Conocerte fue como ese ruido que solo escuchas una vez ha acabado, pues cuando te fuiste, aprecié la calma que dejabas con tu partida. 

Te lloré nueve noches, y la décima pensé en olvidarte.

Te pensé diez noches, y la decimoséptima dejé de importarte.

Te escribí en aquel lugar donde no llevaba a nadie, donde solo éramos tu y yo. Te miré como si realmente estuvieras, y me fui con las manos vacías.

Luna casi llena, y tú me llenabas más que a medias; y ahora el cielo me cuenta las historias que yo le expliqué un día.

Ahora escribo de lo que va a ser, en el mismo sitio de siempre, con el mismo bolígrafo azul, ese con el que te gustaba dibujar flores en los folios de mi habitación.

No se puede vivir con alguien que no sabe ver un futuro, créeme que lo sé muy bien, pues vivo en constante disputa con mi voz y mi mente.

Hoy voy a escribirte por última vez, porque me entiendo lo suficiente para no hacerme esto otra vez.

Ahora toca ser lo que nunca quise, y lo que nadie quiere, pero a veces el momento habla más de una persona que ella misma.

Solo me arrepiento de no despedirme como debía, y de no acompañarte a tu portal.

Mi corazón ya tiene la forma de los golpes, pero ya no se rompe, porque la piel donde hubo una herida, crece más fuerte y preparada.

Te eché mucho de menos, y ahora vuelvo a estar en paz.

Se acabó la suerte.