Llegó el verano y con él el final de la desescalada y del estado de alarma que ha mantenido, primero confinada y luego ganando poco a poco capacidad de movimiento, a la población aragonesa y española. Y es por eso, ese recuerdo de tantos sacrificios y por la estadística de víctimas que deja el covid-19, que muchos ahora se cuestionan si estamos preparados para esa libertad total de desplazamientos.

La conclusión, pulsando la opinión de la calle, es una mezcla de temor a posibles rebrotes, enfado por ya quienes no respetan las normas y dudas sobre si es mayoría la población que está lista o la que ya ha olvidado tanto esfuerzo y dolor.

Destacan la complejidad de aprender todos los requisitos para andar por la calle o entrar en un establecimiento respetando todas esas normas. Son muy variadas y han ido cambiando en estos tres meses. Primero fue el confinamiento y la prohibición casi absoluta de cruzar el umbral de la puerta de sus hogares, luego la desescalada y las franjas horarias para los paseos, con quién se podía pasear y con quién no, mascarillas primero voluntarias y ahora obligatorias, el hidrogel encima y lavarse las manos con frecuencia... Son muchos aspectos a tener presentes y algunas personas empiezan a olvidarlos.

Las instituciones apelan a la responsabilidad individual en esta fase de nueva normalidad. Un rol que todos asumen pero no todos confían en que el prójimo la ejecute con la misma exigencia que ellos mismos se autoimponen. Las mediciones de aforo en espacios cerrados, las aglomeraciones puntuales que se pueden dar en zonas de especial atracción de visitantes o la llegada, por primera vez en tres meses, de ciudadanos de otras comunidades autónomas. Ahora la libertad de movimientos exige mayor rigor y la impresión de la población no es unánime, las dudas de si se respetan escrupulosamente las normas existen.

En este sentido, cabe destacar la flexibilización por parte de la autoridad competente a la hora de castigar esos incumplimientos que es lo que ha predominado en la desescalada. Y quizá haya generado cierta relajación o, en el peor de los casos, una sensación de impunidad que no ayuda a relajar las posibles tensiones que puedan surgir en esa convivencia posterior al estado de alarma decretado por el Gobierno.

Pero lo que nadie discute es el motivo de esas prisas por desescalar o de esa nueva normalidad: la economía. Llama la atención la concienciación con la recuperación de los negocios de proximidad, en los barrios, y más tensiones en las grandes zonas comerciales que atraen a más visitantes. Pero se sienten parte importante de esa recuperación.