Llegó el consejero de Hacienda, Mario Garcés a palacio y revolucionó el gallinero. Comenzó fuerte su comparecencia, tendiendo puentes, sí, pero dejando claro que él no esconde sus cartas, que es un liberal de tomo y lomo. Tan agresivo, altanero en ocasiones, se mostró que dejó a unos y a otros temblando. Incluso el portavoz del PAR, Antonio Ruspira, se quedó algo pálido.

Garcés marcó desde el principio un nivel político alto, exigente, que requería una respuesta contundente. No la encontró en el PSOE, cuya portavoz, Ana Fernández, anduvo navegando entre lo difuso y lo blandengue. El consejero dio tono de debate, de duelo al amanecer, a su comparecencia olvidando que estaba en una comisión y no en la asamblea de Madrid. Pero algo de tensión se agradece. Los portavoces de IU y CHA, Adolfo Barrena y José Luis Soro, fueron muy críticos, sobre todo el primero que tachó de prepotente al titular de Hacienda y le culpó de tratar de "meter miedo".

Y Ruspira tuvo que ponerle los puntos sobre las ies, recordándole que por encima de su arrollador liberalismo está el acuerdo entre el PP y el PAR; y que en la anterior etapa no todo era tan malo ni se hizo todo tan mal. Entre otras cosas porque los aragonesistas ya gestionaban entonces. Entonces y siempre. Garcés evitó entrar en polémicas y apenas le replicó.

Fue un buen comienzo. El curso político no podía empezar con un mejor pulso. Pero duró poco. Por la tarde todo fue más relajado. El consejero de Economía, Francisco Bono, utilizó un tono más comedido, más conciliador y eso le permitió salvar el trámite parlamento con pocas críticas y con el compromiso de colaboración de todos. Solo CHA se salió de esta línea y pidió la dimisión de Bono por ser aún presidente de Aramón.

Y eso que Bono fue bastante menos concreto que Garcés. El consejero de Economía lanzó líneas generales, tanto que solo permiten contemplar sus planes de futuro con prismáticos. Poco más. Pero una vez más se demostró que en política no solo cuenta el fondo, sino también la forma. Y en lo segundo, en el saber hacer, Bono lleva la delantera a Garcés: dos consejeros con carteras semejantes, pero con estilos tan dispares que incurren en contradicciones incluso en algunos de sus planteamientos.