Si antes se me ocurre advertir que el PP anda cogiendo el rábano (político) por las hojas, antes aparecen los capitostes del PSOE a meterle mano también al follaje (aunque en su caso no creo que la mata sea de humilde rabaneta, sino de alguna planta más... psicodélica).

Primero, la dirección socialista sale a escena con un programa fiscal (el contante y sonante) inspirado a lo que se ve por un exejecutivo del BBVA que ha fichado Zapatero; un programa fiscal, digo, que rebajando cuotas al impuesto de sociedades y limando el IRPF a las rentas altas no se lo saltarían ni Rato y Montoro ciegos de nandrolona neoliberal.

Segundo, aparece el presidente extremeño y barón de Ferraz, señor Ibarra, a proponer muy serio que todas las candidaturas a las generales que se presenten en un número limitado de circunscripciones queden descalificadas si no logran superar el cinco por ciento de los votos emitidos en el conjunto de España. Adiós minorías, adiós nacionalistas, adiós Grupo Mixto. En el Congreso se quedarían solitos el PP, el PSOE y, con mucha suerte, Izquierda Unida. Los demás, a cascarla. Dos millones y medio de votos sin representación. La España cañí se quita de encima a los periféricos ¿Es ésta la mejor manera de cohesionar un país de países, un país evidentemente plural? ¿Es esto democrático siquiera? Pues no, claro. Vaya patada en la zona erógena que le ha metido el Ibarra al Zapatero, de Rodríguez a Rodríguez, oye. Aunque luego dijera (Ibarra) que, ¡uy!, se había equivocado.

Y todo esto, ¿para qué? Quienes organizan su economía personal en una o varias sociedades anónimas y quienes creen que el Estado español debe ser centralista a ultranza ya votan lo suyo, que es el PP. Por el contrario, los votantes progresistas andan acongojaditos, los pobres, al ver la que cae. ¡A lo mejor los del PSOE sólo quieren jorobarnos la profecía a los que auguramos que el PP no ganaría en marzo por mayoría absoluta!