No hubo banquetes ni la pompa de una boda real sino las frías firmas en el registro civil. Sólo las litúrgicas inclinaciones ante sus padres, hermana e incluso la prensa que la había torturado añadieron un ingrediente japonés a una ceremonia que no lo fue. La princesa Mako subió al coche y dejó atrás para siempre la residencia imperial Akasaka en dirección a su anhelada libertad en Nueva York junto a su marido, Kei Komuro.

"Siento los problemas causados y doy las gracias a los que han continuado apoyándome (…) Kei es para mí irremplazable y la boda era la elección necesaria para ambos", explicó en una breve comparecencia ante la prensa. Las mujeres de la realeza japonesa no acceden al Trono del Crisantemo y pierden sus títulos si desposan a un plebeyo. Mako, sobrina del emperador Naruhito, tendrá que solicitar en los próximos días un pasaporte porque carece ya de sus privilegios de cuna. No es la primera mujer que escapa de Palacio pero ninguna había ido tan lejos. Su boda real ha sido la primera sin fastos desde la Segunda Guerra Mundial y antes había renunciado a la dote de 150 millones de yenes (más de un millón de euros) que reciben las mujeres tras abandonar la familia real.

Cuatro años de obstáculos

No extraña su hastío ni su voluntad de quemar puentes. La pareja estampó su firma tras cuatro años de trastornos psicológicos, embrollos económicos, una febril persecución mediática y la oposición de buena parte de la opinión pública. Habían anunciado su boda en 2017 y la suspendieron poco después alegando "inmadurez". La culpa fue, en realidad, de un confuso episodio económico: la expareja de la madre de su prometido le reclamaba cuatro millones de yenes (unos 30.000 euros) que habría destinado, entre otros menesteres, a la educación universitaria de su hijo.

Komuro explicó en un documento de casi 30 páginas que no se trataba de un préstamo sino de un regalo, pero se comprometió a devolverlo. Tampoco acalló las críticas el novio, convertido ya en el objetivo predilecto de la prensa y las redes, estigmatizado por la soltería de su madre, desdeñado como cazafortunas y criticado incluso por una coleta que lució temporalmente. Centenares de tokiotas se han juntado este martes en un parque para protestar contra de la boda.

El acoso y la imposibilidad de disfrutar de una "vida tranquila y feliz", en palabras de la casa real, causó a la princesa un síndrome de estrés postraumático. Es la maldición palaciega sobre las mujeres: la emperatriz Masako sufrió depresión por no parir al varón que esperaba el país y su predecesora, la también plebeya Michiko, perdió la voz 20 años atrás por las críticas sociales.

La primera nieta del antiguo emperador había conquistado a la opinión pública durante su niñez con sus modales impecables. Desechó la Universidad Gakushuin, frecuentada por la élite económica, y estudió en la Universidad Cristiana Internacional de Tokyo. Allí quedó prendada de la sonrisa radiante como el sol de Komuro, aclaró en aquel compromiso público de 2017. La presión mediática empujó a su novio a Estados Unidos para estudiar Derecho y emplearse en un despacho. Se ignora a qué se dedicará la princesa Mako pero no le falta currículo. Estudió arte y patrimonio cultural en Tokyo y cuenta con un máster en estudios museísticos de la Universidad de Leicester.

No son nuevas las escapadas de mujeres de palacio e incluso se teme que la falta de efectivos impida cumplir con las obligaciones protocolarias y públicas. Algunos piden que cambien las leyes misóginas y apolilladas para permitir que las mujeres permanezcan en la familia real tras desposar a plebeyos. Lo estudia un panel de expertos designados por el Gobierno pero no se esperan cambios inmediatos por la terca oposición de tradicionalistas y monárquicos.