¿Qué son las maquilas?

Surgen en los años 70. Su crecimiento exponencial empieza en los años 90 y hoy están muy extendidas por Centroamérica y México. Generan alrededor del 30% del empleo formal en Nicaragua. En España se asocia este término a la industria textil, pero realmente tiene que ver con un modelo de producción industrial de zona franca, que va más allá de la ropa: material sanitario, piezas de coche, tabaco… E incluye a las teleoperadoras.

¿Cómo funcionan?

Solo hacen productos para exportar, no para el comercio local. Este modelo consiste en deslocalizar la producción a países del sur global, principalmente por la mano de obra barata, pero también porque no pagan impuestos y por la flexibilidad de las leyes. Los gobiernos facilitan todos los mecanismos necesarios de aduana y otras instituciones para que las operaciones fluyan con mucha facilidad, pero también son muy permisivos con los derechos y condiciones laborales.

¿En qué condiciones se trabaja?

Jornadas extensas y extenuantes, horas extras por encima de lo establecido en la ley, salarios bajos, flexibilidad del despido, trabajos repetitivos sin condiciones adecuadas que generan enfermedades graves… La vulnerabilidad y falta de supervisión de las instituciones dentro de las empresas facilita esta violación de derechos.

¿Son la clave para que podamos comprar ropa barata?

Absolutamente. Si en Europa se compra ropa barata, es porque la subvenciona el trabajo mal pagado de personas en el sur global, principalmente mujeres pobres. Si pagáramos lo que realmente vale una chaqueta, posiblemente no desecharíamos la ropa tan fácilmente, y es que así también estamos desechando la vida de esas personas y del planeta.

¿Conoce alguna empresa española que opere en las maquilas de Nicaragua?

Las cadenas de producción son muy difíciles de seguir. A veces, ese es el mayor problema para reclamar derechos laborales. Las marcas de ropa suelen subcontratar empresas que a la vez subcontratan a otras para producir una prenda o incluso parte de esta. Con todo, tenemos que exigirles responsabilidad.

¿Por qué se instalan en Nicaragua?

En Centroamérica, los salarios son bajos. Pero, en esta competencia a la baja, la ganadora es Nicaragua. Las trabajadoras reciben poco menos de 200 euros mensuales, cuando la canasta básica para una familia cuesta unos 380. Por eso, tienen que hacer muchas prendas para recibir un incentivo extra y poder comer. Además, Nicaragua tiene una ubicación estratégica y ‘paz laboral’. Como los sindicatos mayoritarios son militantes del partido de gobierno, no presionan a la industria, ni hacen huelgas ni paros. Esto hace al país muy atractivo para la inversión.

¿Hubo algún cambio con la llegada de Daniel Ortega al poder?

El gobierno de Ortega tiene una buena relación con la élite empresarial a través de su modelo de diálogo, alianzas y consensos con la industria. Él retomó la estrategia del ejecutivo neoliberal de Enrique Bolaños, pero la ha perfeccionado. Su llegada al poder coincidió con la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica y los Estados Unidos (CAFTA), y ha sabido impulsar la industria maquiladora. Es también un gobierno neoliberal, que ha apostado por la inversión extranjera que genera empleo rápido y precario, en línea con el modelo económico preexistente.

¿Refleja la situación de las trabajadoras de las maquilas la interrelación entre patriarcado y capitalismo?

Sí, es un ejemplo emblemático. La mayoría de sus trabajadores son mujeres pobres y con responsabilidades de cuidado. No pueden permitirse renunciar a estos empleos precarios porque las alternativas son incluso peores: servicio doméstico o trabajos informales sin ninguna prestación social. El contexto de pobreza, violencia y falta de derechos sociales, políticos, sexuales y reproductivos que viven las mujeres en Centroamérica las convierte en el perfil perfecto para este tipo de trabajos. Y, si se cansan, enferman o se rebelan, hay una larga fila esperando para ocupar su puesto. Así funciona este matrimonio perfecto entre el patriarcado y el capital.

¿Qué papel juegan factores como el colonialismo y la racialización en esa lógica de explotación?

Nada es casual. Las personas explotadas por la industria viven en los países más pobres, antiguas colonias que siguen viviendo el saqueo de sus bienes naturales y la fuerza de trabajo de sus habitantes. El empleo no solo está sexualmente dividido, sino racial y geográficamente también. Con esto no quiero decir que en Europa no exista explotación laboral, pero a ese nivel solo ocurre en los países del sur global, en donde ni siquiera importa que las personas no puedan comprar la ropa que cosen, porque no se las ve como consumidoras, solo como mano de obra barata.

¿Hay hombres trabajando en las maquilas?

Sí, y cada vez hay más, ya que existen pocas oportunidades de empleo y ahora las condiciones son un poco mejores, gracias a la lucha de las mujeres por sus derechos laborales. Los hombres suelen ocupar cargos de supervisión, aunque también están en las líneas que cosen la ropa u otros productos. Ocupan también la gran mayoría de trabajos con máquinas pesadas, porque se tiene la idea de que las mujeres no pueden realizar trabajos de fuerza o con maquinaria.

¿Cómo se reflejan las desigualdades de género en esas relaciones laborales?

El acoso laboral y sexual que sufren las mujeres, sobre todo de supervisores y otros cargos de poder, es el ejemplo más evidente. No suelen denunciar porque temen que las despidan, y pondrían en riesgo la supervivencia de su familia. Por otro lado, son ellas quienes cuidan a los hijos, asisten a las reuniones del colegio, los llevan al médico… Por lo que son las que suelen pedir permisos en las empresas. Por eso, cuando hay recortes de personal, son las primeras en ser despedidas. La vida de las trabajadoras de la maquila evidencia la ausencia de los hombres, el Estado y las empresas en el cuidado de las personas. Si hubiese más guarderías públicas, condiciones para conciliar y una paternidad responsable, el peso que tendrían que cargar sería mucho menor.