Mujer y deporte

Amelia Bella, la vida es bella

Su idilio con la montaña nació a través de unas diapositivas y aquel flechazo se convirtió en juramento de amor eterno para esta turolense capaz de subir a los principales picos para dejarse envolver por esa «infinita libertad donde la mujer toma sus propias decisiones»

Amelia Bella, con el Pilar al fondo, en las inmediaciones de su domicilio en Zaragoza.

Amelia Bella, con el Pilar al fondo, en las inmediaciones de su domicilio en Zaragoza. / JAIME GALINDO

Jorge Oto

Jorge Oto

La montaña entró en su vida a través de unas diapositivas que alguien llevó a su casa cuando ella era una niña. Aquellas imágenes de esos colosos impactaron a esa chica turolense de familia sencilla y trabajadora que hasta entonces solo había ido al monte de campamentos. «Fue un flechazo. En cuanto vi aquello tuve claro que tenía que estar en ese paraíso», recuerda Amelia Bella. Había comenzado un idilio que se prolongaría durante más de medio siglo y que llevaría a la aragonesa a subir las montañas más poderosas del Pirineo, los Alpes, la Patagonia o el Himalaya.

Tomás, su «compañero de vida», contribuyó decisivamente a que el idilio entre Amelia y la montaña cada vez fuera más sólido. A él, ya desaparecido, dedica la alpinista cada cumbre, cada ascensión, cada gesta. «Ya no está, pero me sigue acompañando. Es muy gratificante recordar a alguien que ha sido tan importante en mi vida», asegura Amelia, que empezó a subir a los 20 años y que a los 22 ya había culminado su primer gran pico.

Para ella, la montaña lo es todo. «Es el sitio donde me sigo sintiendo bien. Es disfrute, paz, tranquilidad y armonía. Pero, sobre todo, es libertad», afirma. Quizá por eso, siempre ha huido de la competición e incluso del deporte. «Es que mi objetivo no son las cumbres, sino sentir y disfrutar esa libertad infinita que me proporciona la montaña, donde la mujer puede tomar decisiones, es libre y nadie le dice lo que debe hacer. La montaña es desconectar del mundo y sentir ese bienestar que proporciona el contacto y la conexión con la naturaleza porque ella manda. La montaña es pura admiración».

"He trabajado mucho por la igualdad y creo que ha merecido la pena y que el esfuerzo ha dado sus frutos"

Las cosas han cambiado «mucho» desde que Amelia cayó rendida ante aquellas diapositivas. «Nací en una época de dictadura en la que la mujer tenía que pedir permiso incluso para abrir una cuenta bancaria. He trabajado mucho por la igualdad y creo que ha merecido la pena y que el esfuerzo ha dado sus frutos», se congratula. «Siempre hay que estar atentas porque los derechos de la mujer son los primeros que se quitan, pero es verdad que todo ha cambiado mucho para bien», añade,

Y esa evolución también ha alcanzado a la montaña. «Yo casi siempre he subido con hombres y nunca he tenido problema alguno ya que el respeto ha sido máximo, pero creo que se camina mejor con mujeres quizá por similitud en muchas cosas o porque nos comprendemos mejor entre nosotras». Pese a ello, todavía encuentra «miradas» o expresiones asociadas a cierto machismo o al edadismo». «Cuando voy sola, gente muy amable me pregunta si voy solita o qué hago a mis años subiendo montañas. Y respondo con naturalidad y respeto porque no hay que entrar en eso y no tengo nada que demostrar».

Ahora, más de 50 años después de aquella primera ascensión, Amelia sigue disfrutando como el primer día. «Le sigo dando el mismo cariño a la montaña, pero tengo que entrenar más, eso sí», matiza. «Cada día voy al gimnasio para hacer cardio y musculación y ando mucho, en ciudad y en el Pirineo».

Su última experiencia fue brutal. Amelia propuso a Montañeras Adebán, club al que pertenece, la ascensión al Aconcagua, de casi 7.000 metros. La tentadora oferta no tardó en obtener una respuesta positiva formando un grupo de diez mujeres. Amelia afrontó el reto junto a sus dos hijos y con Tomás en el recuerdo. «Fue una expedición en femenino, pero me hacía ilusión hacerla con mis hijos. A los 6.400 metros me quedé y aún no sé muy bien por qué. Me arrepiento, pero me daba miedo no tener fuerzas para volver. Las montañeras tenemos que saber cuándo renunciar para que nadie tenga que bajarnos, pero fui feliz», asegura.