Cualquier filólogo clásico, sobre todo si se dedica a la docencia, habrá tenido que contestar en algún momento de su carrera a esta pregunta formulada bien por algún adolescente confundido, bien por alguna de esas personas grandes que, como decía el principito, no comprenden nada por sí solas.

Mucho he meditado sobre cuál podría ser la respuesta adecuada. Podríamos, sin duda alguna, aludir a la necesidad capital de conocer nuestros orígenes, nuestro fundamentum, sobre todo en un mundo tan cambiante y volátil como el actual, pues no debe olvidarse que las bases culturales de todo Occidente se asientan sobre Grecia y Roma. Podríamos también hacer un recorrido por todas las lenguas romances para justificar que el conocimiento de la lengua de Cicerón resulta sumamente útil para aprender con mayor facilidad el italiano, el portugués, el catalán, el francés o el rumano, entre otras lenguas. Si, no obstante, estas razones no fuesen suficientes (como suele, por cierto, ocurrir), siempre tendríamos la posibilidad de justificar que no hay nada más necesario en los adolescentes que el pensamiento crítico que, todos estaremos de acuerdo, parte de un conocimiento general del mundo. Por otro lado, si detectásemos que la pregunta viene con sorna y cierto tono irónico (algo habitual), podríamos pagar con la misma moneda acudiendo a uno de mis aforismos favoritos: "se desprecia lo que se ignora y se ignora lo que se desprecia".

Sin embargo, últimamente respondo a esta en principio nada sencilla cuestión formulando otras preguntas. ¿Para qué sirve tomarse un refresco en una terraza a la sombra en una tarde de agosto acompañado de tus amistades? ¿Para qué sirve mirar a las estrellas? ¿Para qué sirve escuchar el rumor del mar? ¿Para qué sirve disfrutar de la sonrisa de un ser querido? ¿Para qué sirven los abrazos? Las cosas a veces sirven para todo y para nada a la vez; lo que es absolutamente capital es permitir que se descubra si algo tiene utilidad o no para alguien. Si una persona nunca ha recibido un abrazo, lo considerará como algo innecesario y quizá un tanto agresivo y no lo necesitará en absoluto ¿nos resultaría eso extraño? De la misma manera, si no se permite que un adolescente entre en contacto, aunque sea de una forma mínima, con el mundo antiguo, ciertamente pensará que su conocimiento no sirve para nada, aunque sea una falsedad absoluta.

Alumnado de Latín II del colegio Compañía de María de Zaragoza. COLEGIO COMPAÑÍA DE MARÍA

El conocimiento sirve para todo y para nada. Podemos existir sin conocimiento, pero no podemos vivir sin él. Nos sirve para conocer, para ampliar límites, para descubrir gustos, aficiones y pasiones, para comprender mejor el mundo y poder interpretarlo correctamente, para ser más justos y honrados, para ser mejores ciudadanos, amigos, hijos y parejas, para, en definitiva, disfrutar de la vida.

Una de las viñetas más brillantes de Mafalda nos presenta a la pequeña e inquieta argentina poniéndose las gafas de su madre, que se acaba de meter a la ducha. Al hacerlo, como es natural, ve las cosas distorsionadas y se las quita al instante, diciéndole compasiva a su madre "si esta es tu visión del mundo, creo que desde hoy sabré perdonarte muchas cosas". Quitémonos ya las gafas que nos hacen ver el mundo en términos de utilidad y empecemos a verlo en términos de disfrute, gusto y placer.