«En pocas horas los pacientes me han trasladado algunas historias terribles. Uno de ellos me contó que en el lugar en el que los encerraban mataron a su amigo que estaba literalmente a su lado. Fue un momento aterrador. Un segundo paciente, que había perdido dos dientes, me explicó que se los habían arrancado los traficantes en Libia para mandárselos a su familia y pedir un rescate. Otro me dijo que a uno de sus amigos le hicieron lo mismo. Un hombre me contó que le dispararon en el pecho pero que, como era un inmigrante, no se le permitió ir al hospital. Uno de sus amigos tuvo que extraerle la bala con un cuchillo.

Podemos reconocer claramente, sin tener que hacer un examen en profundidad, los rastros de la violencia física en sus cuerpos. Nos muestran cicatrices, he visto numerosas huellas de heridas penetrantes por arma de fuego o causadas por puñaladas. También he visto cicatrices y lesiones producidas por golpes. Recuerdo el caso de un paciente que tenía marcas de quemaduras en el pecho y que me contó que se las habían hecho para marcar su piel cuando lo vendieron. Mucha gente me dice lo mismo: que han sido tratados como unos don nadie sin derechos humanos.

Me acuerdo de un hombre que me contó que había ido a Libia a buscar trabajo. Como estaba en el país de forma irregular, no tenía literalmente derecho alguno. Trabajaba en la construcción. Su jefe no estaba satisfecho con su trabajo y un día, de repente, comenzó a golpearlo con un machete. El hombre trató de protegerse con los brazos. Vi que tenía marcas de heridas en manos, brazos, hombros y cabeza. Podías ver las cicatrices por toda la parte superior del cuerpo».