Será difícil olvidar el mes de julio del 2020. El mes que ahora termina llegó con la ilusión de quien comienza a dar sus primeros pasos, sin imaginar que la caída estaba mucho más cerca de lo previsto. Teníamos todo un verano por delante y el covid-19 parecía anestesiado tras causar un encierro global, propio de la ficción. Nada de eso estaba en el guión. Tampoco que los contagios irían salpicando la geografía aragonesa de forma inmisericorde en el séptimo mes de un año negro.

Ahora nadie puede aventurar qué sucederá este mes de agosto. Ni a la vuelta de septiembre. Ni en otoño. Ni en Navidades. La vida siempre es imprevisible, pero ahora lo es mucho más y la sociedad parece condenada a convivir con lo desconocido. La incertidumbre y la inseguridad se han convertido en el principal temor del ser humano. Y a eso habrá que acostrumbrarse, al menos hasta que llegue la vacuna.

Hasta entonces habrá que administrar esfuerzos, recursos y conseguir gestionar la pandemia de la mejor forma posible para que esa sensación de desamparo que recorre la población no paralice la vida, la sociedad y la economía. Por eso, ahora, en los momentos de mayor dificultad, conviene mantener la calma y aprender de los errores del pasado. Que los hubo como no podía ser de otra forma. Y también aciertos.

Repunte de contagios

El presidente de Aragón aludió hace solo unos días a la «tormenta perfecta» de Zaragoza, en la que confluyeron tres factores básicos: el ocio juvenil, ser una de las ciudades más dinámicas y pobladas de España y albergar temporeros, principal foco de los brotes a finales de junio. Lo de los jóvenes se podía intuir, tener un población de más de 700.000 habitantes es inevitable, pero albergar a cientos de temporeros en condiciones indignas es algo más que subsanable. De todo ello conviene aprender.

El caso es que la comunidad afronta una segunda parte del año más que compleja. Las plantas de los principales hospitales comienzan a recibir a un buen número de enfermos de coronavirus en una época en la que el personal sanitario implora vacaciones. Mientras, los centros de Atención Primaria echan humo, pues cada día Aragón realizan más de 3.000 pruebas PCR. Pero los recursos son limitados. Y ahora más que nunca.

Mientras, en las residencias, el covid-19 ha vuelto a entrar para disgusto de los mayores y de sus familias, pero también de los trabajadores que se llevaron un rapapolvo injustificado del presidente Lambán, a los que culpó de forma imperdonable de llevar el virus a estos centros cuando han sido ellos uno de los grandes salvavidas durante la crisis del covid.

Las palabras sorprendieron incluso al propio Lambán, que recitificó a las pocas horas. Y varias veces más antes y después de la conferencia de presidentes en la que exigió 1.000 millones más para hacer frente a este tsunami. Porque la gestión de la pandemia es la gestión de los tiempos, de los recursos, pero también de las palabras. Y da la sensación de que el mes de julio ha comenzado a pasar factura al Ejecutivo. Es algo lógico, pero conviene no hacer más ruido del necesario y centrarse en lo sustancial.

Verdad y reputación

Pese a todo, el manejo de la crisis por parte del Gobierno de Aragón no da pie para muchos reproches. El Ejecutivo es uno de los pocos que ha cambiado a su titular de Sanidad durante la crisis, con la dimisión de la consejera Ventura tras unas declaraciones más que desafortunadas que golpearon de lleno a los sanitarios.

Semanas más tarde se adoptaron decisiones complejas al decretar el regreso a la fase 2 de tres comarcas de Huesca y una de Zaragoza, a la que luego se sumaría la comarca central. Fue el primer retroceso de fase de la desescalada en España. Otro de los pasos decididos fue el de ofrecer sin filtros los datos de contagios diarios, a pesar de que podía dejar noqueado (como así ha sido) al sector turístico y a una parte de la economía aragonesa.

Quizá porque el impacto ha sido mayor del esperado, en el Pignatelli ha comenzado a cundir el nerviosismo. Las cifras de esta semana no han ayudado: se perdieron 20.000 ocupados en los últimos tres meses, Aragón cerró el año con un crecimimiento del PIB del 1,7%, inferior a la media nacional (2%), y lejos de alumnos aventajados como Navarra (2,8%).

Llegarán peores cifras. Seguro. Pero habrá que exhibir templanza, unidad y flexibilidad para convivir con lo desconocido.