Las academias de swing, las peluquerías con exposiciones y las tiendas de ropa vintage al peso conviven con algunos de los negocios más antiguos de la ciudad de Zaragoza. Algunos centenarios. El barrio de La Magdalena ha vivido un proceso de transformación en los últimos diez años que le ha llevado a convertirse en un imán para las vanguardias sin cambiar de rostro tan apenas.

Los vecinos saben que estar de moda es un riesgo. Los conflictos asociados a los ruidos y la suciedad que se producen los jueves por la noche por culpa del llamado juepincho y sus aglomeraciones. Vasos por el suelo, tapas en los portales y canciones etílicas que pueden derivar en conflictos. Pero confían en una suerte de autogestión y confianza mutua para prevenir males mayores.

No es raro que sean los propios propietarios de los locales más concurridos los que pasen la escoba por la calle cuando termina la noche de tapas y vinos. El resto del tiempo el ambiente distinto. Mucho más relajado. Se puede desde comprar el pan en el horno con más solera de la ciudad (el de Ángel González, en la calle Heroísmo) a afinar una dulzaina en la gaitería Tremol (calle San Agustión).

El portavoz de la asociación de vecinos Calle y Libertad, David Arribas, evita usar la palabra gentrificación para explicar las dinámicas del barrio, pero asume que el interés social puede desembocar en una expulsión de los vecinos tradicionales. «Es una incercia común en los centros históricos de todas las ciudades», asume. Por el momento el mayor foco de riesgo está en la reforma de edificios para convertirlos en apartamentos turísticos.

Fueron los ochenta y los noventa los peores años del barrio. Como zona de marginalidad y exclusión, muchas viviendas y tiendas fueron abandonadas. La medida de edad subió y las administraciones públicas dejaron de prestar atención al distrito.

Las cosas cambiaron con la rehabilitación de algunos espacios públicos como el Centro de Historias o la promoción de solares para uso comunitario. Y de forma paralela, con esfuerzo, el tejido vecinal se organizó para sacar adelante una semana cultural que pretende ser integradora, a pesar de las críticas de endogamia que suelen acompañarla.

Antes había yonkis en la plaza, ahora es más probable encontrar gente de tapas. Y todo sin perder la rumba.