Los libros del escritor aragonés nacido en Daroca José Luis Corral me han proporcionado muy buenos ratos, especialmente su "Historia de Aragón contada a los niños". Ya era hora de que alguien de prestigio y con conocimiento del tema reivindicara para Aragón una de tantas partes que de su historia, y lamentablemente no sólo de su historia, le han sido arrebatadas. Corral ha tenido el especial acierto de hacerlo en un libro dedicado a los niños, aunque igualmente deberían leerlo los mayores.

Hay que resaltar el cuidado exquisito, tal vez demasiado, que ha puesto en no afirmar de manera taxativa nada que no pueda demostrarse por documento absolutamente irrebatible. Algo que para nada han tenido en cuenta quienes a lo largo de dos siglos, con gran imaginación, inventaron hechos que o no sucedieron o no pudieron suceder.

El documento más antiguo de que hasta hoy se dispone, que yo sepa, sobre las barras de Aragón no es precisamente un texto escrito, sino unos sellos de Ramón Berenguer IV, de cuando ya era Príncipe de Aragón, Conde de Barcelona y Marqués de Provenza por este orden, y en latín, que es como se tituló siempre porque nunca se tituló rey. La reina era su esposa, una niña aún, Doña Berenguela. Naturalmente él tenía, y muy bien tenidas, todas las competencias. No hay sellos anteriores a los desposorios y Ramón Berenguer era Conde de Barcelona desde bastantes años antes, pues lo heredó de su padre a la edad de 15 años.

Los colores de las Barras, no hay duda, eran los colores de Roma y a la decadencia y caída del imperio romano pasaron al Papado como casi todo, o más bien todo, y desde luego los símbolos. Un par de consideraciones nos llevarán al conocimiento de cómo y cuándo pudieron pasar, y seguramente pasaron, a la Corona de Aragón.

La segunda mitad del siglo XI marcó el apogeo del Papado. El Papa Alejandro II (1068 a 1073) fundado en un documento del emperador Constantino, que siglos después se descubrió que era falso, reclamó la soberanía de los reinos de España, mejor dicho, de la parte de España que se había reconquistado y de la que se fuera reconquistando. El rey de Castilla hizo oídos sordos, pero no así el rey de Aragón, Sancho Ramírez.

No cabe duda de que la familia real aragonesa era católica. Alfonso I dejó su reino en herencia a las órdenes militares; su hermano Ramiro II era fraile y volvió al convento en cuanto dejó su reino y sus hija, en las seguras manos de Ramón Berenguer y Doña Toda Ramírez (Doña Toda de Moncayo)m fundó el convento de Trasobares del que fue primera abadesa.

Estos eran los hijos de Sancho Ramírez. Naturalmente que el padre no solo atendió la llamada sino que inmediatamente se puso en camino a Roma en 1068 para "poner su persona y su reino en manos de Dios y de San Pedro", sometimiento que se completó el año siguiente, pues su estancia en Roma fue larga, declarándose feudatario del Papa y pagando el tributo correspondiente. Tal situación perduraría muchos años con relaciones muy fluidas, intercambio de visitas a través de personas de confianza de una y otra parte. Por Aragón casi siempre el abad de San Juan de la Peña.

En 1073 Gregorio VII, el nuevo Papa, escribía: "No se os oculta que el reino de España fue desde antiguo de la jurisdicción propia de San Pedro, aunque ocupado tanto tiempo por los sarracenos, pertenece todavía por ley de justicia a la Sede Apostólica solamente y no a otro alguno".

Este sometimiento feudal y tributario de Sancho Ramírez, que en 1078 era además también rey de Pamplona, algo merecería por parte del Papa junto con su bendición ¿Y qué tenía más a mano el Papa que los colores de Roma que además no le suponían coste alguno?

Todo apunta a que éste fue el origen de las barras que pertenecen por tanto a la Casa Real de Aragón. Antes esos símbolos no se utilizaban y en aquel tiempo no tenían la importancia que adquirieron luego. Este regalo sería considerado como poco más que la estampita especial con que suelen mostrar su agradecimiento los miembros de la Iglesia.

Fue más tarde cuando las barras adquirieron la importancia que merecieron y ésa fue obra de aragoneses y catalanes primero, y de todos los territorios que se fueron conquistando más tarde. Por tanto, son de todos y pertenecen a todos por igual.

No tiene sentido y es penoso leer en obra tan importante y seria como Espasa en su apartado de Ramiro el Monge: "Este fue el último rey verdaderamente aragonés". Resulta que Doña Berenguela que era verdaderamente aragonesa además del hijo, el futuro Alfonso II, el primero que se titula Rey de Aragón y Conde de Barcelona, puso también la corona.

LUIS ALEGRE AGUDO