segis’ posa con su hermano Nano y su cuñado el pasado martes en su despedida. / SERVICIO ESPECIAL

Sergio Ruiz Antorán

Sergio Ruiz Antorán

De casete al pen. Su música. Mucho jazz y cada vez más blues. Esa primera tarde de jubilación se dedicó a ello, a volcar lo analógico a digital. Los nuevos tiempos, dicen, esos que pasan tan rápidos que ni te enteras, esos que son metáfora de los 26 años que han pasado entre la Casa de Piedra y Bachimaña. Marian Sánchez y Segismundo Martínez dejaron de ser esta semana los guardeses del refugio del Balneario de Panticosa con la merecida insignia de oro de la Federación Aragonesa de Montaña (FAM). 

Entraron un 31 de octubre y se fueron un 31 de octubre. En medio, una evolución tremenda del mundo de la montaña, de la gente que se acerca a ella, del mismo lugar, de la modernización de los refugios de alta montaña en Aragón, del analógico al digital, quedando la esencia de la música, «en esa empatía creada con tantos montañeros. Solo por preguntar dónde iban se crea ese vínculo que se hace amistad al compartir el amor a las montañas», dice Segis.

Se van y no se van. Primero, porque mantienen casa en Panticosa. Segundo, porque todo queda en familia: la gestión sigue en manos del hermano de ella (José Ángel) y del hermano de él (Nano). Y tercero porque esa responsabilidad de atender no se evapora. «He acabado hoy al mediodía. Había un par de parejas: unas chicas que salían al Garmo y otros, a la zona de Lavaza. He llamado para saber cómo les había ido y me han dicho que se han encontrado nieve por la cintura», dice Segis.

La Federación Aragonesa de Montaña les entregó la Insignia de Oro por su dedicación

Montañeros adolescentes en Las Fuentes, caminatas por Cuarte, por Moncayo o Pirineos... Quizá por eso no se lo pensó cuando su amigo Modesto Pascau lo alineó para hacer reformas en los refugios. «Empecé subiendo con mi hermano como voluntarios. Recuerdo la construcción de Estós. Íbamos los fines de semana y luego en verano. Subíamos con una tienda de campaña y si entraba una borrasca allí nos metíamos. Llegamos a estar currando de lunes a domingo. No nos cansábamos, nos encantaba lo que hacíamos y estar allí. Solo parábamos una tarde y nos íbamos de excursión». También estuvo en la ampliación del Orús, cinco años en Respumoso, haciendo caminos… Eran los inicios de Prames.

En 1985, el Ayuntamiento de Zaragoza cedió la gestión de la Casa de Piedra a la FAM. «En el 93 nos presentamos con Quique Mata, que ahora está en Pineta. Nos ganaron por poco. Pero entonces la gente no aguantaba mucho. Estaba una temporada y se iban. Antes que nosotros estuvo José Luis Abós y Miguel Lausín. En 1997 ganamos con el cocinero Manolo Prieto. Fuimos a probar». Y probando, probando... pues 26 años.

La Casa de Piedra siempre ha sido un refugio especial. Por su outfit romántico, el entorno, en mitad de un circo glaciar, junto a un lago y un complejo de aguas termales de origen romano. Y también por poderse llegar a su puerta en coche, ubicación que hace que sea uno de los más visitados. «Tu labor es una mezcla de guarda y mesonero. Hay que combinar el ambiente montañero y el turista. Todos son clientes. No eres quién para marginar a nadie o separar. En verano siempre estamos llenos».

Han vivido la transformación propia del Balneario. Para mal y para peor. Segismundo anhela el romanticismo de los antiguos hoteles y caserones del siglo XIX y es crítico por la remodelación que se quedó a medias y derribó demasiado, y el deterioro de muchos edificios o fuentes. «Es que cuando llegamos era un paraíso. Venías de excursión y te tirabas en una pradera sin nadie». Y recuerda las nevadas de antes y cómo cada invierno hacían un iglú.

Ahora casi es un gran párking de caravanas. «Se meten 200. Se empieza a regular. Hicieron un aparcamiento a la entrada, pero no iba nadie. Lo bonito está arriba». La misma Casa, cuya concesión mantiene FAM hasta 2035, ha sufrido cambios y remodelaciones hasta reducirse el número de plazas para mejorar la comodidad.

Ellos fueron testigos y protagonistas de la edificación de una nueva instalación junto a los ibones de Bachimaña a 2.200 metros «donde los que van ya tienen que hacer un esfuerzo. Es otro ambiente, más montañero. Subíamos en invierno y te quedabas casi solo quince días. Mirabas por la ventana y te quedabas tonto de tanta belleza». Las obras duraron siete años. Abrieron en 2012 y se quedaron hasta la pandemia. Segismundo recuerda con especial emoción esos meses de confinamiento y soledad porque «podías dar de comer a los animales casi de las manos».

«Me quedo con esa empatía, la conexión con tantos y tantos montañeros», dice Segismundo

Las alturas le acercaron al riesgo y a los rescates del GREIM. Y a su evolución. «Antes de ir con los helicópteros subían con la camilla». Más de una vez les tocó auxiliar a alguien. «Recuerdo un aviso a las diez de la noche. Tuvimos que salir con cuatro linternas. Los bajé de Lavaza de la mano». Y una vez le tocó que fueran a por él. «Tuve un tropezón en Gabarda y me sacaron con la tibia y el peroné rotos».

Están agradecidos a todos los que han colaborado con ellos. Y a sus hijos, que se criaron entre literas, infiernillos y madrugones para dar desayunos. «Mi hija vino con dos años y el niño nació ya cuando estábamos aquí. Se sentaban en la recepción y hablaban con los montañeros. Ella ahora escala, hace barrancos... pero a él no le va este tema». 

Y recuerda a muchos que ya no están. Nombran a Miguel Ángel Lausín, a Pepe Garcés, a Iñaki Ochoa de Olza, o a Santiago Sagaste, «que trabajó con nosotros». Como cita a tantos y tantos amigos que sí están, todos los que se llevan con ellos «porque te vas triste, pero a la vez contento por todo ese vínculo creado con tanta gente».