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La masacre del 11-M Luto en los barrios

Recogimiento en El Pozo

"Esto es para verlo recogido, en casa, que no es un Bar§a-Madrid", dijo ayer Marcial, un jubilado, en El Pozo del Tío Raimundo. No hablaba solo, se lo decía a la media docena de televisores que ofrecían imágenes sin sonido en una tienda de electrodomésticos. El funeral que se celebraba a esas horas en la catedral de La Almudena vació las calles, normalmente llenas, de este barrio madrileño. Lo mismo pasó en Santa Eugenia. El silencio es una de las consecuencias del 11-M que más se ha sentido en Madrid.

Marcial es mayor --no dice cuánto, sólo que ya no ve los 70-- y extremeño "a mucha honra". Antes de recogerse en su casa, para ver el funeral, dijo en voz baja: "Ya hay bastante". Lo sentía por los muertos y más por sus familias "que son las que se quedan", pero confesó que empieza a estar saturado.

Junto a él sólo otros tres hombres, retirados, como él, que acostumbran a pasar el tiempo en el centro comercial Madrid Sur. A uno le molestó no oír la voz del locutor de la tele y sí la canción de Fran Perea, que se escurría por los altavoces del hilo musical.

Caras conocidas

Cuando empezó el sermón del cardenal Rouco Varela, en la parte inferior de la pantalla empezaron a desfilar los nombres de todas las víctimas y sus fotos tamaño carnet. Fue el momento en que todos miraron con atención y señalaron con el dedo cuando apareció la imagen de alguien conocido.

Pasado el mediodía, la avenida de Pablo Neruda suele estar muy transitada. Es la hora de volver de la compra y falta poco para recoger a los niños que salen de la guardería. Ayer, la gente también compró y acudió a recogió a sus hijos, como cada día, pero nadie tuvo cuerpo para tomarse el café o la caña viendo la tele en el bar. Ni siquiera para charlar un rato en la acera. Como en las manifestaciones, el silencio volvió a adueñarse de las calles de Madrid.

El Pozo es un barrio rojo que empezó a cambiar las chabolas por pisos ya en los años 70. Pero también tiene muchas zonas nuevas con pisos para jóvenes y pequeños parques. Por eso, sus calles se llaman Mogambo, La Reina de Africa, Los Santos Inocentes o La Cenicienta. El centro cultural lleva el nombre de Paco Rabal y su programa de actividades es apretado aunque ayer nadie se sentó en la cafetería. Ni en el bar El Tomelloso, ni en El asador.

En La Terraza, un restaurante de la calle de Volver a Empezar, sus camareros sí veían la tele de refilón pero con el volumen bajo. Sólo se atrevieron a subirla en el instante en que los Reyes entraban en la catedral y sonaban los acordes del himno nacional.

Los viajeros que se apean del tren en Santa Eugenia sortean un reguero cada vez mayor de velas rojas, fotos, peluches y estampitas religiosas. Los ramos de flores --algunos enviados desde el extranjero-- están desteñidos porque les ha llovido mucho encima. Igual que a una inmensa fotografía de un Jesús el Nazareno.

La avenida de Santa Eugenia es la de la parada del tren. En los edificios de esa calle y en los de la paralela, Castrillo de Aza, vivían algunos de los muertos. Ahora, al lado de los timbres, cuelga un aviso de la asociación de vecinos La Colmena, que ofrece grupos de ayuda para que los afectados puedan hacer terapia. El cartel también recuerda que los objetos perdidos de quienes viajaban en los trenes de la muerte están en la brigada policial de Moratalaz.

El joven del ojo y el móvil

"No sé dónde vive Sergio Gil", es lo primero que Ramón explica a los periodistas, sin que nadie le haya preguntado. Es el camarero del bar La vía, justo enfrente de la Renfe. Y se refiere al chico del ojo hinchado que intentaba llamar con su móvil, aquel cuya foto dio la vuelta al mundo y ya es un símbolo. A su pesar, porque Sergio no recuerda lo que le pasó. Sólo sabe lo que le han contado y lo que ha visto en televisión.

Ramón también está un poco harto de tanto recuerdo obligado y "hasta las narices" de que no le dejen vivir en paz: "Una periodista francesa y uno japonés o chino, no sé, vienen casi cada día para que les busque a ese chaval y yo ya les digo que no tengo ni idea, sé que es de aquí, pero ya está". La escasa parroquia se conmueve cuando ve a la Familia Real tan deshecha como sus súbditos. Los comentarios que se oyen son del tipo "hay que reconocer que estas cosas las hacen bien" o "cómo llora la Infanta". Las dedicadas al secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, o al primer ministro británico, Tony Blair, son más difíciles de reproducir porque incluyen a sus madres.

Pasar página

La gente está agotada. Cansada del jueves de los atentados, del viernes de la manifestación, de los nervios del sábado y de las elecciones. "¿No dicen los psicólogos que hay que pasar página?", preguntaba una señora."Pues así no hay forma, entiéndame, yo no me olvidaré en la vida, pero no sé si todos estos actos son demasiado. La gente lo que quiere es llorar en sus casas".

Cuando acaba el funeral, a Ramón le falta tiempo para coger el mando a distancia y apretar el botón del off . Como si así acabara el mal trago. El ruido de la cafetera y la cantinela de las tragaperras relevan a El cant dels ocells . Es la hora de poner las mesas para los que vienen a comer de menú. "Le advierto que lo mejor para el mal rollo y para no pensar es seguir currando normal", dice Ramón.

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