El hogar de Jesús Gómez se compone de algunas mochilas con enseres extraños, muchas mantas, unas ropas raídas y un portal con una gran persiana en la plaza de la Seo, justo al lado de la sede de Cáritas Diocesana. A las 8 de la mañana ya está despierto y recoge su improvisada cama de cartones y lana. Pernocta en la calle desde hace muchos años. "¿Que por qué duermo aquí? Porque quiero y estoy mejor en la calle".

Esta es la respuesta que dan la mayoría de los sin techo cuando se les pregunta los motivos por los que su casa es la intemperie. Sin embargo, las verdaderas causas son otras. Pilar González, una de las responsables de la Coordinadora de Transeúntes, explica que la persona que está en la calle ha tenido mala suerte. "No se sabe si primero se engancharon al alcohol, perdieron su familia, desarrollaron un trastorno mental y se echaron a la calle, o si cualquiera de estos síntomas fue el desencadenante". Pero lo que está claro es que los sin techo no razonan, por lo que aunque un equipo de voluntarios del albergue se ocupa de convencerles para que duerman en la Casa Abierta no lo consiguen por su falta de raciocinio.

La Casa Abierta abre a las 6 de la tarde y alberga a 9 de los casi 30 sin techo de Zaragoza. Es un módulo de baja exigencia, por lo que los usuarios no tienen la obligación de ducharse, olvidar el alcohol o dejar a sus mascotas fuera para pasar la noche. "Aquí entran, juegan a cartas, hablan con los voluntarios, duermen y se van tras el desayuno", cuenta un responsable del albergue municipal, que también atiende la Casa Abierta.

Pero no todo está perdido. Algunos usuarios de la Casa Abierta considerados crónicos se recuperan mínimamente gracias al cariño de los voluntarios. "Esta gente ha perdido la socialización, el cariño y están faltos de abrazos". Precisamente, esos factores fueron algunos que ayudaron a pasar a Alfredo de la Casa Abierta al albergue, a pesar de que siga presentando un problema mental grave. Y es que Alfredo es un artista. Habla mitad sueco, mitad zaragozano, borda y pinta. "Esto me lo encontré el otro día-- señala un bolso, todo orgulloso-- y ya lo he bordado. ¿Ves? Aquí está la obra Ave con guindillas. Lo bordo con hilo mientras canto y que quede claro que soy vegetariano", culmina.

El cambio radical

Algunos como José Garratxea pasaron de la calle directamente al albergue. Tiene 65 años, tres operaciones a sus espaldas y carga con una indignación constante, porque relata que a él lo engañaron y por eso fue desahuciado. "Yo era pastor en Escatrón y estuve 25 años cotizando a la Seguridad Social. Contraje deudas con ésta, me engañaron y me fui a la calle. Empecé durmiendo en un cajero, pero eso era muy duro porque te echabas a las 12 y a las 5, cuando venían a limpiar, tenías que irte", cuenta. Ahora intenta, gracias a las trabajadoras sociales, cobrar una paga.

Otro que sabe bien qué es pasar de una vida modelo al desvarío es el barcelonés Clemente Martínez. Afirma que ha sido jefe de cocina de varios hoteles de la ciudad. El problema que le llevó a la calle fue el alcohol. "Trabajaba mucho, pero cuando cobraba a fin de mes bebía hasta perder el control. He estado 20 años en la calle alcoholizado". Clemente presenta hoy una enfermedad mental crónica, está en tratamiento psiquiátrico. "El alcohol me ha quitado todo lo que tenía, a mi mujer y a mis cuatro niñas". Tras este trauma, Clemente intenta recuperarse de la mala vida. "Llevo 5 años sin probar una gota y la semana que viene entro de jefe de cocina en el comedor de La Caridad".

Los sin techo son un colectivo que va creciendo a medida que pasan los años. En estos tres últimos, las mujeres han aumentado y ya alcanzan un 10%. "Las féminas son menos porque saben afrontar mejor los problemas", comenta Pilar Estremera, trabajadora social del albergue. "Pero está claro que ante una situación límite todos podemos terminar en la calle y convertirnos irremediablemente en un sin techo".