La montaña en Aragón

¿Para qué irse tan lejos? Del Toubkal a las ultra trail

El incombustible Jonatan García encadenó 22 cumbres en su reciente viaje al Atlas marroquí tras dos años sin salir del Valle de Benasque, donde empieza a preparar su salto a las ultras con la mente puesta en la Gran Trail Aneto-Posets

Infatigable, Jonatan García se hace un ‘selfie’ con su amigo Félix Sánchez junto a la cúspide del Atlas.

Infatigable, Jonatan García se hace un ‘selfie’ con su amigo Félix Sánchez junto a la cúspide del Atlas. / Jonatan García

Sergio Ruiz Antorán

Sergio Ruiz Antorán

Salir sin plan, libre, con la anarquía del paso gobernada por el instinto. Eso que tú haces con tu huskie en Valdespartera, que si al Parque Grande o al Canal; que si de tardeo a una terraza en la Madalena o de tapas al Tubo... Eso le pasa a Jonatan García cada vez que parte de su casa en Benás. Que si otra apertura en ‘su’ Aneto (¡ocho ha firmado este otoño-invierno!), que si la integral de la cresta de Gargallosa, que si emular a su idolatrado Arlaud en Llardana o Gorgues Blanques, que si me tiro en parapente por el Gallinero. «Cuando vivía en Barakaldo, una ciudad de 100.000 habitantes, sí necesitaba viajar, ver montañas. Ahora en Benasque las tengo todos los días. ¡Y mil proyectos! Llevo años y creo que sólo conozco el 20% del Valle. Puedo salir en bici y volver volando, escalar, correr, empezar con un plan en la cabeza y encadenar con otro. Ahora me sacan de Benasque y me desoriento. Me vuelvo tonto».

Por pereza, que tiene guasa a alguien que agota hasta al conejito de Duracell; por la inversión sin fondo, por la contaminación comercial, «un filtro que no quiero pasar»; por Simón, su hijo, porque con un crío de dos años «sales dos semanas y se le nota una barbaridad, da pena perdértelo», dice. Por amistad, sí. Como esa frustrada aventura con Topo Mena al Gangapurna en 2022, la última vez que tocó Asia, asqueado del ochomilismo consumista tras sumar la muesca del Manaslu y Annapurna.

Por Félix Sánchez, también. Llevaban tiempo soñando proyectos por Alpes, imaginando líneas en los Grandes Jorasses, L’Aiguille du Midi, alguna ‘norte’ clásica... Siempre que hacían planes se venía la borrasca. «Hasta cinco veces cancelamos por la ‘meteo’. Hasta teníamos hablado ir con Jorge Larraz al Cervino en marzo y nada, así que nos fuimos a Punta Ezkarra y a Peña Telera, que no había estado». En abril tenían otra semana y daban bueno. ¿Vamos?

Jonatan García, en las montañas del Atlas marroquí.

Jonatan García, en las montañas del Atlas marroquí. / Jonatan García

Deliberaron primero tirar al Damavand (5.675) en Irán. Pero la cosa no anda fina por allí y la aclimatación era más dura para su colega, bombero en Ibiza. ¿A Turquía, al Ararat (5.137)? Nada. Los vuelos por las nubes. Otro ¿Marruecos? Más asequible y cerquita. ¡Al Toubkal (4.167)! «Había hecho en 2015 los principales por las rutas normales. Me gustó el ambiente y había hecho amistades. Quería volver. He encontrado un Marruecos diferente, un país muy cambiado, más adaptado al turismo, muy tranquilo», relata Jonatan.

El asfalto lo pisaron poco. Rápido marcharon al Atlas. «Es un área muy desaprovechada con cimas de 3.000 y 4.000 metros acojonantes. ¡Unas paredes! ¡Unas agujas! La pena es que de mil que salen con agencias, 990 van al Toubkal y el resto está desierto», lamenta. 

Él fue a lo suyo. A saco. Su desembarco describe su aire de culo inquieto. A las nueve partían del hotel, taxi de Marrakech a Imlil, subida como el rayo al refugio y, como era pronto, las doce, se hizo sus primeros dos ‘cuatromiles’, el Ras y el Timesguida, antes de cenar a las cinco de la tarde como manda el estricto protocolo. 

Los crampones de Hassam

Porque las restricciones han colapsado las rutas secundarias. La explotación turística y el asesinato yihadista de dos senderistas extranjeras en 2018 racionaron la puerta de acceso. Ahora es obligado moverse por el Parque Nacional con un ‘guía’ como acompañante y se restringe el horario fuera del refugio, donde incluso hay policía. «En Imlil nos encontramos a Jorge Larraz por sorpresa, que iba con un mochilón con idea de hacer vivac por su cuenta, pero tuvo que contratar al final un ‘guía’. Aprovechamos y estuvimos juntos varios días», afirma García.

"No necesito viajar tanto como antes. Ahora me sacan de Benasque y me desoriento"

Clochetons, Biiguinnoussene, Tadat, Akioud, Afella, Tazaghart, Tibheirine, Toubkal... Encadenó en cuatro días 22 cimas. Subir canaletas, superar corredores, colgarse de paredes, deambular por crestas... «Había tramos de roca muy descompuesta, como volcánica, donde te puede saltar un bloque y otras muy seguras, con buenas fisuras», narra el alpinista vasco. 

Antes de despedirse le pusieron los crampones a Hassam, su ‘guía’-cocinero y lo bautizaron en hielo. «Quería hacerle un regalo por su amabilidad. Le dimos unas gafas, material… pero creo que esa experiencia no la olvidará. Vimos una cascada a veinte minutos del refugio que aún tenía condiciones aceptables de hielo. Nunca se había puesto unos crampones ni llevado un piolet», recuerda.

El dorsal

A nada de estar a casa, Jonatan volaba desde el Perdiguero. Volaba y miraba al fondo de valle. Allí descansa su próxima aventura, en esos collados que tan poco transita. ¿Para qué irse más lejos? 

Porque su nuevo horizonte es probarse en las ultras. Era inevitable para este incansable peleón, de físico resistente y cabeza domada al sufrimiento. Lleva desde octubre aparcada la bici para hacer las aproximaciones al galope. «Porque al empezar a bajar en parapente tenía que ir luego a buscarla. Corriendo voy más ligero. Aún me cuestan las bajadas, pienso que me voy a romper». Eso dice.

"Quiero probarme y comprobar que puedo hacerlo en un tiempo aceptable, en menos de un día"

El plan es empezar a entrenar en mayo y realizar un par de series largas para contemplar los tiempos. Si el reloj le convence de que «no voy a hacer el ridículo en una carrera mítica» se apuntará a la Gran Trail Aneto-Posets de julio. La de cien kilómetros. Porque él es de calcetinadas «y porque sé que no voy a tener problemas en adaptarme a correr por la noche, en echarle horas, porque estoy acostumbrado, me siento fuerte físicamente y psicológicamente. Quiero probarme y comprobar que puedo hacerlo en un tiempo aceptable, en menos de un día. Si no, para el año siguiente», reconoce.

Solo hay una contradicción. Él, que no es competitivo, al menos contra otros, ¿cómo se adaptará a llevar un dorsal? «La gente que entiende me dice que para darlo todo te lo tienes que poner, porque si no, donde puedes ir andando, andas y no corres. Si te motiva alcanzar a alguien eso cambia». 

Porque esa prueba es especial para el Valle Escondido, para su querido Valle, su lugar en el mundo, ese que conoce mejor desde sus precipicios que desde sus lomas, ese que le ha dado mil aventuras y una familia, ese en el que Simón se cría feliz sin que él, su padre, quiera perderse ni un centímetro de cómo crece en su grandeza, su cima más preciada.