Hace ya algunos años, había un ladrón que era todo un experto en robar. Por muchos robos que cometió nunca lo pillaron.

Se dedicaba a entrar a las casas y robar. Nada se le resistía y era tan bueno en su oficio, que jamás lo habían capturado.

Una mañana soleada, en lo alto de la colina, se oyó un grito ensordecedor. Provenía de la casa del señor Bermúdez que vivía en una gran casa de tres plantas con piscina y un hermoso jardín.

Era una persona muy particular. Yo diría, que era muy desconfiado. La mayor parte del tiempo estaba solo en la casa. Tenía una doncella, un ama de llaves y un jardinero que cuando terminaban la jornada, pese a tener suficiente espacio en la gran casa, no dormían allí, sino en una casita pequeñita que había al otro lado del jardín y que estaba tapada por unos enormes árboles, para así tener el señor Bermúdez su intimidad.

Su vida era muy tranquila, la propia de un jubilado. Pero se truncó ese día cuando al poco de haber amanecido, descubrió que alguien había entrado en su casa. Se despertó sobresaltado porque había escuchado portear una puerta, que resultó ser la del salón con salida al jardín. Se dio cuenta de que tenía los cajones abiertos y cosas tiradas por el suelo. Eso le produjo una gran angustia como si se ahogara, pero consiguió gritar pidiendo ayuda. Enseguida acudieron sus empleados sobresaltados y muy asombrados.

Muy a su pesar, decidió buscar ayuda de la policía (aunque no era santo de su devoción), para encontrar al que había osado entrar en su casa mientras él dormía.

Desde ese día, empezó a sospechar de todos los vecinos, los cuales enterados de sus propios robos, habían decidido vengarse porque aunque no lo había dicho, el señor Bermúdez era un gran ladrón, eso sí, ya retirado. Había amasado su gran fortuna a base de robar, no había nada imposible de robar para él: era un ladrón de guante blanco, como a él le gustaba llamarse.

Por desgracia para él, volvieron a robarle, ayudados por la oscuridad de la noche. 

Le parecía increíble, dos veces en poco tiempo. Sin otra solución, tuvo que regresar a la policía, que ante su enfado y tozudez (porque era terco como una mula), le instaló en su casa una cámara de vídeo para lograr identificar al ladrón, en el caso de que volviera de nuevo a su hogar.

Algo que volvió a suceder unas noches después. Gracias a la cámara, la policía pudo averiguar quién era el culpable y avisó al señor Bermúdez, para que identificara al ladrón, por si lo podía reconocer.

Cuando el video comenzó a funcionar, Bermúdez se quedó muy sorprendido de lo que vio, no se lo podía creer, el ladrón de su casa era él mismo. Como habéis oído, él mismo. 

La mayor parte de las noches se levantaba sonámbulo y escondía todos los objetos de su casa, junto a los que había ido sumando a lo largo del tiempo. Como se puede ver, los ladrones no pueden dejar su profesión ni siquiera cuando duermen.