Interculturalidad, divino tesoro

Raquel Magaña, profesora colaboradora de la Cátedra de Cooperación para el Desarrollo, y Dobleache, nombre artístico del rapero de Francisco Eson, apuestan por la cultura hip-hip como vehículo para la educación para la ciudadanía global

Taller de rap realizado por Dobleache y Zewo en una casa de juventud en la provincia de Huesca

Taller de rap realizado por Dobleache y Zewo en una casa de juventud en la provincia de Huesca / RAQUEL MAGAÑA

Raquel Magaña / Dobleache

Cuando pensamos en el trabajo de las organizaciones no gubernamentales para el desarrollo, suele venirnos a la mente el trabajo realizado fuera de España, tanto en situaciones de emergencia, como a través de proyectos de cooperación a más largo plazo. Pero hay una parte del trabajo de las oenegés que, desde nuestro punto de vista, es la más importante: son todos los proyectos y programas de educación para la ciudadanía global que se llevan a cabo por toda España

Cátedra de Cooperación para el Desarrollo

Cátedra de Cooperación para el Desarrollo / UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA

Lo que seguimos llamando en ocasiones sensibilización, pero ha evolucionado, hasta lo que actualmente llamamos educación para la ciudadanía global. Y es parte imprescindible del trabajo de las oenegés porque nos permite intervenir directamente con la sociedad española para encaminarla hacia la transformación social, hacia un cambio que nos permita tener una ciudadanía más crítica y activa con lo que pasa cada día a su alrededor.

Dentro de la educación para la ciudadanía global, trabajamos la sostenibilidad medioambiental, la paz, la participación ciudadana, los derechos humanos, la igualdad de género o la interculturalidad. Y aunque creemos importante hablar de cualquiera de los temas anteriores, hoy nos centraremos en la importancia del último de ellos.

En la sociedad actual, diversa y enriquecida por la multitud de culturas con las que convivimos cada día, existe, cada vez más, una división entre «nosotros» y «ellos». Creemos que esta división es debida, en parte, a los discursos de odio que se normalizan por varias cuestiones: tenemos miedo al cambio, a lo desconocido, la cultura del miedo nos lleva a separarnos del otro, pero también la polarización política o la difusión de fake news por parte de ideologías extremas, proporcionan un espacio para la radicalización a través de las redes sociales, al alcance de cualquier persona.

Al mismo tiempo que se viralizan estos mensajes que nos hacen separarnos del otro, existe una gran impunidad y una falta de consecuencias legales por su difusión que hace que quienes los difunden no se sientan responsables por sus acciones. Y, como sabemos, y la historia nos ha enseñado, los discursos de odio unidos a la desinformación son predecesores de crímenes atroces, como el genocidio contra los tutsis de 1994 en Rwanda, o la crisis de las personas refugiadas rohinyá en Myanmar, entre otros.

Para contrarrestar todo esto, necesitamos desarrollar enormemente nuestra competencia intercultural y antirracista, para que nos ayude a abordar las causas estructurales y sistémicas de esta situación y, entre ellas, las manifestaciones individuales de los discursos de odio.

Y es aquí, justo en este momento, donde volvemos a recuperar la educación para la ciudadanía global y el trabajo que puede desarrollar para potenciar esa convivencia intercultural y antirracista, y no únicamente en centros escolares, sino en todos los ámbitos de la sociedad actual.

Después de unos cuantos años ejecutando proyectos de educación para la ciudadanía global, tenemos comprobado que hay una manera de trabajar esa interculturalidad que llega tanto a pequeñas personas como a mayores. Digamos que, si fuera un juego de mesa, este podría jugarse de 0 a 99 años, y la llave para llegar a ella la tiene la cultura hip-hop, porque el arte es una poderosa herramienta de transformación social. Y, en el hip-hop, nos encontramos con mucho ‘arte’: desde los DJ’s a los breakers, pasando por los escritores de grafiti y acabando en los‘MC’s o raperos.

Desde cualquiera de estas disciplinas hemos tenido la suerte de trabajar en procesos de educación para la ciudadanía global y conectar con una ciudadanía activa que cada día lucha contra los discursos de odio y contagia a su alrededor esa convivencia intercultural y antirracista que tanto necesitamos.

Y, es por ello, que desde este espacio que hemos tenido la suerte de ocupar en el día de hoy, os invitamos, a todas las personas que nos estáis leyendo, a participar en esas acciones de educación para la ciudadanía global, para ser ciudadanos y ciudadanas más críticas, activas y transformadoras, ya sea a través de la cultura hip-hop, o de cualquier otra forma. Porque, como dijo Marjane Sartrapi, «la educación es un arma de construcción masiva».

El poder transformador del hip-hop

No es casual el uso de la cultura hip-hop que hacemos en estos talleres. Hubo un tiempo en que la juventud estaba más ligada al rock & roll, el punk o el pop. Pero hoy se desenvuelve en sociedades más heterogéneas y conecta más fácilmente con otros géneros, que forman parte de su día a día, por la cercanía de sus mensajes, sus novedosos ritmos y rompedoras tendencias. Surgidos en los años 70, en los barrios más difíciles y multirraciales de los Estados Unidos, los colores llamativos y espectaculares bailes de sus primeras manifestaciones invitaban a la reflexión y albergaban sueños de mejores vidas para sus habitantes, envueltos en un sentimiento de pertenencia a un sistema que debían cuidar y respetar. 

Estas sensaciones hoy perviven en la música urbana y sus bailes y en el muralismo. Elementos que a unos les sirven de desahogo y necesario divertimento y que otros también emplean como herramienta para cambiar su entorno, haciendo del hip-hop el vehículo perfecto para transportar mensajes en favor de la convivencia y el respeto entre personas de distintas procedencias y condiciones.