Tradicionalmente hablamos de sector privado, sector público y tercer sector o social, para dividir las organizaciones, pero en algunos casos las fronteras de esta división clásica han comenzado a desdibujarse porque se está produciendo un movimiento de confluencia e hibridación entre ellos.

Este espacio de intersección ha sido bautizado ya como cuarto sector. Es una mixtura de empresas, asociaciones y proyectos públicos que están intercambiando estrategias para maximizar su impacto. En primer lugar, algunas empresas se han hecho cada vez más sociales, introduciendo una visión holística que integra a todos sus grupos de interés (empleados, clientes, proveedores, vecinos-) más allá de los accionistas.

Por otro lado, muchas organizaciones sociales han comenzado a operar con cuenta de resultados para garantizar así su sostenibilidad. Y en tercer lugar, han nacido programas públicos con un ADN que combina la gerencia empresarial con prácticas de innovación social, cultura abierta y una fuerte vocación transformadora.

Hay gobiernos y territorios que ya están impulsando esto de forma organizada, desde el Consorcio del cuarto sector de Euskadi hasta la Oficina de Innovación Social de Obama o el Programa de la Unión Europea para el Cambio y la Innovación Social.

Aunque de momento el cuarto sector es un modelo en construcción, incluso a veces muy experimental, pienso que este nuevo paradigma, más sistémico, empático y colaborativo, es la mejor base posible para cambiar el modelo productivo y construir un nuevo contrato social en el siglo XXI.

El primer paso debería ser tejer alianzas locales del cuarto sector entre empresas, organizaciones civiles, gobiernos y universidad, para afrontar desafíos globales, promoviendo proyectos en red. Con algunas premisas: sostenibilidad, evaluando el retorno de la inversión; vocación transformadora para solucionar los problemas reales de la gente; con beneficios justos y razonables entre grupos de intereses; y finalmente, con más transparencia y más democracia.