Poder disfrutar de los abuelos estando sanos y en plenas facultades físicas y mentales es un lujo y más si cabe a nuestra edad, ya que ahora somos ya lo suficientemente maduros para ser conscientes de la importancia que todo ello supone para nuestra felicidad y experiencia vital. Verlos activos y contentos en su última etapa así como poder compartir con ellos momentos de charla y de ocio tiene un incalculable valor sentimental, personal y es enormemente saludable tanto para ellos como para nosotros. Solamente escucharles supone para ellos sentirse útiles y queridos y hoy en día, con la gran cantidad de actividades que nos ocupan cada día, debe seguir siendo algo a lo que no debemos renunciar bajo ningún concepto ni excusa. 

Estas últimas vacaciones de verano, como cada año, dedicamos dos semanas para poder dedicarlas a su cuidado, compañía y atención en el pueblo de Navarra en el que viven. Es cuando siempre les vienen recuerdos de su pasado, duro pero feliz al mismo tiempo.

Debido a las estrecheces que la mayoría de las familias pasaban en aquella España de los años 60, en plena dictadura franquista, tuvieron que salir a buscar un futuro mejor, los unos a la entonces moderna y acogedora República Federal de Alemania, a la ciudad industrial de Frankfurt, y la otra, a Rorschach, importante ciudad comercial suiza a la que ya en aquel momento se habían desplazado varias amigas suyas. Me contaron cómo sufrieron los primeros meses, sobre todo con el idioma, sin posibilidades de estudiarlo antes de desplazarse o durante su estancia, a donde habían ido a trabajar lo máximo posible para poder subsistir ellos y las familias que con tantas necesidades dejaban en sus casas. Pero además también con el alojamiento y con el frío, ya que nunca antes habían compartido vivienda y convivido con personas desconocidas, ni habían padecido los crudos inviernos llenos de nieve tan habituales en esas latitudes y sin las comodidades de calefacción y ropa de abrigo de las que disponemos hoy en día. Pero esto no les impidió disfrutar de momentos y experiencias inolvidables. Sus primeras excursiones de los domingos, único día de la semana que tenían libre en el trabajo, para poder visitar con sus nuevos amigos de diferentes nacionalidades lugares turísticos cercanos. Su primer viaje a España en su nuevo coche, un Opel Kadett rojo al que bautizaron como Teodoro y con el que alucinaron a los vecinos del pueblo a su llegada, que no habían visto nunca en persona semejante deportivo alemán. 

Todo ello hizo que, a pesar de que fuera una emigración dolorosa, obligada y llena de dificultades, supusiera para ellos tanto un aprendizaje vital como una formación personal que les ha ayudado el resto de sus vidas a gestionar el día a día, con sus problemas y sus alegrías, de una manera más consciente y responsable. Y del mismo modo, el transmitirme a mí todas esas vivencias me ha supuesto una valiosa enseñanza para valorar la privilegiada situación en la que mi familia y yo nos encontramos con respecto a la gran cantidad de personas desplazadas que todavía siguen sufriendo en sus propias carnes las calamidades de la emigración. Nunca olvidaré esas conversaciones, ya que ayer fueron mis abuelos, pero hoy son esos con los que cada día nos encontramos y mañana podríamos ser nosotros.