A O. C. P. le encarcelaron por circular sin carnet, y por una estafa que asegura que no cometió. Sea como fuere, le metieron entre rejas sin tener acreditada una discapacidad intelectual que sí le detectaron en Feaps. "Vinieron a verme y me preguntaron que si me importaba que me hicieran un seguimiento. Yo no tenía problema, así que empecé a trabajar con ellos y encontré mucho compañerismo, muy buena acogida de los psicólogos", explica.

Él no asistía a los talleres porque, con el tiempo, llegó a ser encargado de mantenimiento del módulo 11, uno de los de respeto, donde se encargaba de reparar y pintar celdas y despachos. "Pero sí venían cada semana la jurista, y el educador, y hablaban conmigo, no tenían queja de mí", recuerda. "Me llevaba bien con los funcionarios, y con el educador, don Jesús. El puesto era algo que te tenías que ganar, ahí dentro nadie te da nada, y yo me lo gané", explica, orgulloso.

O. C. P. no reniega de su paso por la prisión, como experiencia, aunque sí lamenta sus consecuencias. "Me sirvió como un escarmiento, porque allí dentro ves de todo. Pero tenía que cuidar a mi padre, que también tiene discapacidad, y a mi hermano, también deficiente. Me dije que eso no era vida", explica. "Luego conocí a una chica, tengo un hijo, ahora todo va bien y no tengo quejas. Pero solo por haber estado ahí dentro ya notas cierta discriminación", lamenta.

Con el tratamiento, fue consiguiendo permisos, y la opinión de los trabajadores de Feaps --que no deciden, pero a los que sí consultan-- fue que merecía el tercer grado. Y, finalmente, la libertad. Ahora sigue acudiendo a la sede del Actur para hacer cursos, como el de administrativo. "Aquí se han volcado conmigo, estoy muy bien, y si Dios quiere que apruebe, me gustaría formar parte de Feaps", asegura.