La montaña en Aragón

Titanas

Diez mujeres del club aragonés Montañeras Adebán lanzan desde el Aconcagua el mensaje de que las montañas no tienen «ni edad ni género»

Foto cimera de Ana Bravo, Maite Pariente, Astrid García y la guía Marta Alejandre, las cuatro integrantes de ‘Aconcagua en Femenino’.

Foto cimera de Ana Bravo, Maite Pariente, Astrid García y la guía Marta Alejandre, las cuatro integrantes de ‘Aconcagua en Femenino’. / MONTAÑERAS ADEBÁN

Sergio Ruiz Antorán

Sergio Ruiz Antorán

¿Qué es llegar a lo más alto? ¿Qué es el éxito? ¿Una cumbre? ¿No lo son las huellas hasta ella? Esas que casi siempre son efímeras en el camino, salvo esas excepcionales que quedan para siempre. Como las que estas titanas dejaron impresas en el Aconcagua (6.961m) con un mensaje de triunfo que supera cualquier altura, un grito poderoso de empoderamiento, femenino y humano. Esta es la historia de diez mujeres, de cómo cuatro hollaron la cima y de cómo todas alcanzaron su cumbre, por todas y por todos, por ser un ejemplo de equipo, de sororidad y de demostración que «las montañas no tienen ni edad ni género».

Esa es la sentencia de Amelia Bella, 74 años, sabia, alma de paz de este grupazo. Con ella, Elena Elipe (56), Elena Julián (56), Carmen González Meneses (56), Ana Bravo (53), Astrid García (53), Maite Pariente (51) y Cristina Izquierdo (43), esas titanas de Aconcagua en femenino, el proyecto del club aragonés Montañeras Adebán, creado y liderado por mujeres para generar un espacio de montañismo para ellas, que durante este mes de enero han peleado con la cima más alta fuera de Asia en otro pasito de sus conquistas.

En 21 días de expedición, tras seis meses de preparación, de ir creando afectos y equipo, con la incertidumbre del mal clima, en la peor temporada recordada desde hace tiempo (solo 30 % de ascensos y tres fallecidos, la última una rumana de 56 años este jueves), guiadas por otra titana, Marta Alejandre, mostraron el poder de la sororidad, la ilusión, la sensatez, la simpatía y el compromiso por el otro, siendo referente y reflejo para mujeres y hombres. 

«Somos mujeres trabajadoras, algunas se han tenido que coger una excedencia para venir aquí, tenemos familia, compromisos… mujeres que, quizá de jovencitas, en otro mundo, con otra sensibilidad al deporte femenino, hubiéramos sido buenas. Hasta ahora no habíamos podido hacerlo y, aunque somos mayores no se nos han ido las ganas de hacerlo. Hemos querido saldar esta cuenta con nosotras mismas», dice Astrid García

«Somos mujeres trabajadoras, algunas se han tenido que coger una excedencia para venir aquí, tenemos familia, compromisos… mujeres que, quizá de jovencitas, en otro mundo, con otra sensibilidad al deporte femenino, hubiéramos sido buenas. Hasta ahora no habíamos podido hacerlo y, aunque somos mayores no se nos han ido las ganas de hacerlo. Hemos querido saldar esta cuenta con nosotras mismas», añade Astrid García, una de las dos aragonesas del grupo junto a Amelia.  

Mendoza, Penitentes, Confluencia, Plaza de Mulas, Nido de Cóndores, Cólera. A pasos cortos, como avanzan las mejores, sin correr, fueron quemando dos semanas de aclimatación en una expedición sin grandes lujos. Solo les portearon las tiendas y ni mucho menos se ayudaron de helicópteros. Ellas llevaban sobre sus espaldas gran parte del material, montaban sus tiendas, hacían la comida y agua en los campos de altura.

Entre más de 200 alpinistas, con muy pocas mujeres, en el Campo Base pronto ganaron fama por su actitud, simpatía y ánimo. «Íbamos siempre juntas y llamábamos la atención. Creo que al principio nos tomaron por turistas, pero cuando vieron cómo nos movíamos ha llegado el respeto. Teníamos otro espíritu, otra magia, enseguida fuimos muy populares», reconoce Astrid.

Un grupo único.

Un grupo único. / MONTAÑERAS ADEBÁN

Eran todo sororidad, esa red invisible de apoyo mutuo que tejen las mujeres. Por ello empatizaron con esa montañesa iraní que quería subir como reivindicación de sus compatriotas y terminó sufriendo un edema. O el ejemplo de una de ellas, Carmen González, que decidió renunciar a su oportunidad para acompañar a su compañera Elena Elipe que sufría una lumbalgia que retrasó su progresión. «Desde el minuto uno teníamos un objetivo común que, pasase lo que pasase, era lanzar un mensaje. Es cierto que las mujeres tenemos un sentido de protección, quizá somos menos competitivas, y sabemos crear unos vínculos fuertes. Nos hemos sentido apoyadas entre todas, con mucho cariño», reconoce Maite.

Por esa simpatía fueron recibiendo elogios y cariño. «El día que nos fuimos salieron a despedirnos todos los trabajadores del campo, algo que dicen que no era habitual», narra Amelia.

Ese mensajito

Sólo la duda de la oportunidad minó sus ánimos. Sufrieron los vientos huracanados de 120 kms/h que cerraron el camino y, una noche, hicieron volar los domos del campo en el que pernoctaban a más de 5.000 metros. 

Una ventana les dio una oportunidad entre el 18 y el 19 de enero. Tendrían que aprovecharla y remontar 1.500 metros de desnivel en un día, trayecto más largo del que tenían previsto. Salieron ocho y, por responsabilidad, por fuerzas, por no frenar al grupo y ser un riesgo en el descenso, cinco fueron renunciando. Amelia se quedó a 6.400, con sus hijos Miguel y Rubén, viendo un precioso amanecer en un abrazo inolvidable. «Me sentía bien, respiraba bien, las piernas me llevaban, pero noté que mi cuerpo se resentía y no quería que nadie me ayudase a volver, quería bajar con mis propios medios. Hemos sido responsables», dice. Antes de bajar le dio un papelito a Maite Pariente. 

Siguieron Astrid, Maite y Ana con Marta. «La subida fue tremenda. Aunque era una pedrera como las del Pirineo, no se deja subir. Es cuando recuerdas que no hay oxígeno. Cada paso es un proceso: respirar, apoyar los bastones, levantar la pierna y descansar. Estuve cerca de abandonar, pero no iba a dejar que una madrileña y una catalana se llevasen la gloria. Tenía que llegar una aragonesa», bromea Astrid. 

Llegaron a la una. Once horas de tajo. En la cima lloraron y se abrazaron, sacaron las banderolas del club y se hicieron una foto por ellas y para todas, lanzaron su grito de igualdad y empoderamiento. «Cuando llegué solo podía pensar en que lo habíamos conseguido, que habíamos vencido, estábamos sobre el Aconcagua, por todas, algo increíble, habíamos podido contra lo imposible», afirma Astrid.

Y Maite dejó el mensaje de paz que Amelia le había entregado, ese que siempre deja en las cimas que le dan su permiso para subirse a ellas, ese que esta vez solo contenía un nombre, el de la victoria insuperable, eterna de saber que ha amado, una cumbre infinita. Tomás. 

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