El auge de la novela histórica contribuye doblemente a la cultura, fomentando la lectura y aumentando el conocimiento de la historia.

En mi modesta opinión este género literario se divide en dos subgéneros; la novela histórica, donde el escritor crea una trama situándola en un determinado tiempo del pasado con personajes históricos reales y con otros inventados, y el que podría llamarse historia novelada, con personajes rigurosamente históricos a los que el autor resucita dándoles vida y sentimientos; un género que ha proliferado mucho en los últimos años.

Jesús Maeso de la Torre escribe novela histórica y con gran imaginación, primera cualidad necesaria, ha escrito una novela sobre el Papa Luna. Aparece en ella Domingo Dalava, un personaje real del que Don Jesús Maeso ha hecho el malo malísimo de la película, en este caso de la novela.

Con todo respeto a que el señor Maeso escriba lo que le parezca oportuno y reconociendo que el personaje le deja redonda la novela, creo que al menos los lectores de nuestra comarca tienen todo el derecho del mundo, pues encima se menciona expresamente Cariñena, a conocer la verdadera historia de Micer Domingo Dalava. Que nunca pudo ser la del siniestro personaje de la novela.

El apellido Dalava o De Alava no existe desde hace muchos años en Cariñena. En el archivo de la Corona de Aragón aparece un Juan Dalava, procurador de las aldeas de La mancomunidad de Daroca en 1311 y en 1315 y 1339 un Miguel y otro Juan del mismo apellido fueron sucesivamente escribanos de dichas aldeas. Domingo Dalava, canónigo de La Seo de Zaragoza, era en 1418 camarero o camarista, hombre de confianza del Papa Luna al que había conocido en la Universidad.

En julio de 1418 el Papa, de unos 90 años (no conocemos el mes ni el día de su nacimiento) repentinamente enfermó. Sufrió mareos, vómitos, se puso malísimo. Todos creyeron que se moría pero no fue así, sino que se recuperó y entonces su camarero mayor se echó a sus pies, pidiéndole perdón por haber intentado envenenarle.

Probablemente creyó que la recuperación de Benedicto XIII era un milagro, pues no podía saber que con el veneno preparado por el monje del convento de Bañolas Fray Paladio Calvet, que introducían en dulce de membrillo y en la miel de unas obleas, regalo al Papa de unas monjas fieles, le suministraban a éste la glucosa, antídoto del arsénico.

Era el peor momento del Papa, abandonado por los seis cardenales que acababa de crear. Mas que por el cisma, es posible que Micer Domingo quisiera acabar con el sufrimiento del nonagenario que él veía a diario y a todas horas, por más que el Papa lo ocultara. Lo cierto es que nadie sospechó nada y que si él no lo revela, difícilmente se hubiese sabido nunca.

Sonado fue el proceso. A Fray Palacio Clavet, condenado por envenenador y nigromante, lo quemaron vivo en el istmo de Peñíscola. En el tormento acusó al nuncio del Papa de Roma, el cardenal Adarmari, que estaba en Lérida y huyó precipitadamente, muriendo antes de llegar a Roma. Domingo Dalava no parece fuese condenado sino a internamiento en un convento, donde con seguridad moriría pronto, pues su edad sobrepasaba la media de la época.

Equilibrado y correcto el señor Maeso con la figura del Papa Luna, lo que es tanto más de agradecer cuanto tantas veces por tantos ha sido injustamente tratada.

A Benedicto XIII se le considera y generalmente no para bien, como para el paradigma del aragonés terco o tozudo. Por mi parte estoy muy conforme con lo del paradigma o prototipo. Pero ni los aragoneses son tercos y rudos ni mucho menos lo fue el Papa Luna, a menos que se llame terquedad a la firmeza, pero esto lo veremos otro día.

LUIS ALEGRE