Te he visto, no mientas. Te estoy viendo, todas las noches te diviso en mi espejo, eres totalmente distinto a lo que he visto en toda mi vida, no eres humano, pero lo pareces. Me miras hasta que me duermo; antes era aterrador, pero ahora es una rutina.

¿Por qué te escondes? Eres un cobarde. Cada día me observas como si fuese un desafío, nuestros ojos chocan hasta que te esfumas.

Intento tocar el espejo pero me hundo; es como si no hubiese un fondo, como si no fuese real y hubiese una puerta justo delante mío, pero no me atrevo a ir más allá. A lo mejor soy yo la cobarde por no confiar y tú solo me retas a hacerlo.

Estoy perdiendo la cordura, siento lo que piensa, lloro cuando llora y cada sentimiento suyo rebota en mi cabeza con tanta intensidad que ni siquiera puedo oír el exterior. Me atrae, lo reconozco, cada día estoy más cerca y cada día entro un poco más en el espejo. Me llama como si de un péndulo se tratase, como la más bella joya, como un recuerdo olvidado.

Mi vida gira en torno a volver a ver el espejo e ir un poco más lejos, justo en el límite antes de caerme, es como un chute de serotonina.

Hace días volví a casa y en un intento de ir más allá, tropecé. Escribo esto para dar constancia, no recuerdo los días anteriores a que esto pasase. Llevo tiempo encerrada y solo puedo verla. 

No recuerdo mi vida pasada, pero me gustaría vivir la suya; me da miedo que me vea y por eso me escondo, nunca había visto nada como ella. Cuando estoy triste ella lo está conmigo, cuando me río, cuando tengo miedo, es como si me entendiese. Espero que toque el espejo y venga a jugar.