El continuo movimiento del tren acompañaba a Daniel durante todo el trayecto. Intentaba concentrarse en la lectura del nuevo libro que le habían regalado en Navidades, Le encantaba leer, pero era imposible hacerlo con las risitas chillonas de los niños de los asientos traseros.

Quedaban aún cinco largas horas en tren para llegar; levantó su mirada del libro, observando el paisaje que rápidamente pasaba por la ventanilla del tren.

Sonreía recordando los momentos que había pasado la tarde anterior con sus amigos en aquella divertida fiesta de despedida. Eran unos chicos fantásticos, amigos desde niños, cómplices de muchas aventuras e historias de adolescencia y de su carrera.

Daniel comenzada hoy una nueva etapa de su vida, había aprobado su último año de carrera, era un médico recién licenciado y había decidido hacerse voluntario pasando un año en la oenegé Médicos sin Fronteras. Se dirigía a su primer destino como médico en Camerún. Llevaba mucho tiempo pensando en ello y lo que le hizo decidirse del todo fue haber conocido durante el verano a Eric.

Eric era un niño de Camerún con una triste historia. Había sido operado en España porque donde vivía no había recursos para hacerlo y su vida peligraba si no se actuaba con rapidez.

A su salida del hospital pasó dos meses recuperándose en cada de Blanca, amiga de Daniel, quien junto a su marido estaban como padres de acogida de Eric hasta que volviese a su país. Fue allí donde Daniel le conocía y empezó a interesarse por la oenegé y el bonito y duro trabajo que hacía con niños como Eric. Pasaba largos ratos junto a Eric, ayudándole con su recuperación, conociendo cosas de su país, de su familia en Camerún y de las malas condiciones en que estaban viviendo.

Así es como Daniel decidió hacerse voluntario. Quería vivir una experiencia que estaba seguro iba a ser inolvidable, sentía que algo importante podía hacer por aquellos niños.

En sus maletas apenas llevaba equipaje con ropa, la mayoría de sus cosas eran libros de medicina, su maletín de médico y algunos juguetes que había conseguido reunir con la ayuda de sus amigos y que iba a regalar a los niños del hospital de campaña a donde se dirigía y en el que iba a empezar a trabajar de voluntario. Sabía que aquellos juguetes alegrarían las caritas tristes de esos niños y les alejaría un rato de sus dolores y enfermedades. No iba a ser un trabajo fácil, le esperaban días de mucho trabajo donde practicaría muchos de los conocimientos que había adquirido en su carrera y también iba a aprender muchas cosas buenas. Pero Daniel estaba muy ilusionado de todo lo que ahora iba a comenzar, quería ayudar a toda esa gente. Se moría de ganas por llegar y por fin el revisor del tren le dijo que habían llegado a Maroua.

Al bajar del tren le esperaban en el andén dos de los médicos del hospital, Ezequiel y Jovi, dos chicos jóvenes como él, que llevaban dos años como médicos trabajando allí atendiendo niños enfermos y heridos. En estos momentos tenían una epidemia de malaria y había muchos enfermos.

Él se quedó pensativo... era curioso que una enfermedad así siguiese provocando tantos casos de enfermos cuando en España ya ni existía.

Daniel escuchaba atentamente las indicaciones que ellos le daban de cómo soportar las altas temperaturas de este lugar, de cómo iba a tener que hacerse fuerte porque había días en los que morían muchos niños pequeños y eso afectaba a todos.

También le contaban que había momentos alegres cuando conseguían salvar a niños como Eric a quien consiguieron llevar a España para operarle y ahora había vuelto sano, feliz y fuerte junto a sus padres y muy contento de haber hecho muchos amigos en España.

Después de una hora andado llegaron por fin al hospital. A Daniel el corazón le palpitaba dentro del pecho, tenía mucha curiosidad por ver todo aquello, quería saber cómo iba a poder ayudar y en qué consistía su trabajo.

Se cambió rápidamente de ropa, se puso algo más apropiado para ese lugar y se dirigió al pabellón del hospital donde iba a trabajar.

Le presentaron a Marta, ella iba a ser su jefa y compañera durante todo ese año. Marta era una mujer muy simpática, tenía 50 años, llevaba más de 20 trabajando en Médicos sin Fronteras, vino para un año y se quedó allí con ellos siempre.

Ella le presentó uno a uno a todos los niños enfermos del pabellón, y los que estaban un poquito mejor salían de sus camas para acercarse a ellos, para tocarles y abrazarles.

Eran niños muy cariñosos, les gustaba mucho abrazar a los médicos, sabían que estaban allí para ayudarles, y les gustaba agradecerles todo lo que hacían por ellos, cómo les cuidaban y cómo jugaban también un poquito cuando tenían tiempo. Porque esta era una de las actividades favoritas de los niños que pasaban largo tiempo aquí. Los médicos preparaban por las noches antes de apagar las luces unos teatros de marionetas y les hacían reír con sus divertidas historias.

Los niños adoraban a los médicos de aquel lugar y Daniel sintió de repente algo muy especial cuando Carichi le abrazó fuertemente la pierna sin conocerle de nada y no se separaba de él.

Carichi era un niño muy especial y querido por todos los médicos. Su historia era muy triste. Le habían encontrado en una carretera, estaba muy grave y con una pierna rota, estaba ciego de un ojo desde que nació y sus padres le habían abandonado.

Tenía cinco años, había crecido junto a los médicos del hospital y no tenía a nadie más como familia. Vivía con ellos, jugaba con los niños del hospital cuando podían e iba a la escuela del campamento donde había aprendido a leer un poquito.

Poco a poco se fue convirtiendo en un amigo inseparable de Daniel, le contaba cosas de los niños del hospital, miraba cómo curaba a los otros niños, le decía que quería ser médico de mayor y no paraba de preguntarle cosas de España, de cómo era ese sitio, si había animales, si hacía calor o frío. Pero lo que más le gustaba era que Daniel le cantase canciones para dormirse.

Así es como se dormían los niños del pabellón desde que llegó Daniel. Tenía una bonita voz y cogía una guitarra por las noches cantando canciones de cuna a los niños para dormirse.

Una de esas noches, Daniel había acabado su turno de trabajo en el hospital y se sentó en las piedras de la entrada, apoyó su cabeza junto al muro y miró a las estrellas. Estaba muy cansado, el trabajo en el hospital era duro y ver tanto dolor en las caras de los niños, que llegaban allí con heridas de armas, otros desnutridos y otros abandonados por sus padres por no poder alimentarles, no hacía nada fácil el trabajo. Estaba pensativo, recordaba lo distinta que era su vida en España, los momentos con su familia y sus amigos, pero en su corazón sentía que estaba haciendo algo muy importante en ese hospital.

De pronto sintió en su espalda dos pequeñas manitas que le abrazaron fuertemente. Era Carichi, se había despertado y quería agua. Él lo cogió entre sus piernas y jugueteaba haciéndole cosquillas. Carichi reía con sus dientes y su carita se iluminaba con esos ojos negros y grandes que tenía.

Se abrazó muy fuerte a Daniel y le dijo «te quiero mucho». «me gustaría que te quedes aquí con nosotros para siempre. ¿Verdad que no te irás?». Daniel sintió que aquel niño y aquel lugar le habían robado algo muy grande, le

Daniel sintió que aquel niño y aquel lugar le habían robado algo muy grande, le habían robado su corazón. Desde aquel día tuvo muy claro que ese sería su hogar y su trabajo para siempre.

“No te preocupes Carichi, estaré siempre aquí, tú eres ahora mi nueva familia como lo son estos niños. Yo también te quiero mucho, Carichi”.