En un pueblo tan pequeño como Velilla de Ebro, ustedes no son las únicas personas que viven abiertamente como LGTBIQ+. ¿Rompe esto la idea de que los pueblos, cuanto más pequeños, más hostiles para su colectivo?

Totalmente, rompe la idea de que en un pueblo pequeño las personas van a ser más cerradas y van a tener muchos más prejuicios a la hora de aceptar otras sexualidades diferentes a la heteronormativa.

¿Por qué decidió volver al pueblo, Miriam?

Sentía un fuerte arraigo hacia mi pueblo. Vivir en un municipio tan pequeño y la ruralidad son, para mí, otra forma de resistencia. Aunque no siempre me sentí cómoda en muchos aspectos, no solo en cuanto a mi orientación sexual. En mi adolescencia me faltaban muchos referentes de personas con afinidad al colectivo LGTBQI+, e incluso hubo un tiempo que me sentía mucho más cómoda viviendo en una ciudad. Pero, me dije, «quiero volver a mi pueblo», convencida, y por cabezonería también, pese a las dificultades que pudiera encontrar.

La visibilidad y aceptación de la que goza ahora, ¿ya la sentía así de adolescente?

Antes de marcharme a estudiar a una ciudad nadie sabía de mí orientación sexual. Tampoco había la misma visibilidad con gente cercana, como pueden ser tus amigos y amigas.

Pilar, después de vivir siempre en ciudades, ¿le costó irse a un pueblo?

No me costó mucho tomar la decisión, ya que la idea de vivir en el medio rural me atraía desde hacía tiempo.

¿Cómo vivió ese cambio?

Al principio reconozco que fue complicado, quizás llegue con muchos miedos y prejuicios, y perder mi anonimato me daba mucho vértigo. Te cuentan que en el medio rural te vas a encontrar con personas más cerradas, pero llegas aquí y ves que no es así, te encuentras un medio rural muy diverso.

¿Se sintió bien acogida en la comunidad?

Me sentí muy bien acogida entre la gente del pueblo. Vivir en la ciudad, en tu zona de confort, con un círculo de personas afines, e incluso del mismo colectivo, y llegar aquí y seguir siendo como tú eres, en un ambiente totalmente diferente a tu manera de pensar, vivir y ser, creo que es lo más bonito que puede pasarte. Es importante aportar visibilidad al colectivo LGTBIQ+ en un entorno en el que es muy necesario que esto ocurra, porque al final, lo que no se conoce no existe.

¿También tuvo esta buena acogida entre la gente mayor?

Somos personas que interactuamos mucho con gente de otras generaciones, generalmente personas mayores, incluso ancianas. En nuestra localidad, la población está muy envejecida. La vida en el pueblo tiene un sentido de vecindad que cobra mucho protagonismo y se le da mucho valor, que se basa en los cuidados, en protegerte, aunque tengan que aceptar cosas que quizá no terminen de entender, pero lo aceptan desde el respeto. Muestran mayor empatía y sensibilidad. Es gente que te vio crecer, y el cariño es mutuo.

Otra de las diferencias con la ciudad es que, al salir del armario, sale toda la familia. ¿Cómo vivieron esta circunstancia?

Al principio, con muchos miedos y prejuicios, creo que más propios de cada una, como, por ejemplo, temer no ser aceptada en tu propia familia, por el miedo al qué dirán de las personas. Luego te das cuenta de que, cuando muestras quién eres realmente, te liberas y ves que no era tan difícil como pensabas.

¿Se han sentido alguna vez atacadas o discriminadas?

No, nunca hemos sufrido una discriminación por nuestra condición sexual, ni en nuestro pueblo ni en ninguno de la comarca. Aunque los chistes homófobos y sexistas siguen estando desgraciadamente a la orden del día, creo que tanto en la ciudad como en el pueblo. Socialmente, queda mucho por hacer.

Por el contrario, ¿han sentido el apoyo de la comunidad ante algún comentario o broma de mal gusto?

Sí, aunque el ataque no fue a nosotras directamente, pero estábamos presentes. Enseguida sentimos el apoyo y empatía del pueblo. La propia gente le señaló que lo he estaba realizando era un acto intolerable, que no iban a permitir, e impropio del siglo en el que vivimos.

¿Observan ustedes si existen muchas diferencias entre la aceptación de los gais, las lesbianas y las personas trans en el medio rural?

Observamos que a los gais les cuesta más reconocer ante la comunidad su condición sexual, por aquello de la masculinidad. En el ámbito laboral predominan en nuestra localidad trabajos muy heteronormativos, como son la agricultura y la ganadería, encabezadas mayormente por hombres. Las mujeres seguimos ejerciendo el peso de los cuidados y ese rol, quizá esa cercanía y complicidad entre la comunidad, nos haga más abiertas a la hora de poder comunicarnos en cosas más importantes, como puede ser hablar abiertamente sobre tu sexualidad. Las personas trans, aunque existen y son visibles, realmente están invisibilizadas. Es como que, aunque existan, nadie habla de ellas. Honestamente, diré que la gente no tiene una construcción real de lo que significa y supone ser una persona trans, como que desconocen muchas cosas que les podrían ayudar a empatizar más. Es como si no existieran y, por ello, no se nombran, pero tampoco se las rechaza. No hay actitudes ofensivas hacia ellas.

¿En otros pueblos de su comarca también hay tanta apertura?

No, creo que nuestro pueblo es de los más abiertos. Quizás se debe a la cantidad de personas LGTBQI+ que somos visibles, y además vivimos en el municipio. De hecho, amigas del municipio nos comentan que en algunos pueblos de la comarca sigue existiendo intolerancia y ciertos prejuicios hacia el colectivo.

¿En qué aspectos hay que seguir avanzando para lograr la plena inclusión de las personas LGTBIQ+ en las sociedades rurales?

Por ejemplo, un aspecto importante es que haya más formación y recursos educativos LGTBIQ+ que trabajen la diversidad, no solo para el alumnado, sino también para el profesorado de los colegios rurales agrupados. Por otro lado, hay que trabajar socialmente para que ciertos chistes, comentarios o palabras desafortunadas no aparezcan en conversaciones cotidianas, ya que pueden resultar incómodas, ofensivas o producir ciertas inseguridades en determinadas circunstancias.