Aunque la palabra esclavitud evoca reminiscencias de tiempos pasados, la realidad es bien distinta. En pleno siglo XXI, este fenómeno sigue existiendo y, junto a la trata de personas y la explotación laboral, continúa poniendo en situación vulnerable a millones de personas en el mundo, especialmente a mujeres, niños y niñas.

Aunque, sobre el papel, el trabajo infantil está oficialmente prohibido en la mayoría de los países, la infancia continúa siendo una mercancía altamente rentable para los explotadores. Atendiendo a las estimaciones de diversos organismos internacionales, se calcula que cerca de 264 millones de menores, con edades comprendidas entre los 5 y 17 años, se ven obligados a trabajar.

Se encuentran en todas partes, pero son invisibles. Están ocultos tras las paredes de talleres y fábricas. Se encuentran fuera de la vista del público, en plantaciones y explotaciones minares, o, simplemente, en el anonimato de los hogares, especialmente los miles de niñas que son utilizadas como sirvientas, cuidadoras y asistentas sin salario, expuestas a los abusos y el maltrato.

Pese a que estas situaciones, en principio, puedan resultarle remotas a cualquier ciudadano europeo, no lo son tanto. Si usted está leyendo este texto a través de un dispositivo electrónico, es muy probable que el cobalto de su batería de iones de litio lo haya extraído alguno de los 40.000 niños que se estima que trabajan en las minas no reguladas del sur de la República Democrática del Congo, arriesgando sus vidas en túneles tallados a mano y respirando polvo tóxico. También hay muchas posibilidades de que, detrás de la ropa que usted viste en estos momentos, se oculten historias de explotación laboral en países asiáticos, además de una tremenda huella ambiental.

Con el objetivo de «crear una ciudadanía juvenil consciente, activa y comprometida con un consumo responsable que rechace la explotación laboral infantil», comentan desde la Fundación Más Vida, esta oenegé, con el apoyo del Ayuntamiento de Zaragoza, viene desarrollando desde el año 2020 una campaña de concienciación por centros y espacios educativos formales y no formales.

La segunda fase de este proyecto de educación para el desarrollo, denominado Delito invisible. Explotación infantil y consumo, arrancó el mes pasado con una exposición en la feria juvenil Solidarizar. Esta irá rotando por institutos, donde también se organizarán actividades, con el mismo fin de invitar a reflexionar a los jóvenes participantes sobre esta cuestión. Junto a fotos de productos como ropa, móviles o joyas, tras los que se esconde mano de obra infantil, se explica la realidad de la infancia víctima de la explotación y se dan consejos para un consumo más responsable.

Rostro de mujer centroamericana

La segunda fase del proyecto continuó la semana pasada con una jornada para estudiantes de Trabajo social, Relaciones Laborales, Recursos Humanos y del Máster Universitario en Relaciones de Género de la Universidad de Zaragoza. Bajo el título ‘La explotación del siglo XXI’, se trató de poner rostro a esta realidad laboral en Aragón. Según Antonio Ranera, responsable del Área de Migraciones UGT Aragón y uno de los ponentes, es el de «una mujer, centroamericana, joven o de mediana edad, en el ámbito de empleo doméstico».

De entre todos los tipos de trata de seres humanos existentes (laboral, servidumbre, sexual, para cometer delitos...), la más presente en la comunidad autónoma es la laboral, según recalcó Ranera. También señaló que se da sobre todo en los sectores de empleo doméstico y de cuidados, ganadería y agricultura y hostelería.

Además, apuntó que «la desigualdad es una gasolina hacia la explotación laboral», y aseguró que «convivimos con la explotación laboral» en nuestro entorno y en el día a día. Y, en concreto, sobre el sector de los cuidados, incidió en que se cubre «muchas veces con mano de obra esclava», y el ejemplo más claro de ello son las personas internas que trabajan 24 horas, siete días a la semana, en condiciones injustas.

Esta situación la vivió en primera persona Kelly Karina Bermúdez, de origen nicaragüense, que dio testimonio de su experiencia cuando llegó a Aragón en situación administrativa irregular. Contó cómo tuvo que asumir las tareas domésticas y de cuidado de tres familias por menos del salario mínimo interprofesional, y cómo fue despedida sin indemnización alguna, justo antes de poder regularizar su situación.

Con el apoyo de UGT, Kelly interpuso una demanda y fue indemnizada. Actualmente, su situación legal está cercana a resolverse y, en su empleo actual, sí reconocen su trabajo. «Tenemos derecho a que se nos trate con dignidad y respeten nuestros derechos», defendió Bermúdez.

Cerró la jornada Eva Kreisler, activa defensora de los derechos laborales y coordinadora de la Campaña Ropa Limpia, que explicó el funcionamiento de esta red internacional de oenegés, sindicatos y organizaciones de personas consumidoras que trabaja para mejorar las condiciones de las trabajadoras y los trabajadores de la industria textil global.