La baja natalidad (1,3 hijos por mujer) y la creciente longevidad de Aragón llevan a la comunidad, según los estudios poblacionales, a una sostenida y lenta pérdida de habitantes a lo largo de la presente década, una tendencia propia de muchas sociedades avanzadas. Al presente ritmo demográfico, condicionado por los nacimientos, los fallecimientos y los movimientos migratorios, la comunidad pasará de 1.320.794 residentes en la actualidad a 1.312.392 en el 2033. Es decir, dentro de 13 años, las tres provincias sumarán 8.402 habitantes menos, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).

Ante este panorama, se elevan voces que piden que las instituciones públicas se comprometan con el fomento de la natalidad, hasta el punto de pasar de considerarla un asunto privado a elevarla a cuestión de Estado.

«Los poderes públicos deberían facilitar que se cumplieran los deseos de las personas, de manera que estas, de forma reflexiva, tengan el número de hijos que quieran», opina Luis Antonio Sáez, director de la Cátedra de la Diputación Provincial de Zaragoza (DPZ) sobre Despoblación y Creatividad. Desde su punto de vista, la acción pública debería centrarse en campos como la precariedad laboral, los problemas de conciliación entre el trabajo y la vida familiar y social y el acceso a la vivienda.

Los problemas para encontrar un puesto de trabajo seguro y dignamente remunerado, la carestía de los alquileres y la imposibilidad de compaginar el mundo laboral con la esfera privada lastran la demografía de Aragón y del resto de España, que junto con Japón ostentará en el 2050 el récord de país más envejecido del mundo, si se cumplen las previsiones de los demógrafos.

El escollo que el desempleo y los empleos mal pagados representan para el despegue de la natalidad se ve incrementado por el hecho de que una gran parte de los más de 64.000 parados aragoneses son jóvenes.

Desde una óptica volcada en el crecimiento, los datos sociodemográficos de la comunidad aragonesa no invitan al optimismo a corto plazo. La tasa de natalidad se situaba en el 2018 en un 7,58‰, al tiempo que la tasa de mortalidad era del 10,72‰, con un índice de fecundidad del 1,32. Muy lejos del 1,96 de 1980 y todavía más del 2,38 de 1975.

Esta situación, apunta Sáez, era previsible. La generación del baby boom no fue tan prolífica como la de sus padres. Procrearon en menor medida y, en los años 80 y 90 del pasado siglo, tuvieron menos hijos por pareja. Además, en la actualidad se está volviendo a cifras similares a las de finales de los años 90, con menos de 10.000 nacimientos al año. En el 2018, por ejemplo, hubo 9.977, después de que en el 2008 se alcanzaran los 13.675, número que ha ido decreciendo desde entonces.

Para José Luis Sáez, la interpretación negativa que se hace de esta situación es fruto en gran parte de un «sesgo o prejuicio cultural que identifica ser más con algo bueno y ser menos con algo malo».

«El reto demográfico es una cuestión tanto estructural como psicológica», subraya. «Es desde luego algo cultural», añade. Y, en este sentido, los factores que intervienen en el descenso poblacional son variados y presentan un alto componente personal y social.

Por ejemplo, la juventud, entendida como una forma de vida, se ha alargado. Hay mujeres que señalan que no tuvieron hijos porque no encontraron la pareja deseada y otras que han rebasado la edad estéril, que están dentro de la estadística de 1,5 hijos por pareja.

Esa brecha entre lo que fue y lo que debería haber sido es la que, en opinión de Sáez, debería tratar de salvar la acción de las administraciones. Sin olvidar que el mercado y la propia mentalidad de las personas también intervienen en la apuesta. Francia, recuerda el responsable de la Cátedra de Despoblación de la DPZ, apostó por subvencionar los nuevos nacimientos y ha conseguido un incremento de los mismos, hasta lograr en la actualidad una tasa de fertilidad por mujer de 1,96 hijos, frente a los 1,26 de España.

Esta política tiene el inconveniente, apunta Sáez, de que la finalidad de las ayudas se desvirtúa y el crecimiento poblacional acaba obedeciendo más a la caza de subvenciones que a una respuesta adecuada a las decisiones de la pareja sobre el tamaño ideal de su familia. Existen, por otro lado, medidas que pueden empujar al alza los nacimientos, como las ayudas a las familias numerosas y a las personas con algún tipo de discapacidad.

Siempre se ha considerado que la inmigración puede contribuir a levantar la natalidad en Aragón, además de elevar directamente la población. Pero Sáez advierte contra la tentación de considerar a los extranjeros como meras piezas para la consecución de unos fines, en lugar de enfocar los movimientos migratorios como un fenómeno ligado a la solidaridad, la justicia social y la equidad planetaria.