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La literatura juvenil actual y la generación 'cadáver'

Los jóvenes preferimos una historia mil veces contada antes que arriesgarnos y salir de nuestra zona de confort

Jóvenes a las puestas de una librería leyendo un nuevo estreno literario.

Jóvenes a las puestas de una librería leyendo un nuevo estreno literario. / ANNA BUJ / EFE

Lydia Gallego

La literatura juvenil actual es un vértice que avanza cada vez más rápido: queremos más y con más inmediatez, no nos tomamos el tiempo necesario en saborear una buena lectura porque enseguida estamos deseando acabarla para empezar la siguiente, sin deleitarnos con las metáforas o dejarnos enredar demasiado tiempo por los paisajes exóticos y las aventuras. Cada vez nos parecemos más a cadáveres nómadas, pues buscamos sentir lo mínimo por un corto periodo de tiempo y en seguida lo olvidamos. Aún así, las editoriales tampoco contribuyen, priorizando la rapidez a la calidad.

En mi generación, la literatura ha dejado de ser un arte para convertirse en una víctima más del capitalismo, siendo así transformada en un mero producto. Se repite siempre la misma historia, aquella que triunfa, sin permitir la innovación o evolución. Así pues, vivimos en un mundo muerto donde los jóvenes preferimos una historia mil veces contada y bucear en un sinfín de experiencias cómodas; no somos capaces de arriesgarnos y salir de nuestra zona de confort. Porque, a pesar de su triunfo en el mercado, muchas de las novelas juveniles —publicadas, sin siquiera contabilizar el virus en el que se ha convertido Wattpad para la literatura— no salen del amor romántico y erótico, incapaces de mostrar otras realidades y, muchas veces, incapaces siquiera de mostrar esta realidad de una manera verídica. Hay millones de tramas, pero todas se mueven en torno a la misma, siendo muchas veces una vulgar representación cuyo único objetivo no es siquiera mostrar y hacer sentir al lector sino simplemente exicitarle un par de horas y tentarle a seguir comprando.

Sin embargo, todo sea dicho, aquellos libros juveniles que van más allá, que logran representar y transportarte a realidades que, aunque sea un libro romántico con una simple historia de amor, te cause emociones jamás vividas, que son capaces de emocionarte y, de alguna manera, darte la certeza de que esos sentimientos, paisajes y sensaciones jamás desaparecerán de tu corazón; todas esas historias son las únicas que deberían ser salvadas si, como en Farenheit 451, se quemaran todos los libros.

Unos gustos que hablan sobre nosotros

Sí, cada uno tiene sus gustos y son totalmente respetables pero, entonces, ¿qué dicen esos gustos sobre nosotros? Si la literatura es un espejo que refleja la mente, ¿qué verán los futuros literatos en nosotros cuando lean los libros que más triunfan actualmente? Probablemente, dentro de 400 años, si es que todavía hay humanos, se estudiará esta época en literatura como La generación cadáver, un grupo cuyo único objetivo era pertenecer a algo, buscar entretenimientos que les devolvieran a la vida momentáneamente pero nunca para siempre.

"Versatilidad", dirían algunos. Pero, en realidad, versatilidad solo si es la misma historia con el mismo prototipo de personajes inhumanos —no por el hecho de pertenecer a mundos fantásticos— y, en muchos casos, solo si tiene escenas explícitas.

"Desesperados", dirían otros.

Los libros actuales son maravillosos para entretenerse unas horas, aislarse una tarde y olvidar la historia en semanas. Incluso, me atrevería a decir que son una maravilla para olvidarse de un mal día . Sin embargo, a cambio, mi generación no conoce la experiencia de verse enredado en las páginas de un buen libro que te haga reflexionar y descubrir nuevas facetas de la misma —o distintas— realidades. La literatura ya no es un arte, es un comercio, y esta espiral de inmediatez busca eliminar la idea de que alguna vez fue algo más que un producto.

¿Evasión o conexión con la realidad?

Verbigracia, por muchos mundos fantásticos que pueda haber, siempre pensaremos que la fantasía ha sido creada para evadirse un rato del mundo real. Nunca sabremos que, en realidad, es un mecanismo esencial para conectar con ella. No sentiremos que la fantasía es el camino por el cual entender nuestro mundo real y, de alguna manera, reconstruirlo.

"Comprendía ahora que no sólo Fantasía estaba enferma, sino también el mundo de los seres humanos. Una cosa tenía que ver con la otra. En realidad siempre lo había sentido así, sin poder explicarse por qué. Nunca había querido aceptar que la vida fuera tan gris e indiferente, tan sin secretos ni maravillas como pretendían las personas que decían: ¡La vida es así!" (Michael Ende, La historia interminable).