Después de toda una vida, desde los 8 años, bajo el mismo techo, Francisco Valdés fue desalojado ayer de su casa, a la edad de 82. Habitaba esta vivienda, situada en la localidad zaragozana de Alagón junto a su mujer, Josefina Aranda, que apenas puede andar, y dos de sus cinco hijos, uno afectado de esquizofrenia y el otro con una leve discapacidad.

Para rematar la dramática situación tuvieron que ver, sin esperarlo, cómo las excavadoras derribaban su hogar. No tuvieron tiempo ni de terminar de sacar sus objetos personales. Francisco y Josefina no soportaron la situación y tuvieron que ser atendidos por la Cruz Roja por dos subidas repentinas de los niveles de azúcar en la sangre.

Los Valdés sabían hace unos días que los actuales propietarios de la casa, tres hermanos de Barcelona apellidados Saura Vendrell, habían solicitado en el Ayuntamiento de Alagón los permisos pertinentes para el derribo. Pero nadie esperaba que la demolición fuese inmediata, en cuanto los nuevos dueños tomaron posesión de su propiedad.

Cuando cayó la fachada, una de las hijas, Fina, no pudo soportar la visión de las fotos familiares colgadas en la pared, y rompió a gritar en pleno ataque de nervios. En el terreno anexo tuvieron que dejar unos 24.000 euros en ladrillos, que ellos mismos fabricaban en el horno de tejar que ha servido de sustento a la familia durante décadas.

Con este desahucio se daba cumplimiento a una sentencia del Tribunal Supremo que llevaba pendiente de ejecución desde el pasado mes de octubre, suspendida en su día por motivos humanitarios. La vivienda había sido el hogar de Francisco Valdés desde que tenía ocho años, en 1942. En 1960 firmó un contrato privado de compra por la vivienda y el corral anejo, por el que pagó 200.000 pesetas de la época. Pero ese documento no lo firmaron los propietarios, sino su madre, Orosia Casasús, que era la usufructuaria y, por lo tanto, no estaba autorizada para vender. Además, desde entonces, ha estado pagando un alquiler anual.

Los actuales propietarios, bisnietos de Orosia, heredaron la casa y los 9.200 metros cuadrados de terreno circundante de su tío, Carlos F. Saura. Este mantuvo el contrato de arrendamiento, como constaba en el registro de la propiedad, que se extinguía con su fallecimiento. Pero, según la abogada de los sobrinos, Begoña Cerezo, estos "nunca reconocieron la condición de inquilinos" de los Valdés.

CONTADICTORIO CONTRATO

En cuanto los tres hermanos consolidaron su dominio sobre la propiedad, nada más fallecer su tío, hace ya once años, decidieron no renovar el alquiler, e hicieron un requerimiento notarial para que Francisco y su familia abandonaran la finca. Desde entonces han estado en pleitos, pues Francisco Valdés sigue considerando que es el legítimo propietario de la vivienda.

Pero ni los tribunales en primera ni en segunda instancia, ni tampoco el Supremo, reconocieron nunca el documento firmado en 1960 como título de propiedad ya que, como señaló Cerezo, "era un contrato de venta y alquiler, algo que en sí mismo es contradictorio", y sus clientes "tienen derecho a reclamar su propiedad". Pero Francisco Valdés asegura que él confiaba en Orosia "y nunca pensé que me hubiera engañado. En aquellos años yo no sabía nada y nunca me preocupé de que la escritura estuviera a mi nombre".